Una observación sobre esos sesgos que nos hacen sentir superiores
Días antes de las recientes manifestaciones a nivel nacional en contra del gobierno de Dina Boluarte en particular y de nuestros actuales actores políticos en general, las redes sociales nos mostraron, como era de esperarse, muchas opiniones de peruanos que discrepaban con ellas. En mi recuento llegué a identificar a tres tipos de detractores: quienes parecen sentirse cómodos con regímenes de mano dura, aquellos que relacionan cualquier acto de protesta con el comunismo y hasta con la subversión terrorista, y quienes piensan que es mejor anteponer la calma que necesita la economía a la desesperación que provoca la injusticia. Obviamente, algunos de mis conocidos cumplían con la trifecta y no me resultó sorpresivo. Lo que sí llamó mi atención, aunque a estas alturas no debiera —esa costumbre de llamar “electarado” al electorado lo prueba—, es que no eran pocos los que para justificar sus razones menospreciaban la inteligencia de los marchantes.
Por ejemplo, uno de mis conocidos publicó una reflexión en la que llamaba «tontos útiles» a quienes iban a pasar horas de viaje desde sus regiones para protestar en Lima, pronosticando que iban a pasar hambre en la capital y que iban a regresar a sus hogares con cara de haber sido engañados por los organizadores de la marcha.
Es claro que esta interpretación, hecha desde un céntrico barrio limeño, exhibe el desdén de una clase acomodada y alejada de los resortes que han provocado estas marchas.
Para quienes le levantaron el pulgar a dicha publicación, los ciudadanos que vinieron desde lejos a protestar serían pobres borreguitos faltos de inteligencia, animalitos fáciles de manipular por dirigentes maquiavélicos que forman parte de un pacto mundial. Digamos que es la condescendencia colindando con el insulto. Sin embargo, mi conocido y quienes piensan como él no solo no se dan cuenta de que todos, absolutamente todos, estamos expuestos a relatos que nos gobiernan, y que ellos mismos, también, le hacen el amén a profetas de otras ideologías, sino que, desde su infinita vanidad producto de la ignorancia, desconocen lo que es vivir una vida penosa que a ellos no les ha tocado.
No son exactamente las ideas las que movilizan a alguien a protestar, sino las emociones que se pueden verbalizar a través de esas ideas: más que por el párrafo de un manifiesto, se marcha por miedo o por hartazgo. Y vaya si un compatriota racializado, que vive en regiones ninguneadas por Lima, y donde las autoridades roban en vez de hacer obras, no tiene motivos para mostrar su indignación, sin añadirle a ello la monstruosidad de haber visto morir a paisanos suyos por agentes del Estado sin que a los gobernantes de su país se les haya movido un músculo de la cara.
No se trata, pues, de borregos arreados, sino de conciudadanos que sufren postergaciones que a algunos no se les pasan por la cabeza, tal como a un congresista de la República tampoco se le pasan por la cabeza las razones por las que a los marchantes de Lima se les hace más cómoda la noche para protestar. «¿Por qué marchan a las 7 u 8 de la noche? Nosotros cuando marchábamos en contra de Pedro Castillo (…) era a plena luz del día, uno podía ir con su familia», dijo el congresista Cavero hace poco en una entrevista, deslizando que la oscuridad hacía más propicios los latrocinios y desmanes de los malos ciudadanos en una marcha que él, obviamente, no respaldó. Como limeño acomodado que es, no se le ocurre que la mayoría de sus conciudadanos tengan que ganarse la vida a diario y que no puedan dedicar las horas de sol a protestar: la gente con dinero solo piensa en él para acumularlo; mientras que para quienes viven al día, el dinero ocupa cada minuto de su vida, pues de ese cálculo omnipresente depende despertar con salud a la mañana siguiente.
No es casualidad que tanto esa persona que llamaba tontos a los manifestantes, como el congresista que los observaba con suspicacia, hayan estudiado en el mismo colegio.
Son el ejemplo de que la buena educación no se basa tanto en las asignaturas, sino en cómo desarrollar curiosidad y la observación del mundo con atención a nuestros sesgos. Ambos pueden haber tenido una buena formación en cuanto a transmisión de contenidos, pero no tanto en el desarrollo de la empatía; una falencia que, en vez de convertirnos en ciudadanos plenos del mundo, nos hace multiplicadores de arbitrariedades; miembros de un club donde se utilizan los contactos y recursos para blindar nuestra creencia de que nacimos mejores.
Dicho de otro modo, confesaré aquí mi propio sesgo: tiendo a pensar que más conocen de la vida quienes más privaciones han tenido.
Si esto es verdad, convendría preguntarnos quiénes son los verdaderos ignorantes en nuestro país.
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Muy buen podcast. Un Mandela, un Luther King, demostraron que son tan sabios como un egresado de Harvard o mucho más que un expresidente peruano como Toledo, PPK, García, etc, que habiendo estudiado en grandes universidades, ahora son la imagen de la deshonestidad.
Gracias, Juan. Es que la humanidad no se aprende leyendo materias. Un abrazo.
Buenísima reflexión . Mi sesgo : ignoramos mucho más de lo que creemos saber. El punto no es tanto donde están los ignorantes ( verdaderos o los que se hacen ) sino la mala intención con la que actúan ( o declaran ) Muchos corruptos no son ignorantes en lo que hacen., al contrario : son expertos en eso!
Interesante complemento, Jesús.
Gracias por eso y por leernos.