Un viaje a Castilla contra la ansiedad


Enseñanzas para esta pandemia escritas hace 400 años. 


Le contaba anoche al comando juguero que no sabía bien sobre qué escribir esta semana. “Todo lo que se me ocurre es muy deprimente”, puse en el chat. Era un claro pedido de ayuda. Esperaba —como suele suceder— comenzar una charla animada, barajar opciones, recibir recomendaciones. Pero en lugar de eso, menos de un minuto después, Gustavo respondió “Sí, csm”. Y nada más. Recién tres horas más tarde me sugirió, sin mucho entusiasmo, comentar algún libro reciente que me haya gustado. Lo imaginé todo ese tiempo descorazonado, con la quijada apoyada en la palma de la mano, masajeándose el puente de la nariz con la otra, los anteojos de cualquier manera. Y lo cierto es que estoy releyendo El Quijote, que reciente no es, y que más bien me condujo mentalmente a esa bobalicona parodia de Sagasti. (Por cierto, el personaje de Cervantes, contra lo que suelen suponer quienes no lo conocen bien, tiene alrededor de 50 años. Flaco y largo es, pero ni siquiera se le refiere canoso). Pero más allá de eso, mucho enlace con lo actual, pensé, no podría sacar de ahí. Así me fui a dormir.

           Y ya no estoy tan seguro.

           No voy ni a tentar un mínimo análisis de la novela (por pretencioso) ni a forzar asociaciones con nuestro momento (por postizo). Pero amanecí con esta idea: durante mucho tiempo se consideró El Quijote como un canto al idealismo ultra, a “seguir nuestros sueños”. Se romantizó el concepto del tipo enajenado que sale al mundo con un mundo propio desconectado de la realidad, por considerarlo puro, libre, independiente, como se supone la mente de los niños y los borrachos y los salvajes. Y no estoy de acuerdo. Me parece que la intención de Cervantes —quien vivió durante la debacle del imperio de Felipe II— era, más bien, hablarnos a través de su antihéroe de los excesos en los que suelen caer las creencias exacerbadas. Pensemos en los extremismos políticos, casi todos nacientes de una intención de cambiar la realidad por una mejor. Pensemos en el camino recorrido entre Marx y Stalin: en 50 años los anhelos de una vida más justa para todos terminaron en una era de represión sanguinaria pocas veces vista por la humanidad. Hay un famoso capricho de Goya titulado “El sueño de la razón produce monstruos” cuyo significado no es otro que este: cuando la razón —el sentido común, el equilibrio— se apaga, emergen los monstruos de la locura y la muerte. La intención no es echar por tierra los idealismos, sino evitar los fanatismos miopes y desaforados, y encaminarlos con sensatez y entusiasmo en pro del bien común.        

           Más allá del mero y suficiente disfrute, una genuina enseñanza surgida en el libro puede ser el valor de la nobleza de espíritu: don Quijote quiere recobrar unos usos y maneras que tenían 400 años de caducidad entonces, y que 400 años después de su escritura siguen siendo necesarios para llevar una convivencia armónica: honor, valor, sacrificio, consecuencia, amistad, espiritualidad, defensa de los desfavorecidos, por ejemplo. Nuestro presente requiere de eso, y más. Por todo ello bien harían nuestros prospectos políticos en leer sus aventuras.

           Por otro lado, no necesito decir lo extraordinaria que es la novela, lo jocosa, brillante, moderna (incluso posmoderna) que resulta hoy en día. Tampoco es el espacio, ya lo dije, para desarrollar una exégesis. Pero para quienes piensen que se trata de una lectura farragosa (que puede serlo), les cuento que existe una edición a cargo del español Andrés Trapiello. Este hombre que es un genio, destacado poeta y notabilísimo diarista, se planteó hace años una cuestión que resulta desconcertante: un alemán o un japonés que lean El Quijote no se hallarán frente a un libro escrito en el lenguaje del Siglo de Oro, sino con un texto trasladado al alemán o al japonés, y así gozarán de sus brillos. Porque —y este es el punto de Trapiello— el único idioma al que la novela cervantina no había sido traducida hasta hace poco era, paradójicamente, al español. Me refiero al español contemporáneo. No teman los puristas, que se ha respetado al máximo la prosa de su autor; solo se han hecho ciertos retoques, afilado algunas frases, trocado algunos verbos para que la lectura fluya como debe, caudalosa. Lo recomiendo mucho. Por supuesto, pocas cosas son indispensables en la vida, y más aun los libros; pero creo que quien eluda El Quijote se estará perdiendo una de las experiencias intelectuales más ricas del genio humano. 

           Lo otro que quisiera agregar es esto: como ocurre con Shakespeare, hay muchos supuestos, pero se conoce de verdad poco de Cervantes (los reflejos entrambos son desconcertantes, como que murieran, aparentemente, el mismo día, junto con Garcilaso). Pero se sabe bien que pasó varios años recluido en prisión, y es muy posible que haya concebido, incluso comenzado la primera parte del libro encerrado. También estamos enterados de que, luego de abandonar más de una vez la literatura por su poco éxito, esta primera parte vio la imprenta cuando su autor tenía ya 58 años. Adonde quiero llegar con esto, a riesgo de sonar autoayudesco o frívolo, es que esta nueva reclusión a la que nos veremos obligados desde el lunes podría sobrellevarse mejor si enfrentamos la incertidumbre y el miedo con creación, que es como decir con vida. Sé que es fácil decirlo, y que muchos, muchísimos, estarán sobrepasados por el temor, la angustia y el trabajo (o la falta de este). Pero a quienes tengan la capacidad, quisiera animarlos a la labor: retomar aquel proyecto inconcluso, enfrentar de una vez la tesis, aprender ese idioma o a tocar ese instrumento que siempre quiso, tomar lecciones de dibujo, reparar el mueble arrumado o hacer crochet pueden no solo darnos paz, sino también la posibilidad de parir algo positivo y provechoso en medio de este clima de asfixia. Y nuestro. La segunda “lección” es que no hay edad para ello: tener 58 años en 1605 no era lo mismo que ahora. Y la segunda parte salió una década después. Moraleja: nunca es tarde.

           Me ha pasado muchas veces en estos diez meses que cuando alguien me ha contado su experiencia y su sentir, le he repetido esto: escríbelo. Sin más intención que expresarlo, sin formas claras, ni ambiciones literarias (o sí, depende de cada quien). Y si no quieres escribir, grábate. Conozco pocas cosas tan terapéuticas como la escritura, a lo que habría que agregar el valor documental de los tiempos que corren. Nuestros propios testimonios en cinco, 10, 50 años tendrán un valor inestimable.    

           Todo sobre lo que se me ocurre escribir es muy deprimente, sí. Pero por suerte existen las novelas. Y 15 días de recogimiento se podrían llevar mejor con una lectura amplia y luminosa como los campos de Castilla.

3 comentarios

  1. Federico Alponte-Wilson

    Gracias por darme un poco de esperanza Dante.
    Si algo bueno me dejaron estos meses de Pandemia fueron: la librería El Virrey, Jugo de Caigua y El Buen Salvaje.
    Y gracias al jugo de hoy volveré a la segunda parte del Quijote que deje pendiente años atrás.

    • dante-8568

      Muchas gracias. Me alegra haberte animado a retomar esa segunda parte, filosóficamente más rica, incluso: tendrás una buena compañía durante la cuarentena. Abrazos!

  2. Marcel Velázquez

    Coincido, Dante. Quienes podemos trabajar desde casa, debemos leer y escribir más que nunca.

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