Vuelve aburrido tu teléfono 


Llegó la hora de enfrentar el gran problema que tenemos entre manos


“Miro mi móvil: ayer cuatro horas y 24 minutos de uso. No recuerdo haber hecho nada realmente importante con ese tiempo. Solo deslicé el dedo, miré vídeos, leí publicaciones, salté de una cosa a otra sin darme cuenta. Antes, cuando no existían los móviles ni internet, esas horas se llenaban de vida. Se hablaba sin interrupciones, se leían libros con calma, se escribían cartas. Había tardes de paseo, de juegos, de aprendizaje. Las horas no se evaporaban; se usaban. Si no le regalara mis horas a las pantallas quizás escribiría más, tocaría un instrumento, tendría conversaciones sin mirar de reojo el móvil. Tal vez me permitiría aburrirme y, en ese vacío, encontraría nuevas ideas. El tiempo que se va no vuelve. Y cada día, sin darnos cuenta, dejamos que nos lo roben”. Esto lo escribió una lectora de El País en la sección de cartas a la directora. La reflexión resume con algo de dramatismo la paradoja contemporánea del consumo digital: el tiempo se esfuma en pantallas que prometen conectividad y entretenimiento, pero que muchas veces se traduce solo en distracción constante.

“Tu teléfono debe volver a ser aburrido”. Esta contundente afirmación es desarrollada por la periodista Rebecca Jennings en un reciente artículo para el portal de noticias Vox. Allí argumenta que la única forma efectiva de romper la adicción constante al celular es convertirlo nuevamente en algo monótono y poco atractivo. Jennings plantea que vivimos atrapados en una lucha desigual contra aplicaciones diseñadas específicamente para captar nuestra atención de manera permanente. Las notificaciones, el diseño atractivo, y las infinitas posibilidades de interacción son trampas que explotan nuestra vulnerabilidad psicológica y que nos convierten en usuarios permanentemente conectados, pero profundamente desconectados de nuestro entorno real.

Esta premisa, aunque sencilla, encierra una profunda verdad sobre cómo nuestras vidas cotidianas se ven secuestradas por una dependencia digital silenciosa, pero omnipresente. Todos hemos experimentado ese reflejo automático, casi inconsciente, de revisar nuestro teléfono al menor indicio de aburrimiento. Lo que originalmente era una herramienta para facilitar la comunicación o el acceso a información se ha convertido en un dispositivo insaciable que demanda atención constante.

Obviamente, no podemos ignorar los innegables aspectos positivos del uso de teléfonos móviles. Estos dispositivos nos permiten mantener contacto con amigos que viven lejos o que casi no vemos, como si siguiéramos en el mismo salón de clase o barra de un bar. También nos ayudan en nuestra productividad laboral, permitiéndonos resolver tareas importantes sin estar atados a un escritorio todo el día. Además, nos facilitan el acceso a información diversa sobre nuestros intereses, que compartimos rápidamente en redes sociales, y alivian el aburrimiento o la frustración en situaciones cotidianas como esperar en el tráfico limeño, durante un enredado trámite burocrático o en una larga sala de espera.

Todo ello es verdad, pero debemos de preguntarnos si no estamos pagando un precio muy alto por esos beneficios. Un estudio de la Universidad de Pensilvania publicado en 2018 en el Journal of Social and Clinical Psychology mostró que limitar el uso de redes sociales reduce significativamente los niveles de ansiedad, estrés, soledad y mejora la capacidad de concentración. Asimismo, otro estudio publicado el mismo año en el Journal of Behavioral Addictions reveló que la sobreexposición a las redes sociales puede llevar a síntomas de dependencia y deterioro de la salud mental. 

Este asunto resuena mucho conmigo porque, siendo honesto, he reconocido en mi propia rutina una creciente dependencia hacia mi celular desde que tuve mi primer “teléfono inteligente” el 2011. Lo he visto comerse tiempo que tenía destinado para leer un buen libro, y también me ha hecho perder el hilo de una divertida conversación con gente a la que quiero durante una cena. Y ni qué decir de la ansiedad cuando la batería del teléfono se agota.

Me llegó la hora de reconocerlo y de aceptar, además, que la batalla contra las distracciones tecnológicas no podré ganarlas únicamente a través de la fuerza de voluntad. Creo que le pasa lo mismo a más gente. Necesitamos cambiar nuestra relación fundamental con estos dispositivos y aceptar que la solución puede encontrarse precisamente en devolverles su estado original: el aburrimiento. 

Borrar todas las aplicaciones del teléfono puede parecer una solución demasiado radical para muchos de nosotros, especialmente si dependemos de ciertas aplicaciones para trabajar, comunicarnos o mantenernos informados. Por suerte, existen alternativas menos extremas y más manejables para reducir nuestra dependencia digital. Siguiendo una sugerencia del artículo de Vox, he empezado a utilizar la aplicación Freedom, que bloquea temporalmente el acceso a sitios web y aplicaciones que me distraen con frecuencia. 

Freedom funciona de manera sencilla, pero efectiva: permite programar sesiones específicas durante las cuales se bloquea el acceso a las aplicaciones o páginas web que uno seleccione previamente. Durante estos periodos, intentar ingresar en esos sitios genera un recordatorio de que estás en tiempo restringido, con mensajes intensos como “Eres libre. Disfruta este momento” o “Eres libre. Haz lo que importa”. Por supuesto, Freedom no es la única opción; también existen otras herramientas útiles como Forest, Stay Focused o RescueTime, cada una con distintas funcionalidades que se adaptan a diversas necesidades y estilos personales.

Los resultados iniciales de mi experimento han sido positivos. Estoy bloqueando unas cuatro o cinco horas al día, en momentos en los que sé que estaría metido en la pantalla. No sé si lograré hacer de esto una práctica sostenida, pero por lo pronto me han dado una maravillosa sensación de estar recuperando tiempo para mí.

Los invito a intentarlo. Tal vez descubran que hay cosas más interesantes esperándolos justo afuera del alcance de su mano.


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