Vargas Llosa cruza la puerta 


Breve fábula para un enorme escritor*


Un anciano Vargas Llosa se retira para siempre del malecón de Barranco y, antes de cruzar el umbral luminoso, unos manifestantes llegan a gritarle por todas las opiniones políticas que ha dado en su vida.
Él les responde con la espalda, tragándose el mal sabor, pero, por fortuna, no está solo: de la bruma emerge el Inca Garcilaso, el primer peruano que le escribió al mundo las maravillas de esta tierra y, junto a él, Guamán Poma, Blas Varela y Amarilis anclan brazos y cierran círculo. Un muchacho continúa insultándolo, pero sus tristes palabras son acalladas por el paisano Mariano Melgar, tan enamorado como patriota; por las respuestas burlonas de Pardo y Aliaga y por las criolladas de Ascensio Segura. Desde otro rincón acude Flora Tristán reclamando qué miércoles pasa y tras ella llegan bailando las monturas de Ricardo Palma, ese humilde inventor de géneros, resguardado por su hijo Clemente, que ensaya fantásticas diatribas negras. Un segundo más y González Prada también aparece, señalando la pus en los reclamos y, a su lado, tímido y genial, José María Eguren protesta simbólicamente con sus tristes ojos. La voz ha corrido por el vecindario, las páginas en las bibliotecas tiemblan imperceptibles para los mortales, pero el verbo se sigue haciendo presencia: Vallejo, grande entre los grandes del planeta, ya llegó para apartar aquel cáliz y José Carlos Mariátegui alza el puño aunque discrepe con las ideas del atacado. Los curiosos que rodean a los manifestantes sienten la vibración en el aire, no saben qué es, pero también se indignan: será que Valdelomar ha llegado levantando el bastón y que un joven Martín Adán lo secunda. Otros espectadores que por ahí pasaban contraatacan, preguntan qué sentido tiene en este momento fatigar al escritor, y la enorme Magda Portal es una entre ellos, les susurra, los azuza, les muestra que una mujer debe hacer el doble de bulla para hacerse escuchar. Al ver a la impetuosa Magda, Ventura García Calderón cambia el encanto por las vivas, Diez Canseco y López Albújar también arengan, en tanto unas rezagadas Clorinda Matto y Mercedes Cabello aplauden en sincronía. Vargas Llosa algo debe estar sintiendo, su espalda se yergue, la caballería ha llegado: Ciro Alegría cabalga junto a su Fiero Vásquez y algo más atrás va llegando un luminoso Arguedas, antorcha en mano. Con el taita se erizan las pieles, los ojos se abrillantan, el tropel crece: Vargas Vicuña y Zavaleta no se hacen extrañar, Congrains se suma enloquecido, Luis Loayza vuelve oral su prosa transparente y una flaca figura apaga el cigarro para que su voz suene más nítida: es Ribeyro, nada menos, que hace mucho olvidó desencuentros, y al corrillo se suman Salazar Bondy, Westphalen, Eielson, Washington Delgado; se abrazan, juntan costillas, una risueña Blanca Varela improvisa un verso festivo y a partir de allí todo cambia, el orgullo vence a la mezquindad; llega Scorza redoblado, Gregorio Martínez jode lindo, José Watanabe bate palmas junto a Laura Riesco, Antonio Cisneros da saltos con Hinostroza, Calvo, Corcuera y Verástegui; Rivera Martínez asiente, Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez se dicen qué carajos y la algarabía es completa. Mientras cruza la puerta, Vargas Llosa llora agradecido: un grandioso país literario lo acuna.
¡Viva el Perú!, escucha mientras da sus últimos pasos, antes de que el mundo entero se sume a los aplausos.

(*) Adaptación de un texto publicado en El Comercio el 27.7.2019.


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4 comentarios

  1. Miguel Ángel Guerrero

    …y observándolo todo desde su balcón con vista al mar, Bryce Echenique, quien sí regresó en abril, campaneó su whisky y brindó en su soledad.

  2. Gustavo Rodriguez

    Un abrazo, Miguel Ángel.
    Gracias por la lectura y el comentario.

  3. Analí

    Qué hermoso, lo compartiré con mis alumnos.

  4. José Octavio Ugaz La Rosa

    «El orgullo vence a la mezquindad». Gracias Gustavo por tan hermoso homenaje. Yo solo he podido poner un crespón negro en mi muro, en señal de duelo. Me he quedado sin aliento y sin palabras. Algunos familiares y amigos me llaman o me escriben preocupados, para saber si mi padre, actualmente de 101 años, es el que ha partido. -No- los tranquilizo. Pero por la pena inmensa, pareciera que sí.

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