Los veranos de la vida


El recuerdo de una pandilla genial a orillas de una caleta al norte de Lima


Hay una anécdota famosa sobre el título del primer libro de Blanca Varela, y es más o menos así: cuenta que Octavio Paz, amigo y maestro de la poeta, no estaba a gusto con el nombre original, que era Puerto Supe. Le sonaba a figura rebuscada, la combinación de la palabra puerto y esa conjugación del verbo saber. “Pero ese puerto existe, Octavio”, le dijo ella. “Pues ahí tienes el título, Blanca”, le habría respondido el mexicano*.

A propósito de Ese puerto existe, aquel breve e intenso poemario de 1959, es menos conocida la razón de su escenario en dicha caleta de Barranca. En un texto aparecido en El Dominical en agosto de 2001, Varela confesaba la influencia vital y poética que ejerció José María Arguedas sobre ella: “A él le debe mi poesía no la forma ni la intención inmediata, sino su paisaje más profundo, algo semejante a la sangre o las raíces. Algo que más tarde, en París, se convirtió en mi primer poema legible y adulto, el cual titulé en secreto homenaje a él Puerto Supe”.

Vale decir que el influjo de Arguedas se soldó en dicha caleta, donde ambos y una serie de personajes coincidieron a mediados del siglo pasado en los que serían los veranos más felices de sus vidas.

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La historia de esa amistad, como suele suceder, se dio tras la intersección de distintos círculos: Varela conoció en San Marcos a los poetas Javier Sologuren y Jorge Eduardo Eielson, así como a quien se convertiría en su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo, y al factótum Sebastián Salazar Bondy. Todos ellos —y muchos más— se reunían en la peña Pancho Fierro: creada por las hermanas Alicia y Celia Bustamante en 1936, esta era apenas un departamento en la plazuela San Agustín, pero alojaba la mejor colección de arte popular y reunía cada noche a lo más luminoso de la cultura local. Celia Bustamante estaba casada con Arguedas, quien pese a su timidez terminó convirtiéndose en figura tutelar del lugar.

Entre la peña —donde se dio un interesante trasvase intelectual a la que sería la Generación del 50—, la vecindad —muchos artistas y creadores de entonces vivían en Santa Beatriz—proyectos colectivos como la revista Las Moradas —dirigida por Emilio Adolfo Westphalen, y donde Szyszlo y Carlos Cueto Fernandini ocupaban puestos editoriales— se terminaron de sellar los lazos. “Pero pasaba que, en verano, la peña se mudaba a Puerto Supe”, contaba Szyszlo.

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Según un testimonio de Nita Zapata Bustamante, su sobrina, Alicia Bustamante compró la casa en Puerto Supe “pensando especialmente en José María, quien tanto descanso necesitaba debido a su delicado sistema nervioso”. Era un típico rancho costero de unos 800 metros en una sola planta, de quincha, adobe y madera, que quedaba en el 420 de la calle Lima. Miraba el mar. Habría pagado seis mil soles por él.

Ahí, las hermanas Bustamante y Arguedas pasaron veinte veranos, entre 1943 y 1963.

En una carta enviada al educador Emilio Barrantes en marzo de 1944, Arguedas le contaba: “Es el puerto más lindo de la costa que yo conozco; es chiquito, tranquilo y con muchos sitios donde ir […] el agua del mar cambia de colores, desde el dorado brillante hasta el ópalo oscuro”. Pronto, el espíritu alegre y hospitalario de las hermanas, y la calidez encantadora de Arguedas —quienes, por dedicarse al magisterio, aprovechaban al máximo el sol de enero a marzo—, comenzaron a llenar la casa de amigos. Por ahí pasaron muchos veranos el mismo Barrantes, el poeta Manuel Moreno Jimeno, César Miró, Salazar Bondy, Jorge Puccinelli, Enrique Iturriaga, Enrique y Gertrud Solari, Luis Felipe Alarco, Nelly Varela —hermana de Blanca— y el arquitecto Ricardo Sarria; y por supuesto Emilio Adolfo y Judith Westphalen, Carlos Cueto Fernandini y Lilly Caballero —quien era también compañera de trabajo de Celia—, y Blanca Varela y Fernando de Szyszlo, además de otros amigos y familiares. 

“Venir a una playa tan linda, tan tranquila como esta, a la casa de unas personas tan admirables, compartir con ellos era un premio”, contó Szyszlo en 2012, cuando fue el invitado principal del festival de poesía Cielo Abierto de Barranca. Hay una fotografía de 1946 donde salen él y Arguedas con los torsos desnudos. Quizá el bigote del primero los acerca en apariencia, pero lo cierto es que se llevaban 14 años. Esa foto permaneció muchos años en el escritorio del artista.

Allí, en Puerto Supe, la pandilla pasaba casi todo el día en la playa, y recorriendo las que había alrededor. Trepaban cerros y recorrían las ruinas cercanas. Cuando no almorzaban en una fonda donde los trataban como reyes, las hermanas cocinaban delicioso —son recordados los guisos y las famosas mermeladas de ají, tomates y fresas que cultivaban en un huertito—, y charlaban mucho. Leían, escribían, hacían trabajos manuales, jugaban ajedrez. También, por supuesto, cantaban —Varela entonaba valses acompañada por la guitarra de Arguedas— y bailaban hasta el amanecer.

Szyszlo compró un terreno en un cerro cercano, pero nunca llegó a construir. Posteriormente le vendió el predio a Manuel Checa Solari, quien contrató a Ricardo Sarria para que diseñase una casa que aún se mantiene en pie. Hoy está ocupada por la capitanía del puerto. En 1949, Varela y Szyszlo se casaron, y ese mismo día partieron a París. Szyszlo contaba que se llevó consigo una foto del terreno. 

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Con la llegada de las primeras fábricas de harina de pescado, Arguedas dejó de veranear ahí. La calma se había quebrado. Este proceso lo animó a escribir una novela que no llegó a terminar, y que luego se publicaría como El zorro de arriba y el zorro de abajo. Poco después llegó el ocaso.

En una entrevista concedida a Enrique Planas, Szyszlo decía que la principal causa del fin de Arguedas se debía a su separación de Celia Bustamante. “Para él, ella era como un ancla, como su madre. José María se sintió perdido”. La pareja terminó su relación en 1964. En diciembre de 1968 murió Alicia. En un pasaje de sus memorias La vida sin dueño, el pintor contaba: “No vi a José en los últimos meses anteriores a su suicidio. Finalmente nos distanciamos […] Muerto José, Celia se quedó sola junto a su empleada de toda la vida, Neta, y comenzó a ir sola a la casita. Pasaba el fin de semana y regresaba. Una vez Celia no volvió el lunes. Neta dejó pasar unos días y viajó a buscarla. No la encontró en casa y […] preocupada, decidió ir a indagar a la comisaría de Barranca, donde le informaron que el único indicio podría ser una persona mayor atropellada en la carretera. Al no tener medios de identificarla, habían enterrado sus restos en la fosa común días atrás. Ese maravilloso trío de personas desapareció de esta forma tan terrible”.

El 20 de julio de 2017 una resolución directoral del Ministerio de Cultura informaba del inicio del proceso de la declaración de la casita de Puerto Supe como monumento integrante del patrimonio cultural de la nación”. Hoy está ocupada malamente, pero en proceso de desalojo. Una pared impide ver el mar.

En octubre de ese mismo año murió Fernando de Szyszlo, el último de los felices veraneantes. Ese puerto existe solo en el recuerdo.

*Una versión anterior de este texto fue publicada en el diario El Comercio en octubre de 2017.


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5 comentarios

  1. Ximena Salazar Lostaunau

    Estimado Dante: soy Ximena Salazar, hija de Sebastian Salazar Bondy, mi pregunta es qué quiso Ud. decir con “factótum”? Al buscarlo en el diccionario no me ha parecido el mejor concepto para describirlo, siendo el uno de los amigos más queridos del grupo que Ud. describe en su artículo. Tal vez me equivoque, pero usar palabras complejas, a veces, se presta a la mala interpretación, por eso le pregunto qué quiso decir Ud. Yo tengo esas historias de primera mano. Gracias

  2. Ximena Salazar

    Estimado Dante: Mi nombre es Ximena Salazar y soy hija de Sebastián Salazar Bondy. Conozco esas historias de primera mano, y muchas más de la «pandilla genial» como Ud. la llama. Mi pregunta es la siguiente: ¿Qué quiso Ud. decir con «factótum al describir a mi padre? Al buscar en el diccionario dada mi ignorancia, la definición que encuentro es bastante más que agraviante, para uno de los amigos más queridos y respetados del grupo que Ud. describe. Por eso le pregunto qué quiso decir Ud. Algunas veces colocar conceptos tan complejos en un artículo se presta a malinterpretaciones. Gracias.

  3. Carlos Arenas

    Que tal amigos de JUGO, como buen Supano me ha emocionado sobremanera la crónica de Dante Trujillo acerca de los entrañables veranos que este ilustre grupo de personajes disfrutaban en mi querido Puerto Supe. Me imagino verlos recorrer el malecón contemplando la bahia surcado de botes y boliches, deleitarse con la imagen del viejo faro que se erguía sobre el morro a la izquierda, o escalando el cerro que da a la playa del amor (pequeña y solitaria) y más allá alcanzar la inmensa playa que tiene como fondo la famosa Isla del Faraón. Los imagino aventurarse por el norte de la bahia y llegar a la caleta La Atarraya (la playa más hermosa de Supe). Cuantas veces ese grupo liderado por Blanca y Fernando habrán esperado al caer la tarde, tumbados sobre la arena, aquellos maravillosos ocasos (como tantas veces los aprecie desde la cima del Faraón o desde el Islote de La Atarraya). Que priviligeados y felices habrán sido Varela y compañía aquellos veranos mágicos tan nostálgicos, tan queridos, tan lejanos …

  4. Dina Neumann Puppi

    Pasé por Puerto Supe muchas veces, por razones de trabajo. Es o era, pues ya no he ido en los últimos años, un lugar mágico, de rico mar y aires, ni que decir su comida marina. Lo que Ud. cuenta, magistralmente, muestra un ambiente nostálgico para nuestro Perú actual. Personas de gran valor cultural y vivencial, que el Perú con su grandiosidad , ha sabido gestar. Cuánto anhela cualquier peruano medianamente culto, volver a esos tiempos. Espero podamos seguir teniendo escritos como éste, y que estos autores e invitados de Jugo, se vuelvan los escritores que nuevas generaciones evoquen, sin contar tristes desapariciones, sino elevando sus creaciones al mundo. Gracias.

  5. Cesar Garro

    Nada que debatir, tan solo aplaudir. Muchas gracias.

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