¿Fuimos colonias o reinos?


Una gran película sirve de excusa para analizar nuestro período colonial


Como cada octubre, hemos vuelto a recordar que ya han pasado más de quinientos años desde que los europeos llegaron a América para quedarse. El mes de la Raza, de la Hispanidad y hasta de la Resistencia renueva en cada generación la discusión sobre si el arribo de Cristóbal Colon constituyó un encuentro, un descubrimiento o una conquista. 

Los puntos de vista varían y en ocasiones llegan a ser diametralmente opuestos. Para algunos, los europeos en general —y los españoles en particular— trajeron cultura, un idioma y, sobre todo, una religión, y se encargaron de civilizar a las que no eran más que tribus salvajes dedicadas, entre otras perlas, al canibalismo. Para otros, sin embargo, este momento implicó el aniquilamiento de una forma de vida y de ver el mundo, y llevó al exterminio de millones de personas y al forzado traslado de millones de africanos a América. Es difícil encontrar entre estas visiones un punto medio, pero no podemos negar que tan cierto como que la conquista fue violenta y sangrienta, las culturas que encontraron los europeos fueron también dadas a los excesos y exterminios.

En todo caso, lo que se ha venido a debatir en estos días con mayor ímpetu es si lo que existió en la América hispana fueron colonias o se trató más bien de reinos. Quienes buscan reivindicar la presencia de los españoles en estas tierras se han dedicado a estudiar los 300 años en que la Corona ibérica dominó desde California hasta Tierra del Fuego en mayor o menor medida, prestando particular atención a la nomenclatura. Es por ello que arguyen que lo que se vivió en ese período no fue un régimen colonial, porque no hay ningún documento, hasta la Constitución de Cádiz de 1812, en el que se llame colonias o factorías a estos territorios y que precisamente la primera Carta de la Monarquía Hispánica especificó que los espacios americanos no eran ninguna de esas cosas.

Pero, ¿es suficiente quedarse con las nomenclaturas? Efectivamente, el Perú fue un virreinato, así como lo que posteriormente llegó a ser Colombia se llamó el Nuevo Reino de Granada, y Chile se conoció siempre como un reino. Sin embargo, ¿eran realmente reinos con capacidad de decidir, no digamos quiénes los gobernarían ya que se trató de una monarquía absoluta, sino de cómo debían de organizarse sus finanzas? Aquel período se conoce como Colonia, no porque así se hubiesen llamado los territorios, sino porque ninguna de las decisiones relevantes sobre cómo se debían organizar y gobernar esos espacios dependían de quienes ahí vivían, pues las decisiones se tomaban en la metrópolis. No solamente estaba prohibido que estos espacios comerciaran fuera de la Monarquía Hispánica, sino que tampoco les era posible hacerlo entre espacios coloniales. Las finanzas se pensaban para toda la Monarquía y era así que las minas subvencionaban a los puertos.

Esta capacidad de confundir las cosas con los nombres se aprecia de manera muy clara en la más reciente película de Martin Scorsese, Los Asesinos de la Luna (2023). En ella se narra un episodio verídico pero poco recordado de la matanza en Estados Unidos de los nativos de la nación Osage, que se convirtieron en multimillonarios cuando se encontró petróleo en el subsuelo de las reservaciones a donde se les había obligado a ir. Si bien en teoría ellos eran los dueños del petróleo, porque astutamente negociaron que esos derechos fuesen suyos cuando firmaron un acuerdo con el gobierno norteamericano cuando aceptaron moverse de sus tierras ancestrales, como no se les consideraba capaces de administrar su riqueza todos debían tener tutores blancos que autorizaran cada uno de sus gastos.

No fue hasta 1924 en que los nativos americanos se convirtieron en ciudadanos en los Estados Unidos y en algunos estados esto no fue suficiente para que tuvieran derecho a votar, algo que no se llegó a resolver del todo hasta 1965. Pero lo que vemos en la película es que, si bien en teoría los miembros de la nación Osage eran los dueños del petróleo, era muy poco el control real que lograban ejercer sobre su riqueza. Se trataba, sin duda, de una situación de colonialismo donde los sistemas de control capitalista se organizaban de tal manera que la libertad de los Osage fuera extremadamente limitada.

Otro aspecto apreciable en la cinta es que muchos de los blancos advenedizos que buscaban hacerse de los derechos sobre el petróleo se empezaron a casar con las mujeres de la nación Osage. Es sobre ello y las consecuencias de esos matrimonios por conveniencia que trata la cinta de Scorsese. Para no arruinarles la película y, más bien para animarlos a verla, diré solamente que de una manera magistral el director nos muestra la misera humana, la explotación y la codicia, así como la fortaleza y resiliencia de quienes se encuentran en una situación subalterna y de coloniaje.

Los primeros españoles que llegaron al Perú hicieron algo muy parecido a los protagonistas de la película y se casaron con las princesas incas con la esperanza de que su posición y jerarquía se respetaran en la nueva organización, dándoles así acceso a sus riquezas. De esta manera nace el mestizaje, pero no se puede realmente pensar que estas relaciones se dieron de una manera horizontal: no se trataba de iguales con los mismos derechos. Es ahí donde radica la colonialidad, en la desigualdad de condiciones.

Con este, mi artículo número 150 en Jugo, le pido a nuestros amables lectores y lectoras que dediquemos un tiempo a pensar juntos en la diferencia que hay entre las palabras que se usan para describir las cosas y la realidad de estas.


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