¿Qué modelo de desarrollo agrícola queremos para un país único por su agrobiodiversidad?
En el mes de febrero publiqué dos artículos sobre el uso de Organismos Genéticamente Modificado (OGM) en la agricultura de nuestro país, y en él recogí las preocupaciones de la Convención Nacional del Agro Peruano (CONVEAGRO), de cientos de pequeños productores agrícolas peruanos y de numerosos investigadores, estudiosos y defensores de la agricultura y la biodiversidad. Todos ellos se habían movilizado para defender la continuidad de la Ley de Moratoria a los OGM, aprobada en 2011, cuya derogación algunos congresistas estaban promoviendo.
En mi primer artículo, Transgénicos, ¿sí o no?, llegué a una conclusión principal: habían pasado casi 15 años desde la aprobación de la moratoria, y el país parecía empantanado en el polarizado debate de “transgénicos sí, versus transgénicos no”, sin demostrar avances significativos en la investigación de su valiosísima agrobiodiversidad ni en la implementación de infraestructura y protocolos de bioseguridad suficientes para proteger nuestro patrimonio genético. Reconocí que, si bien algunas aplicaciones de los OGM pueden suscitar temores y cuestionamientos justificados, otras podrían ser beneficiosas para el país, una constatación compartida por autoridades y expertos del Ministerio del Ambiente, ente encargado de la protección de nuestra biodiversidad y patrimonio genético.
En el segundo artículo, Con mi choclo no te metas, recogí los principales argumentos de los opositores a los transgénicos y subrayé otra conclusión clave: el debate es, ante todo, sobre un modelo de desarrollo. Por un lado, están los defensores de los transgénicos enfocados en la productividad agrícola y las ganancias de corto plazo. Por otro, sus opositores, que defienden la sostenibilidad a largo plazo, la salud del campo y los ecosistemas, nuestra biodiversidad y agrobiodiversidad, así como los modos de producción agrícolas que para un país de origen de valiosísimas variedades vegetales como el Perú deberían convertirse en su gran ventaja competitiva.
En su derecho a réplica de este segundo artículo, titulado Transgénicos: mitos, ciencia y realidad, el congresista Edward Málaga, uno de los promotores de la derogación de la moratoria, refutó diversos argumentos mediante lo que calificó como “un examen objetivo de la evidencia”. Sostuvo que la oposición a los OGM proviene de posiciones ideologizadas y, por ende, anticientíficas.
Nadie en esta columna se opone tout court a los OGM. En varios editoriales de Jugo he reconocido su valor en numerosas aplicaciones médicas y biotecnológicas. Sin embargo, en el ámbito agrícola y en un contexto como el peruano, he abogado por la prudencia.
¿Quisieras OGM en tu comida? ¿Crees que los OGM son seguros para la salud? ¿Y para los ecosistemas? ¿Qué responderíamos los peruanos a estas preguntas?
Una encuesta internacional del Pew Research Center en 20 países, publicada en 2020, es bastante ilustrativa de la percepción de los consumidores sobre el tema. Pew encontró que el 48 % de los encuestados considera que los alimentos transgénicos no son seguros para el consumo, en contraste con el 13 % que sí los considera seguros, con resultados muy dispares entre países. Rusia (70 %), Polonia (67 %), Italia (62 %) y la India (58 %) lideraron los países con mayor proporción de encuestados que creían que los alimentos transgénicos eran inseguros. En contraste, Suecia (38 %), EE.UU. (27 %), Canadá (27 %) y la India (26 %) fueron los países con más encuestados que creían que los consideraban seguros. Es importante destacar que en todos los países hubo un número significativo de personas que afirmaron no saber lo suficiente como para emitir un juicio: el 51 % de los japoneses declararon no tener información suficiente, así como la mitad de los holandeses y de los ingleses.
A pesar de la evidencia científica —o quizás justamente por ella—, la encuesta revela que existe poca información o mucha desinformación sobre el tema. “No hay consenso científico sobre la seguridad de los OGM”, sentenciaron 300 investigadores independientes en una declaración conjunta. Los académicos sostienen que la variedad de métodos de investigación empleados y las diferencias en el análisis e interpretación de los datos producen conclusiones contradictorias. También resaltan que la evaluación rigurosa de la seguridad de los OGM se ha visto obstaculizada por la falta de financiamiento independiente y el interés comercial de patentar variedades vegetales modificadas en el laboratorio, y concluyen que “las afirmaciones de consenso sobre la seguridad de los OGM no están respaldadas por un análisis objetivo de la literatura revisada por pares”.
Efectivamente, al revisar la literatura científica, se encuentran numerosos estudios que documentan la seguridad de los OGM en términos de salud, seguridad alimentaria, impacto ambiental y económico. Sin embargo, también existen estudios que concluyen lo contrario. Esta abundancia de evidencia contradictoria genera incertidumbre y división en la comunidad científica, lo que aumenta la preocupación de los consumidores.
Para muestra, un botón. O varios:
“El uso de OGM ha permitido reducir el uso de pesticidas en el campo”, sostienen sus promotores. Los opositores contestan: el paquete tecnológico OGM + herbicidas ha causado la aparición de malezas resistentes, aumentando el uso total de herbicidas.
“Los transgénicos son seguros para la salud”, sostienen sus defensores. Sin embargo, la Asociación Americana de Medicina Ambiental (AAEM) revela que varios estudios en animales indican riesgos sustanciales para la salud, incluyendo infertilidad, disfunción del sistema inmunológico, de la regulación de la insulina, entre otros. Ante la presencia de trazas evidentes del herbicida glifosato en los alimentos y la preocupación de los padres para la alimentación segura de sus bebés, en 2023 la Academia Americana de Pediatría advirtió que las posibles implicancias para la salud de la modificación genética son un campo de investigación emergente. Por ello, recomendó brindar a las familias información basada en evidencia y transparencia sobre lo que aún se desconoce.
“Los transgénicos no afectan la biodiversidad y, además, la polinización cruzada es un fenómeno natural”, sostienen sus promotores. No obstante, diversos estudios revelan que los OGM pueden llevar a la erosión genética de variedades nativas, como ha ocurrido con el caso del maíz en México.
“Los pequeños agricultores pueden incrementar su productividad y sus ingresos gracias a los OGM”, argumentan sus defensores. Sin embargo, este supuesto incremento en la productividad es discutible y muchas veces exagerado, sostienen los detractores. Por ejemplo, no se ha encontrado ninguna ventaja en el rendimiento al comparar EE.UU. con Europa Occidental, donde no se cultivan transgénicos a gran escala. Un análisis detallado de las publicaciones que reportan incrementos significativos de los rendimientos muestra que estos solo se han obtenido bajo condiciones controladas (invernaderos) o con experimentos con pocos individuos (ensayos de campo a pequeña escala). En condiciones reales de los agroecosistemas, estos resultados no han sido replicables. Así, diversos autores concluyen que los cultivos transgénicos no han aumentado significativamente el rendimiento en comparación con variedades convencionales mejoradas por métodos tradicionales.[1]
Y así, la lista de argumentos y contraargumentos podría seguir…
En síntesis, existen abundantes evidencias de que los OGM no son la solución que requieren nuestros sistemas agroalimentares disfuncionales. Quienes promueven su uso se olvidan de la complejidad de los sistemas productivos y de las interacciones en los agroecosistemas. Si el Perú quiere impulsar una agricultura realmente sostenible, al servicio de sus comunidades, de la salud de los ecosistemas y de nuestra propia salud, debe mirar en otra dirección.
En las circunstancias actuales, mantener la moratoria sobre la promoción y el uso de semillas transgénicas es una decisión prudente. No se trata de frenar el tiempo ni de rechazar la innovación científica, sino de avanzar con cautela para proteger nuestra condición de país megadiverso. El país necesita generar estudios serios y sostener un debate plural e informado, basado en evidencia producida en nuestro propio territorio, evaluando el costo-beneficio de los OGM en comparación con prácticas como la agricultura regenerativa[2]. Estos estudios deben considerar no solo los aspectos económicos, sino también la sostenibilidad a largo plazo y el valor de ser un país centro de origen de un número apreciable de variedades vegetales.
[1] Sugiero leer el interesantísimo artículo que presenta una revisión histórica de la agricultura intensiva estadounidense basada en el paquete OGM+herbicidas, y la compara con la agricultura europea, que ha sostenido una moratoria a los transgénicos hasta ahora: “Sostenibilidad e innovación en la producción de cultivos básicos en el Medio Oeste de EE. UU.”
[2] La agricultura regenerativa surge como un modelo que no solo busca producir alimentos, sino restaurar los ecosistemas agrícolas y fortalecer la resiliencia de los productores.
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Agudo y fino artículo. Sin los dogmatismos (y las mayúsculas) de la réplica. La prudencia es la compañera del pensamiento racional. Es característica de los buenos científicos, como Anna Zucchetti, y debería serlo de los políticos.