Casualidades para creer en un año con más poesía

Alejandro es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos Ilustres, Peruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.
Acompañado de visitas familiares, acabé el año pasado visitando a César Vallejo, quien desde octubre último se encuentra sentado y leyendo un libro en una banca de madera en el Parque de los Poetas, adyacente a la Organización de Estados Americanos –-en el centro mismo de Washington D.C., a pocos metros del Obelisco y la Casa Blanca–-, en compañía de colegas suyos como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Sor Juana Inés de la Cruz, entre otros genios inmortales nacidos en América.
También por esos días, cuando deseaba terminar mi año leyendo algo que me diera certeza de disfrute, encontré las Obras Completas de Vallejo, una edición bilingüe con prólogo de Mario Vargas Llosa, justo en la mesa de centro de mi sala —había sido regalo de un amigo por mis 50 años y se había quedado allí, esperándome todo este tiempo—. De ese modo, el último libro que leí el 2024 fue Los Heraldos Negros, al cual volví después de varias décadas para encontrarme con poemas que siguen escarapelando la piel, emocionando y que, al mismo tiempo, con la mirada personal del poeta, transmiten una suerte de visión sombría del mundo —“un dado roído que sigue rodando”, según Los dados eternos, versos que se siguen leyendo más de cien años después con pasmosa actualidad—.
Finalmente, mi primer libro de 2025 ha sido Great House de Nicole Krauss, la genial autora de A history of love. ¿Cómo lo obtuve? Recogiéndolo de un librero en el que había obras para regalar, en el club al que voy a hacer deporte. Allí, en medio de muchos otras, estaba esta novela que gira en torno a un fantástico y enorme escritorio que habría pertenecido al poeta García Lorca y que, en medio de muchos cajones ocultos, parece guardar la historia de varias víctimas del Holocausto —y de sus familias en las décadas que le siguieron—, pero también la de un joven poeta chileno desaparecido durante la dictadura de Augusto Pinochet, de nombre Daniel Varksy.
Varios de los personajes de esta novela son académicos y escritores, de modo que hay algunas referencias a la poesía y a la literatura, pero la primera historia, que aparece en el sueño de un amigo de la protagonista de la novela —Paul Alpers, compañero de un curso sobre poesía vanguardista en la universidad en Nueva York— y que da pie a que ella termine adquiriendo el enigmático mueble del poeta chileno es, nada más y nada menos, que de César Vallejo.
En aquel sueño, el joven estudiante se ve a sí mismo junto a Vallejo en la casa familiar del poeta en el campo peruano (y aquí la traducción es libre): “La casa estaba vacía y las paredes estaban pintadas de un blanco azulado. Todo el efecto era placentero y pacífico, y el joven pensaba que Vallejo era muy afortunado de poder tener un sitio como aquel para trabajar. Este parece el lugar de espera después de la muerte, le dijo Paul. Vallejo no lo escuchó, y él tuvo que repetirlo. Finalmente, el poeta, quien en la vida real murió sin un céntimo a los cuarenta y seis años en un aguacero, tal como lo había predicho, entendió y asintió. Antes de entrar a la casa, Vallejo había contado una historia sobre cómo su tío untaba los dedos en el barro para hacerle una señal en la frente —algo tenía que ver con el Miércoles de Ceniza—. Y entonces, Vallejo hizo algo que no se entendió. Para ilustrar aquello, introdujo sus dos dedos en el barro y dibujó un bigote sobre mi labio superior. Ambos reímos.”
La serendipia es, según el diccionario, un hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. Este triple encuentro con Vallejo en los albores de este nuevo año es la definición perfecta de esta palabra, cuyo origen es también literario: lo acuñó Horace Walpole, inspirado en el cuento persa Los tres príncipes de Serendip. Puede que a cierta edad uno crea más en estas casualidades, cruces curiosos en nuestras historias personales; después de todo, uno vive más y tiene más experiencias con las cuales comparar nuevos hechos, lecturas o visitas, no lo sé.
En todo caso, si hay algo que puedo agradecer es que, en lugar de noticias negativas o desazones, estos primeros encuentros con el azar en 2025 hayan sido con la poesía de nuestro más grande escritor, siempre disponible para sentarse a su lado en una banca amable en la capital de un país que acaba de despedir a un expresidente ilustre como Jimmy Carter y que pronto recibirá, con expectativa mundial, a otro tan distinto como Donald Trump.
Me quedará, finalmente, siempre la alegría de haberme topado con un nuevo gran peruano en la ficción, un bonus más en mi afición, esa que con el correr de los años —y con o sin serendipia, pero siempre con la pequeña gran ayuda de muchos buenos amigos—, sigue vigente y me permite seguir pensando cómo es que nos ven a los peruanos en la literatura. En este caso, más aun, apreciando cómo a nuestro gran Vallejo se lo imaginan sonriendo y feliz, quién sabe si con la esperanza de que siempre habrá tiempos mejores o, por lo menos, con más poesía.
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Una columna excelente. Es una verdadera casualidad ese hallazgo concatenado, con tantos libros por abrir y tantas historias a las que podemos acercarnos. Esa parte final («cómo es que nos ven a los peruanos en la literatura») da mucho juego. ¿O era mucho JUGO?
¡Gracias! A veces pensamos causalidades como casualidades. Si te interesan los «Peruanos de ficcion» revisa mi web, hay una edición antigua que quien sabe pueda reeditar en algún momento: https://www.alejandroneyra.com/. A seguir leyendo =) A