Un término que genera diferentes interpretaciones y que se ha perdido en la actual polarización
Es el mes de octubre, y su día 12 puede significar muchas cosas para los calendarios oficiales de cada país en las Américas. Hay para todos los gustos: mientras que en Guatemala se celebra el Día de la Hispanidad, en Bolivia se conmemora el Día de la Descolonización. Así, la web Statista generó una infografía que muestra las otras variantes y aquí van algunos nombres más: “Día del Encuentro de Dos Mundos” en Chile, el “Día de Cristóbal Colón” en Estados Unidos, “Día de la Nación Pluricultural” en México, entre otras. En nuestro país, el Perú, se llama “Día de los Pueblos Originarios y el Diálogo Intercultural”.
Cada uno de estos nombres tiene como fin interpretar el inicio de la llegada europea al continente americano en 1492 y su posterior conquista. Propongo clasificarlos o ubicarlos en tres grupos principales: el primero es de quienes buscan invitar a una reflexión de los efectos aún actuales de la colonización (racismo, discriminación, inequidad), razón por la cual sus nombres mencionan la “descolonización” y centran la conmemoración en los pueblos originarios. El segundo grupo pone énfasis en recordar este proceso como un “encuentro”. Muy probablemente, aquí la meta es reconocer que ahora existimos en sociedades multiculturales y/o mestizas, sin embargo así se desproblematiza el proceso histórico de cómo llegamos a esto: la esclavitud de personas afrodescendientes y el despojo territorial indígena, entre otras cosas. El último grupo, además de no ver problemas en los procesos de despojos, suele leer la conquista únicamente como un proceso civilizatorio y, por tanto, positivo, en donde los efectos ya mencionados serían apenas “costos” colaterales. En esta última agrupación hay un subgrupo en donde además existe un sentimiento de orgullo fanático que llega incluso a negar muertes, abusos y procesos de despojo. En los últimos años se hacen llamar “hispanistas”.
Aquellos autodenominados “hispanistas” han hecho de este término un símbolo de la llamada “batalla cultural” de internet, la cual está acompañada por narrativas de nostalgia del imperio español, banderas franquistas o imperiales (con la cruz de Borgoña), fotos con saludos fascistas, junto con un sinfín de fake news (o bulos) sobre que en América “nunca fuimos colonia”. Toda esta narrativa quedaría apenas en un meme si no fuera porque ha tenido eco en partidos de extrema derecha en América Latina y España.
Pero si investigamos un poquito más —y lo digo de manera literal, ya que bastaría con ir a Wikipedia— podemos aprender de las diferentes connotaciones que este término ha tenido a lo largo de la historia. Es posible nombrar a los próceres de la Independencia americana en los siglos XVIII y XIX, que se valieron del término “hispanismo” como una herramienta para entender los procesos históricos de este continente y gestar solidaridad para los procesos de emancipación. Y, volando un poco más a nuestros tiempos actuales, podemos pensar en las disciplinas académicas que estudian las regiones hispanohablantes y que a sus estudiosos denominan hispanistas. El Instituto Cervantes, reconocido centro de investigación basado en Madrid, tiene con todo sentido una web llamada Portal Del Hispanismo. En Estados Unidos, millones de personas de origen latinoamericano se autodenominan “hispanas”, y al hablar del orgullo por el hispanismo no están pensando en España, sino en las culturas de sus países en donde existe una predominancia del uso de la lengua española.
Las palabras modifican sus significados según el contexto y los fines, y vemos que claramente ese es el caso del hispanismo. El hecho de que ahora hablemos de una necesidad de reivindicar las voces e historias indígenas y afrodescendientes no debe entenderse como una negación de los complejos procesos históricos en las Américas que han aterrizado en la existencia de docenas de países en la región. La meta es buscar reconciliación y reparación frente a la inequidad. En ese contexto, claro que la hispanidad es un componente social con un rol e importancia, y por tanto no es “mala” de forma intrínseca. Debemos estar atentos a su distorsión por parte de ciertos grupos políticos extremistas que, en esta supuesta lucha discursiva, en realidad enmascaran el deseo de mantener privilegios y promover división social para su propio beneficio.
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