La ciencia ficción nos señala un futuro posible en la película ‘Los últimos’
Si nos guiáramos por las series de televisión y las películas, creeríamos que los aliens únicamente visitan Nueva York, Londres o Washington. Al respecto, siempre pienso en películas como Hombres de negro, cuya oficina secreta se encuentra en el barrio neoyorquino de Brooklyn, o Día de la Independencia, que tiene como principal escenario la capital estadounidense. Pero con los años, la gran industria del cine ha buscado ofrecernos otro tipo de ficciones más allá del horizonte de Europa y Estados Unidos. En la famosa película Pantera Negra tenemos una historia con una propuesta panafricana y futurista, y más recientemente en Transformers: el despertar de las bestias (2023), vemos que el destino del planeta se define en los Andes peruanos.
No se trata solo de tener a Hollywood rodando películas por todo el mundo, sino también de promover la existencia de diferentes industrias cinematográficas que nos enriquezcan con creatividad y perspectivas distintas. Por ello, con motivo de su reciente adición a la plataforma Prime Video, quería compartir algunas impresiones de la película argentino-chilena Los últimos (2017), del director Luis Puenzo, también conocido por La historia oficial, ganadora del Óscar en 1986. La trama tiene como escenario Bolivia, o mejor dicho, lo que queda de ese país en un futuro distópico. Al parecer, las guerras y el cambio climático han generado una masiva crisis de refugiados y violencia, que al mismo tiempo ha beneficiado a unos pocos. El nombre de la protagonista, Yaku —interpretada por la actriz y modelo peruana Juana Burga—, significa ‘agua’ en quechua, y en esto podrían hallarse algunas pistas: la falta de este recurso podría ser el motor de aquel apocalíptico contexto y, al mismo tiempo, que la protagonista haya sido nombrada así podría entenderse como un signo de esperanza a pesar de la incertidumbre.
Yaku, una joven adolescente, se ve forzada a dejar a sus padres, quienes viven en el altiplano boliviano, rodeados de una laguna que ya no contiene agua. En aquel remoto lugar, la única manera de obtener algo para beber es generando pozos que ofrecen muy poco líquido, y que además están contaminados. Pero en la trama vamos aprendiendo que lo ocurrido en Bolivia es un efecto de intereses globales, crisis de salud, industrias armamentísticas y de realidad virtual, que también han generado resistencias clandestinas con el fin de retomar el poder perdido. Uno de los escenarios que aparece es El Alto, urbe vecina de La Paz, que en la vida real inició como una periferia de migrantes y ahora es una ciudad independiente y emporio comercial de las comunidades aymaras. Pero en la película, El Alto aparece como uno de los pocos lugares que no ha sufrido una destrucción total, siendo también donde hay remanentes de la resistencia.
En medio de esta trama distópica de víctimas, héroes y villanos, también hay presencia de diálogos en quechua, así como de costumbres de la vida andina cotidiana. La historia es bastante dinámica y también nos ofrece una propuesta de ciencia ficción pensada desde los Andes, con un mensaje sobre las posibles consecuencias de la crisis climática en nuestra región. A propósito de esta película, no está de más recordar que el Perú, según diferentes estudios, está entre los países más vulnerables al calentamiento global. Ojalá que esta cautivante película distópica —que también cuenta con la participación de Peter Lanzani y Natalia Oreiro— apenas quede en el terreno de la imaginación y la creatividad. En todo caso, es una invitación a imaginar el futuro que queremos forjar hoy.
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