¿Usted ya pensó cómo será el suyo?
Luego de ver el documental Dick Johnson is dead –por recomendación de Dante Trujillo– he quedado dulcemente consternado. La frecuencia con que uno piensa en la muerte suele ser inversamente proporcional a los años vividos: la primera vez que me detuve a reflexionar sobre ella fue a los nueve años, cuando un compañerito quedó huérfano de madre. A esa edad, la suya me pareció una tragedia inconmensurable, pero las muertes que de a pocos fueron llegando a mi familia y la lenta comprensión del desmoronamiento propio, de mis semejantes y de mis padres, me han llevado a tenerla presente con resignación. Obviamente, ahora que convivimos con una pandemia voraz, la muerte es un tópico que atraviesa todas las edades, pero desde una perspectiva histórica se trata de un hipo: la humanidad vive y vivirá negándola.
Aquí radica el valor de este documental, creado y grabado por Kirsten Johnson, la hija cineasta de Richard Johnson, un anciano estadounidense que va camino del sepulcro a causa de una enfermedad degenerativa. En este tipo de trances, lo bueno dentro de lo terrible es que, al contrario de las muertes súbitas, ofrecen oportunidad para las despedidas, y esta película es uno de los ejemplos más creativos para este tipo de rituales. El documental, por ejemplo, está salpicado de secuencias en las que Richard Johnson muere de formas absurdas con la ayuda de dobles profesionales que ayudan a hacer creíble la ilusión: un anticipo de lo inevitable lleno de humor negro.
Pero la secuencia que más me impactó es la del velorio del protagonista.
Al contrario de quienes se abstienen de nombrar los temas incómodos con la ilusión de que no se cumplan, siempre me ha parecido que nombrar a conciencia lo más temido es una buena forma de prepararse para ello. Usted y yo sabemos que, de todo aquello que tememos, lo más inexorable es la muerte. Vendrá. Usted morirá. Moriremos. Quién sabe si en este instante, mientras usted lee estas líneas, yo ya no esté: así de contundente puede ser.
No todos se obligan a hablar de ella como yo, por supuesto. Mi madre y mi novia se incomodan cuando me oyen conversar de mi muerte con mis hijas: cada vez que les recuerdo qué canción no deben poner en mi velorio; cuando discutimos si el ataud debe ponerse en nuestra sala o si conviene un velatorio, cuando les aseguro que me las arreglaré para jalarles las patas si alguna vez pelean por alguna de mis posesiones, cuando antes de cada viaje les recuerdo las instrucciones para que un banquero no se quede con lo que les corresponde.
Lo que nunca les he dicho es que mi fascinación por los velorios tiene una explicación razonable: para mí, suelen ser la medida de una vida.
Si el difunto tuvo una vida plena, quizá su velorio no vaya a ser apoteósico, pero estarán los que importan: una muralla de pechos encendidos que se acompañarán, recordarán juntos y, sobre todo, celebrarán un legado bueno. Si, por el contrario, el difunto tuvo una vida más superficial y disgregada, es probable que la mayor parte de la asistencia acuda por cumplir: se compartirán chismes, se intercambiarán tarjetas, y del muerto se dirán anécdotas que no necesariamente transformaron vidas.
Entonces, imitando a Richard Johnson en la película, me asomo al mío con curiosidad y algo de temor. ¿Cuál será el clima que terminará por asentarse? ¿Qué información obtendrán mis hijas de aquellos que me conocieron en un ámbito distinto? ¿Recibirán frases moldeadas por la etiqueta o escucharán testimonios auténticos? ¿Acudirá el amigo que una vez traicioné? ¿Aceptará al final mi vieja petición de perdón? ¿Se hablará con honestidad de lo malo y bueno que tuvo mi vida en vez de caer en los horribles lugares comunes? ¿Aparecerá ese tipo que alaba mi escritura en persona pero que se burla a mis espaldas, en un acto final de hipocresía?
A veces también fantaseo con los velorios de las personas que amo.
¿Tendrá O. un velorio al que acudirán sus hijos, reconciliados con él?
¿Tendrá P. un velorio digno y a la altura de su solidaridad?
¿Tendrá mi novia un velorio dulce y con más amores fructificados, muchos años después de que yo no esté?
No quiero morir, obviamente. No ahora.
Como muestra, testifico que el timbre de mi departamento acaba de sonar: es un oxímetro que he comprado para medir si se me está yendo la vida.
Antes de ir a recogerlo en la portería, vuelvo a recalcar todo lo que he querido decir: que vivamos como queramos que sea nuestro velorio.
Para tenerlo –y no ser enterrado con premura y en soledad–, es que tanto me estoy cuidando de esta caprichosa enfermedad.
Apuntado…veré el.documental. Yo lo único que le.pido a Dios es que jamás me haga ir al funeral de uno de mis hijos…los demás los acepto con resignación.
Más de acuerdo no podemos estar, Mercedes.
Un abrazo.
Si yo también espero que las fuerzas positivas del universo me lleven antes que a mis hijos.
En mi caso desde de era pequeño, escuché a mi madre hablar de su muerte, y de cómo debíamos realizarlo, en estos 80 años que ya los tiene ha cambiado de la forma y forma en que se deberá realizar, asimismo la partida de alguno de nuestros queridos familiares llegó sin esperarlo y me causo tremenda desolación y tristeza, solo espero que la mía llegue tranquila y sin causar problemas, tan discreta y solitaria como cuando llegue.
Crecí escuchando a mi padre hablar sobre su muerte, deseaba que sea algo rápido, siempre nos decía los hermanos deben estar unidos (3 matris-7hijos) y no pelear el día que Yo no esté, cuida a tu mamá, recuerdo de niña llorar por el hecho de pensar que él no estaría, le decía si tu mueres, yo me muero contigo. Crecí y seguía con la cantaleta de su muerte, de adolescente y adulta le decía deja para el velorio y ordena tus cosas….. Lo goce hasta mis 36 años, su velorio fue hermoso, hombre querido y amado….. Te Amo papá hasta el infinito y más allá…..
Gracias, Pilar, por compartir tus recuerdos.
Un gran abrazo.
Lindo … y real… hay pocos velorios en donde realmente sientes qué hay una despedida, en el de mi papi fue así, lo percibí de una manera que me llegó al corazón, yo, una hija que salió jovencita del hogar provinciano, caminé entre sus amigos sin que casi nadie me reconozca y logre sentir el cariño y la amistad de quienes lo estaban acompañando en ese último momento, se despedían de él sin casi sentirlo como despedida, con risas, anécdotas y los mejores recuerdos, seguían hablando de él en presente, yo creo que porque aún lo sentían entre ellos. en medio del dolor de saber que ya no lo tendré físicamente, sentir el cariño de sus amigos, su gente, fue maravilloso, y quisiera que la despedida a mis cenizas sea igual, (quiero que cremen mis restos , mis hijos se oponen, pero confío en todavía tener tiempo para convencerlos, pero esa es otra historia…)
Rossmary, gracias por compartir.
Tu papá vive también en tus hijos, ya comprenderán.
Me acordé de G.A. Bécquer
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
Gracias, Marco Antonio.
Cómo ayuda el arte en estos trances.
Un abrazo.
La muerte me ha llevado seres queridos, fantasear con ella es pretender ganarle, cosa imposible. La vida por lo tanto me ha enseñado rotundamente que se extingue y mejor es disfrutarla que sufrirá a pesar de todo a nuestra manera pero ser feliz.
Gracias, Jorge.
Ojalá «Carpe diem» se interiorizara más de lo que se repite.
Un abrazo.
Genial Gustavo como siempre. He pensado varias veces en eso y, de verdad, el sabor de tu velorio eres tú mismo. Es como tu fiesta de cumpleaños a la que no puedes asistir.
Querido Carlos, qué gusto encontrarte por aquí.
Una fiesta de cumpleaños en la que no lavarás los vasos, felizmente.
¡Abrazote!
Genial la forma de narrar tus miedos, con los que, estoy seguro, muchos nos identificamos. Gracias por la recomendación del documental. Ah por cierto, estoy seguro que en tu velorio, querido Gustavo, se hablará de tu sapiencia y tu afinada pluma; no faltará alguien que recuerde que fuiste el que hizo que se cambiara el nombre de “vigilante” por “yungay”…jaa. Gran abrazo
¡Gracias José!
Fuera de bromas, alguna vez he dicho que he escrito millones de palabras en mi vida, y que lo más probable es que la que más se relacione conmigo esa.
La TV le sigue ganando a los libros.
Un abrazo.
Excelente Gustavo, yo, a lo máximo que me he atrevido sobre la muerte es a escribir un relato que se titula «Déjenme morir en paz», en el que describo todas los cosas triviales (y no triviales), que me molestan ahora y que quisiera que no me las hagan saber o comenten. Por ejemplo que se quemó el foco de la cocina o que al carro de mi hija se le bajó una llanta o que mis primos están peleando y distanciados por la herencia de mi tío y me piden tomar partido, etc.
Pero llegar a describir mi velorio no lo había pensado. Lo tendré en cuenta.
Mis saludos
Muchas gracias, Jorge, ¡qué gusto que sigas escribiendo!
Un abrazo.
Querido Gustavo, no sé cómo llegará mi final, pero si fuera por una enfermedad en la que la morfina es la que aplaca tu dolor, te recomiendo que veas Las Invasiones Bárbaras de Denys Arcand, en lo referente a mi velatorio me gustaría que a los vayan les inviten un buen vino y que mis hijas elijan una foto en la que refleje alegría, como hicieron las hijas de mi hermano, pero sobretodo que estén ellas, ya que eso significa que no habré tenido que ir al de ellas, como muy bien dice Mercedes.
Te mando un fuerte abrazo
Antonio, gracias por recordarme esa tremenda película.
Un abrazo y larga vida a tus hijas.
Voy a ver el documental, no había pensado en mi velorio, quisiera que estén todas las personas que quiero familia, amigos/as auténticos de aquí y del extranjero, mientras tanto vivamos el ahora eterno, el presente, somos muy privilegiados, seamos agradecidos con la vida, esta pandemia puso en evidencia las enormes diferencias sociales, ojalá acabe pronto, necesitamos una tregua.
Tregua y abrazos, es lo que necesitamos.
Muchas gracias, Ana.
Yo empecé a pensar mucho más en la muerte cuando mi hijo de cinco años, luego del acostumbrado cuento nocturno, me preguntó: «¿Qué va a pasar cuando te mueras y yo quiera estar contigo?». Fue la manifestación más espontánea y dolorosa de mi propia muerte: su sufrimiento. Han pasado casi cinco años desde ese día y aún debo respirar hondo cuando lo recuerdo.
Gracias, Santiago.
Ahora que lo dices, somos padres para enseñarles a nuestros hijos a que puedan vivir sin nosotros.
Un abrazo.
Me identifiqué 100%… mi madre odia que hable al respecto y se niega a cumplir mi voluntad de aceptar la donación de mis órganos.
En fin… espero tener una larga vida…
Los órganos, ese es otro tema de índole cultural.
Gracias por el complemento, Janett.
¡Larga vida!
Totalmente de acuerdo, el tema también es cultural, para los anglosajones es mas natural, los latinos más supersticiosos no queremos llamarla…
todo planificado cuidando los detalles en lo mínimo, como buen conocedor de estos menesteres, de nuestro propio sepelio, como debe ser, sino quien lo hará, tal cual lo deseamos…