Lo que el río se llevó


La precariedad y las lluvias amenazan a los habitantes y los investigadores del Manu


Diego Rázuri es antropólogo de la PUCP e investigador del Centro Bartolomé de las Casas. Está abocado a los estudios de la Amazonía indígena. Marcos López también estudió Antropología en la PUCP y es magíster en Etnología y Antropología social por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Francia).
 


Esta es la segunda parte de la crónica que prometimos escribir hace unas semanas. En esta ocasión narrraremos cómo las intensas lluvias que se dieron durante febrero pasado afectaron la localidad de Boca Manu y las comunidades nativas ubicadas al interior del parque nacional. 

Las crecidas del río Manu han sido descomunales. Desde la histórica Boca Manu, capital distrital fundada en los tiempos del cauchero Fitzcarraldo, se perciben con nitidez los estragos de la inundación. Si bien las aguas no alcanzaron la misma fuerza que en otros puntos, su azote aquí se hizo sentir con mayor violencia. El río no solo arrancó los árboles de la tierra, sino que también destruyó buena parte de la frágil infraestructura: la comisaría y el municipio, a punto de claudicar antes del desastre, cedieron por completo ante la furia de la corriente. La cancha deportiva, testigo de encuentros y alegrías, se desmorona lentamente mientras el río Manu la va reclamando para sí.

Boca Manu, pequeño asentamiento que ha visto pasar incontables riadas, sabe bien de la erosión que estas provocan. Su área, menguante con cada crecida, se ve empujada cada vez más hacia atrás, obligando a sus moradores a retroceder junto con ella. El problema es que, a sus espaldas, se yergue el territorio de la comunidad nativa Isla de los Valles, despertando ya un sutil pero palpable resquemor entre ambos asentamientos. La población de Boca Manu esta compuesta principalmente por aquellos conocidos como “colonos”, descendientes de inmigrantes andinos que se mudaron a la selva décadas atrás. Son ellos quienes buscan activamente un lugar en dónde reasentarse, pues temen que la próxima crecida del río los deje sin viviendas y sin un lugar donde vivir. Desean que Isla de los Valles les done tierras para que puedan reubicarse, pero la comunidad no está dispuesta a obsequiar una parte de su territorio ancestral. 

Remontando el Manu, allá donde comienza el parque nacional, nos encontramos con una situación diferente. Al interior de esta zona se encuentran los centros de vigilancia de Limonal y Pakitsa. Ambos lograron resistir con mayor entereza el embate de las aguas. Emplazados en sitios estratégicos de difícil inundación, estos puestos se han erigido como nodos vitales por donde han transitado diversas embarcaciones en busca de provisiones y combustible, permitiendo así que la labor de los guardaparques prosiga. Desde estos lugares se ha proporcionado ayuda a la estación biológica de Cocha Cashu, así como a las comunidades nativas que existen al interior del parque nacional. 

Ambos centros de vigilancia fueron el primer refugio en el que pudieron descansar los miembros del equipo que evacuaron Cocha Cashu. Allí esperaron que descienda el nivel del río y, unos días después, navegaron río arriba en dirección a la estación biológica. Tras constatar los impactos que produjo la inundación, el equipo inició con los trabajos de reparación y mantenimiento, consiguiendo que la estación vuelva a operar. Jóvenes científicas ya se encuentran en Cocha Cashu investigando la fauna local.  

Más allá de la estación se encuentra la zona de uso especial reservada a las poblaciones matsigenkas. Estas se encuentran agrupadas en cuatro comunidades nativas reconocidas por el Estado: Sariguemenike, Yomibato, Tsirerishi y Tayakome. La situación de estos asentamientos indígenas es compleja porque, si bien las personas tienen derechos previos consuetudinarios y ancestrales sobre el territorio que habitan desde hace cientos de años, las leyes actuales no permiten que una comunidad ubicada en un área natural protegida pueda tener un título de propiedad. Esto es problemático porque no pueden disponer libremente de sus recursos, sino que requieren de permisos del Estado para realizar actividades de subsistencia como la pesca y la caza.

Estas comunidades nativas han sido duramente castigadas por las lluvias. No solo han perdido varias chacras a causa de la crecida, lo que afectó inevitablemente la economía familiar. También fueron afectados sus precarios asentamientos, lo que obligó a algunas familias a movilizarse en busca de un lugar en el que construir un nuevo asentamiento. Se desconoce, sin embargo, el impacto de la crecida en la dinámica de la fauna local y cómo este desastre afectó a otras actividades de subsistencia como la caza.

Lamentablemente no existen mecanismos eficaces para evaluar el impacto de estas recurrentes inundaciones en el interior del parque nacional del Manu. La distancia y la ausencia de una infraestructura de transporte fluvial hacen que sea muy difícil acceder a estas comunidades nativas. Es por ello que no existen hasta el momento investigaciones acerca de cómo este tipo de desastres naturales, que continuarán ocurriendo a causa del cambio climático, afectan las poblaciones matsigenkas. Sin un conocimiento de los impactos producidos por las crecidas del río es muy complicado elaborar planes de contingencia. Por lo que, en el futuro próximo, las familias indígenas parecieran encontrarse a merced del caprichoso retorno de estas turbulentas aguas.


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