Cuando una distopía de Netflix se parece mucho a un documental realista
Algo me interpeló la semana pasada mientras veía una serie: la ficción que estaba viendo superaba la realidad, pero por muy poco. En ella, una sociedad marcada dramáticamente por la desigualdad tenía sólo al 3% de sus integrantes viviendo en absoluta abundancia, mientras que el 97% vivía en condiciones de pobreza extrema.
La serie, titulada 3% y producida en Brasil para Netflix en 2016, me fue recomendada por una amiga como una narrativa distópica interesante. Yo entendía hasta entonces a la distopía como un escenario ficticio basado en el mismo mundo en que vivimos, pero con un futuro nefasto. Algo así como un universo paralelo con una exageración de lo malo de este. Sin embargo, a los 10 minutos del primer episodio, me preguntaba a mí misma: ¿qué tiene esto de distópico? ¿No es esta la realidad que viven hoy la mayoría de personas?
En mi búsqueda por respuestas encontré este análisis, titulado “Opresión y resistencias desde los márgenes (televisivos)” por Delicia Aguado (2018). A través de un artículo académico corto, la autora confirma algunas de mis dudas. El escenario ficticio futuro de la serie no es tan ficticio. La serie dialoga constantemente con la realidad que vivimos hoy en día. Por ejemplo, en el Mar Alto, donde vive el privilegiado 3% de la sociedad retratada, las personas no se reproducen. Esto atrae la atención hacia un dato del mundo real: las tasas descienden gradualmente en las zonas más ricas, mientras que aumentan en las más pobres. No es una coincidencia. La serie es, claramente, una crítica social producida en uno de los contextos más desiguales del mundo: el brasileño.
La trama, creada por Pedro Aguilera, presenta mucha pobreza, violencia y desigualdad, pero no todo es malo. El Mar Alto es muy bueno, un paraíso en la tierra. Es decir, hay una utopía dentro del escenario distópico. Irónicamente, distopía es el antónimo de utopía.
Tomás Moro, uno de los representantes más creativos del Renacimiento, fabuló en 1516 una sociedad donde reinaban la armonía y la igualdad, sin violencia ni pobreza. El libro en el que plasmó al detalle estas ideas fue titulado Utopía. Así se inició la idea de un sistema tan perfecto como inalcanzable. Actualmente, la palabra es usada como sinónimo de imposibilidad, aunque la definición exacta se refiere a planes, proyectos, doctrinas o sistemas de muy difícil realización.
La utopía creada por Moro no ha sido la única. Novelas, series y películas de ciencia ficción han creado para nuestro entretenimiento mundos imaginarios donde reinan la paz y la solidaridad. A la par, también han surgido detalladas descripciones de mundos donde todo sale mal. El planeta con escasez de agua, alimentos insuficientes, gobiernos globales autoritarios, entre otras consecuencias catastróficas, son ejemplos de narrativas distópicas, opuestas a la utopía. La obra emblemática de George Orwell, 1984, es la historia distópica más conocida. Estas narrativas, además de futuros nefastos, recurren a aspectos de nuestra realidad tangible, lo cual resulta escalofriante.
Cuando veo una película de terror con fantasmas o monstruos, me calmo a mí misma diciéndome que ninguno de ellos existe realmente. Como alguien que acostumbra estudiar las desigualdades en nuestra sociedad, no hay forma en la que pueda ver esta serie sin pensar que el monstruo de la pobreza extrema existe ahora y en este mismo mundo. El mensaje de la serie, según interpreto, es “si seguimos las pautas del sistema actual, podríamos llegar a estas consecuencias”. Casi como una advertencia.
¿Por qué escribir sobre una serie de ficción mientras el mundo como lo conocemos aparentemente se derrumba y volvemos a entrar en cuarentena? Precisamente, porque el mundo se derrumba, nos sentimos cada vez más cerca de escenarios distópicos creados inicialmente como “demasiado malos para ser reales”. O porque se derrumba, debemos pensar en cómo reconstruirlo: luego de aprender más sobre las distopías, las considero incluso un ejercicio útil para identificar lo que NO debemos hacer como sociedad. ¿Pero qué ocurre cuando la realidad desigualitaria corre más rápido que la ficción más bienintencionada? ¿Cómo desaparecer o debilitar a ese monstruo que se agiganta?
Señalarlo y denunciarlo, una y otra vez, es un buen comienzo.