Por qué debemos sostener la moratoria al ingreso de semillas transgénicas y defender nuestras semillas nativas
Superado el soroche, cada vez que llego a la ciudad del Cusco cumplo religiosamente con uno de mis ritos ancestrales: caminar hasta el mercado en busca de un choclo con queso. No hay mayor delicia que sentir en el paladar los granos tiernos y sedosos de una mazorca de maíz blanco gigante del Cusco (Zea mays amylacea), hacerlos crujir entre los dientes y contraponer su dulzura con una pizca saladita de nuestro queso serrano: pocos pueden resistirse a este tesoro andino, cultivado desde tiempos ancestrales en el valle del Urubamba.
¿Podría nuestro choclo estar en peligro ante la suspensión de la moratoria al ingreso de transgénicos? Parece que sí. A diferencia del trigo y el arroz, cereales que se autopolinizan, el maíz es un cultivo de polinización cruzada. Cuando se reproduce, el polen de una planta fecunda a las vecinas y produce ejemplares diferentes a los de la generación anterior, y diferentes entre ellos. Este mecanismo facilita también que el polen de plantas transgénicas fecunde a las nativas, propagando genes modificados en laboratorio. Con el tiempo, las poblaciones de maíz nativo podrían degradarse y afectar nuestra diversidad genética poniendo en riesgo la seguridad alimentaria.
Nuestros hermanos mexicanos conocen bien el tema. Diversas investigaciones han encontrado contaminación por transgénicos en maíces de regiones lejanas, y el debate sobre el cultivo seguro de estas semillas sigue candente. Las razones que el gobierno mexicano ha alegado para prohibirlos son igual de válidas para el contexto peruano: la erosión de la biodiversidad en el centro de origen de estos cultivos, el impacto en la economía y cultura de los pequeños productores que han sido sus custodios históricos desde hace más de 8 mil años, y los riesgos de perder nuestra soberanía alimentaria frente a la dependencia de semillas patentadas por un puñado de laboratorios multinacionales. A ello se suman los efectos del glifosato, un potente herbicida utilizado en conjunto con estos cultivos, que contamina suelos y fuentes de agua.
El debate de fondo es, en realidad, sobre el modelo productivo: ¿queremos un país que priorice la alta productividad de monocultivos controlados por grandes corporaciones y dependientes de insumos químicos? ¿O preferimos un modelo de producción agraria en pequeña escala, basado en la riqueza de nuestra agrobiodiversidad y en el conocimiento campesino que ha permitido la adaptación de variedades a distintos climas y suelos? Poner en riesgo nuestras reservas genéticas de maíces nativos para introducir variedades que ya se producen en Estados Unidos, Brasil o Argentina sería una apuesta absurda. Nuestra fortaleza está en la diversidad.
Para proteger esta riqueza, el Perú mantiene desde 2011 una moratoria al ingreso y producción de transgénicos, una medida clave para salvaguardar la agrobiodiversidad —del maíz, pero también de la papa, el algodón, el ají, la quinua, la kiwicha, la yuca y númerosos otros cultivos nativos— y garantizar la seguridad alimentaria. Si perdemos nuestra categoría de país libre de transgénicos, nuestros productos orgánicos podrían verse afectados y las comunidades que han conservado estas semillas por siglos perderían el control sobre su producción. Por ello, diversos gremios y organizaciones agrarias han impulsado la Ley de Semillas Nativas, que propone un marco normativo para fomentar la gestión sostenible de los sistemas tradicionales de semillas, fortalecer su comercialización, integrar las semillas nativas en programas de seguridad alimentaria, prevenir la biopiratería y garantizar los derechos de comunidades campesinas e indígenas que han domesticado los recursos fitogenéticos durante miles de años.
Pero la resistencia debe ir más allá. Es fundamental que el Ministerio del Ambiente (MINAM), como autoridad en biodiversidad y protección de recursos genéticos, priorice las investigaciones en biodiversidad, refuerce los mecanismos de bioseguridad y desarrolle los estudios e infraestructura necesarios para proteger las zonas de agrobiodiversidad. Actualmente, nueve cultivos tienen zonas definidas para su protección, pero el sistema aún es frágil y requiere mayor apoyo. Además, como reclama justamente CONVEAGRO, la atención debe centrarse en las verdaderas prioridades de la agricultura familiar que, en el Perú, produce el 83 % de los alimentos que consumimos: la asistencia técnica para mejorar la productividad y el uso de nuevos híbridos nativos, la tecnificación del riego, la seguridad jurídica, el acceso a créditos y mercados justos.
El Congreso tiene en sus manos una decisión crucial. Este martes se llevará a cabo la segunda sesión del debate sobre la moratoria. ¿Y si le invitamos un choclo con queso a Cavero, Tudela y Málaga, los tres congresistas que promueven su derogación? Quizás así entiendan que defender nuestras semillas nativas no es un capricho ni una consigna ideológica, sino una apuesta por la soberanía alimentaria, la biodiversidad y el futuro del campo peruano.
#LeyDeSemillasNativasYa
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Coincido plenamente con lo expuesto en el artículo. El país va a perder mucho si se propaga los cultivos transgénicos, para que, solamente lucren algunos pocos agricultores que, seguramente, están detrás de la iniciativa para derogar la moratoria.