Cuando un mal movimiento obliga a que repienses la vida
El lunes en la mañana hice un mal movimiento o me senté mucho tiempo de determinada manera, no sé; el hecho es que para la tarde tenía un dolor jodido en la parte baja de la espalda. No le presté atención —con esa fe en que los males se van solos si los ignoras, como pasa con los necios—, pero cuando se hizo de noche tuve que ir casi corriendo y casi cojeando a la farmacia, antes de que me pillase el toque de queda. Volví con diclofenaco y Dorixina Relax para tres días, confiando en que mi supuesta buena salud se podría encargar del resto. Y no. Mis movimientos siguieron viéndose muy limitados, suspiraba o de frente me quejaba cada vez que me levantaba, cambiaba de posición, ni qué decir cuando me agachaba. Me sentí viejo. El miércoles por la noche, cojeando e imposibilitado de correr, volví a la farmacia. La boticaria subió la apuesta a Debrox y Tensodox. Antes de irme a dormir me di cuenta de que ni siquiera sabía cómo se llama ese músculo lumbar que me tenía doblegado. Según Google, podrían ser el oblicuo abdominal exterior e interior. Viejo e ignorante de mi propia materia.
Esta madrugada me desperté atacado por el dolor, ya no solo de espalda, sino de panza, una acidez feroz. Pasé horas tratando de ver en la oscuridad y sintiéndome ya no solo viejo e ignorante, sino algo que me costó reconocer: frágil.
Frágil.
Como las piezas que se envuelven y se empacan con una etiqueta que dice frágil. Cuidado. Este lado arriba. Frágil.
Como lo que se quiebra, se rompe, se parte.
Como lo que quiña, se fractura, se raja.
Frágil, delicado.
Y mientras buscaba la posición menos incómoda que me procurara el sueño, reconocí, además, algo parecido a la vergüenza. Llevaba días quejándome como un nene que se siente anciano por un ridículo dolor de espalda, al tiempo que se reportaban decenas de miles de nuevos casos de COVID en el país y fallecían, por lo menos, unas mil personas más. Durante esas 72 horas me enteré de que una conocida que estimo se está recuperando a duras penas del mal, que el novio está crítico, que el hermano mayor de un colega espera el final en su casa porque no hay donde lo acepten y que murió el padre de una amiga. Y luego están los que miran impotentes cómo se disuelven sus ahorros, los que deben enfrentar la quiebra, aquellos que han perdido el trabajo y la ilusión.
Los biólogos —como los ingenieros o los pasteleros— saben que mientras más compleja es una estructura, resulta más frágil. Agregaría que la calidad de sus componentes y su capacidad de cohesión forman parte de dicha condición. Frágil es nuestro Estado. Frágil nuestra institucionalidad, frágil nuestro sistema sanitario. Nuestra democracia, las promesas que nos hacen, los discursos. Nuestra fe en que las cosas vayan a mejorar. Hoy vivimos una situación de tal grado de precariedad que nadie puede jurar que estará aquí dentro de una semana. Ni estar seguro de que encontrará una cama en cuidados intensivos u oxígeno si se contagia del virus, o si llegarán algún día las vacunas benditas. Al menos tres de cada 10 peruanos no le cree a ninguno de los candidatos presidenciales. Así de endeble es nuestro presente.
A lo mejor mi propia sensación de fragilidad es un reflejo de lo que pasa allá afuera, y mi cuerpo ya se cansó del encierro y la incertidumbre y el miedo. Quizá no soy tan resistente como me creía. La culpa es un sentimiento pocas veces útil, pero saberlo no hace que no la sienta. Será porque quizá mañana, si las drogas funcionan, podré retomar mi vida, mientras la de muchos, muchísimos, seguirá rompiéndose.
Con esta idea finalmente volví a quedarme dormido.
Y no desperté menos adolorido, pero sí con esta idea, el recuerdo de esa técnica-filosofía japonesa llamada kintsugi. Esta consiste en componer lo roto, generalmente cuencos y vasijas, con mucho cuidado y una especie de pegamento de oro. Lo frágil no se sobreprotege, pero tampoco se tira a la basura si se quiebra. Así, lo que se partió no vuelve a ser lo mismo, pero se convierte en una cosa nueva, a veces incluso más bella. Renace. Perdura.
Toca esperar que los medicamentos hagan su efecto, recuperar el ánimo, trocar la bronca estructural por alguna propuesta que sea útil para todos. Cuidar lo frágil. Velar por nuestra salud del cuerpo y del alma. Reparar lo roto. Aguantar. Seguir.
Que sentido artículo. Transmite mucha emoción (y no sólo por el dolor de espalda). Esa emoción que, creo yo, sentimos todos (o casi todos) los peruanos en este momento. Al kintsugi, le agregaría otro concepto japonés, el mono no aware. Literalmente significa “el pathos de las cosas», pero es traducido como «una empatía hacia las cosas», apela a entender la transitoriedad de las cosas con un sentimiento de belleza y finitud. En eso estoy, tratando de ver la belleza en esta debacle.
Gracias. Conozco un poco del mono no ware también, precioso, y cómo lo vinculan con la floración del cerezo. Traemos siempre de encontrar y ver la belleza también en la debacle
Me encanta esa parte que dice que lo roto no se tira, si no que se convierte en algo más hermoso, en eso debemos convertirnos echando mano a nuestra resiliencia: en algo más hermoso después de tanta adversidad, sé que decir esto es un cliché pero igual, en momentos difíciles, hasta los clichés sirven para dar un poquito de luz
El medicamento es para el síntoma del dolor, pero te malogra el estómago. Lo que te está señalando que hay un camino distinto que debes seguir. Para que esa espalda, ese tronco que nos sostiene, pueda también respirar.
Bonito. Gracias.
Un cliché, además, siempre nace de algo verdadero. Gracias.
me encantó! me hizo pensar en cuanta fragilidad sin saberlo y asignándosela solo a las cosas materiales.
Cuando pase el dolor haz gimnasia al levantarte. Procura evitar permanecer mucho tiempo en la misma posición.
Y para el ánimo, te recomiendo leer poesía y conversar con esa persona a la que extrañas (ahora que puedes).
Gracias. Y qué buenos consejos. La poesía siempre.
Gracias, Pilar, por leer
Tengo tres hernias y casi cincuenta años. Esos dolores los tengo super mapeados. Hace un par de semanas me visitaron nuevamente y al conocerme, me armé de valor para ir a una clínica cercana para que me inyecten el ya conocido coctel por tres días… ví de cerca el sufrimiento de los pacientes que ingresan por el virus y a esta fecha me siento tranquilo al descartar contagio por mi visita y poder volver «a mi normalidad».