Retrato del bandido adolescente


La pared de un Airbnb es excusa para asombrarnos con la vida de Billy the Kid


La noticia no podría ser más simplona, tan repetida que ni parece nueva: un abogado gringo llamado Frank Adams compró hace unos años un ferrotipo descolorido que mostraba a un grupo de vaqueros del Viejo Oeste. Le costó diez dólares, decoración barata y pintoresca para un departamento que alquilaba por Airbnb. La cosa se animó la mañana en que leyó que una foto de Billy the Kid acababa de ser subastada por casi cinco millones de dólares. Y ni siquiera se trataba propiamente de un retrato, sino de la captura de un descanso durante un juego de croquet. Era, sin embargo, la segunda imagen certificada del legendario bandido, y eso bastaba para darle un gran valor en el mercado de la memorabilia.

Adams corrió a buscar su ferrotipo ―que es una fotografía de positivo directo sobre una plancha de metal― y cuenta que se quedó mirándolo, y mirándolo, y mirándolo mientras los cinco tipos que tenía en la mano lo miraban a él. ¿Quiénes formaban esa pandilla de malcarados? Eran jóvenes pero parecían ajados, desnutridos, sucios. Estaba el que lucía un revólver, cuatro llevaban bigote y tenían el ceño de bravos perdonavidas. Solo uno, el lampiño, parecía disfrutar la pose mientras mostraba unos billetes en la mano. Todos parecían tener los ojos más allá del lente de la cámara y de Adams, en el destino.

Un vistazo a Google azuzó la excitación del abogado: el flaco imberbe se parecía mucho al Kid, mientras que el hombre de la esquina inferior izquierda resultaba muy similar al sheriff Pat Garrett, de quien existen más retratos. Durante los siguientes meses Adams contrató a los mejores especialistas, quienes confirmaron sus sospechas, para luego comenzar a vivir la dulce espera de la subasta que lo hará rico a costa de un puñado de canallas que decidieron inmortalizarse en algún momento entre 1876 y 1878.

Ahora bien, dejando de lado el golpe de suerte, además de una nueva aparición post mórtem de Billy the Kid, lo sorprendente de la foto radica en la presencia de Garrett, pues revela que el tipo que persiguió obsesivamente, cazó y mató al enfant terrible del Oeste, si no su amigo, alguna vez fue al menos su compinche.

Estaremos todos de acuerdo en que pretender asir la historia y narrarla como verdad es una empresa destinada al fracaso. Con retazos y versiones apenas nos queda especular sobre el pasado, suponer, hacer ficción. 

De Billy the Kid solo sabemos que no sabemos nada. O casi nada fehaciente, salvo un par de episodios y su aspecto, que por cierto lo ponía más cerca del cretinismo que de encarnar al efebo salvaje del Salvaje Oeste, esa suerte de Rimbaud con rifle a la medida de la fábula. El bandolero feroz que vivió deprisa y murió siendo menor de edad fue más que cualquier otra cosa un paradigma.

Ni siquiera tenemos la certeza de su nombre de pila, pero podríamos salir del paso diciendo que se llamaba William Henry McCarthy. También, que nació en noviembre de 1859 (o 1861). Esto pudo ocurrir en Misuri o en Indiana, pero acordemos con Borges que fue “en un conventillo subterráneo de Nueva York”, escala de todos los irlandeses. Lo que sucedió entre entonces y su llegada a Nuevo México conforma una maraña de datos tan brumosa como contradictoria: marchas forzadas, muerte de la madre por tuberculosis, depresión, aventuras de niño pandillero, un pícaro putañero y encantador, odioso, cruel, chispeante, estúpido, culto, ludópata, racista o genial según la fuente. Quizá pasó su primera noche en prisión (y fugó) tras robar una lavandería china en Silver City, se volvió cuatrero, o mató a un patán gigante de nombre Cahill, en Arizona; pero lo cierto es que para 1877 McCarthy ―o Bonney, o Antrim, o Harrigan― ya estaba en el condado de Lincoln.

Ahí intentó robarle los caballos a un comerciante y ranchero inglés de 24 años llamado Tunstall, quien, en lugar de enviarlo a la cárcel, lo acogió como a un hermano menor. Billy y un grupo de muchachos pasaron a trabajar para él en un tiempo en que Tunstall pagaba su derecho de piso en esa localidad, hasta entonces dominada económica y políticamente por un tal Murphy. Lo que empezó como una competencia por romper el monopolio devino en tragedia el día que el sheriff William Brady y un piquete de esbirros, todos a sueldo de Murphy, asesinaron a sangre fría al inglés. Billy y sus compañeros juraron vengar al único sujeto que los había tratado con afecto, y esto dio inicio a la que se recuerda como la Guerra de Lincoln, dos años de violencia desmedida que para el Kid llegaron a su clímax la mañana de abril de 1878 en que, junto a dos de sus compañeros, emboscaron a Brady en pleno pueblo.

El sheriff recibió 16 balazos, sin la seguridad de que salieran del arma de nuestro antihéroe. Este tampoco se quedó para averiguarlo. Tras una batalla de cinco días y mucha sangre, Billy the Kid escapó de una casa en llamas. Desde entonces le achacaron todos los crímenes de su bando.

McCarthy se dedicó al cuatrerismo a salto de mata mientras ocupaba el puesto 14 de la lista de los más buscados de la Unión: se ofrecía mil dólares por él, vivo o no. Fue entonces que el gobernador de Nuevo México, Lewis Wallace ―pronto autor del clásico Ben-Hur―, le ofreció una amnistía. Y el Kid, quizá agotado con menos de 20 años, se entregó. Sin embargo, la justicia subyugada presionó al poder ejecutivo, y volvió a la cárcel. Y volvió a escaparse.

Aquí entra en escena Pat Garrett, excazador de búfalos; el viejo camarada, el nuevo sheriff. Por una recompensa extra de 500 dólares, este reunió a un grupo de cazadores y capturó a Billy en diciembre de 1880. La presión era muy fuerte, lo condenaron a la horca.

Pasó encerrado 14 meses esperando su ejecución, cuando en abril de 1881 se fugó nuevamente, esta vez matando a dos carceleros. Es fácil imaginar a Garrett tomándoselo entonces de manera personal, rabioso, partiendo otra vez a buscarlo en los caminos. La noche del 14 de julio todo terminó, al menos para el protagonista de este relato.

Sobre el fin de Billy the Kid también hay distintas versiones, desde la delación hasta la refriega viril; de la serena despedida (“Adiós, amigos”, en español, su voz entre borbotones de sangre) al disparo traidor. La noticia fue muy celebrada por la prensa, principal forjadora del mito de quien, se decía, había matado a 21 hombres, “uno por cada año de vida, sin contar mexicanos”. Solo hay, sin embargo, la seguridad de dos homicidios de su mano.

Por supuesto, hay quienes creen que no murió esa noche de julio, que un justo pagó por sus pecados. Bien entrado el siglo XX, un viejo loco y muy parecido al Kid que se hacía llamar Brushy Bill regresaba cada tanto a Nuevo México reclamando la amnistía prometida por el gobernador Wallace. Recientemente fue rechazado una vez más el indulto simbólico.

Pat Garrett fue asesinado en 1908 durante una confusa disputa de tierras. Tres años después se estrenó la primera película sobre Billy the Kid. El chiquillo bronco y desafortunado se volvió un personaje universal. Hoy, junto a Garrett, es además un fantasma congelado en una plancha de metal. Una condena eterna que cuesta millones.


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