¿Por qué una isla al borde del círculo polar nos descubre más latinoamericanos?
Enfocarse en el contraste es uno de los artilugios más usados por la humanidad para asimilar lo que nos rodea. A mí, tal capacidad se me acentúa cuando viajo: recuerdo que en Japón llegué a pensar que la sociedad nipona debía ser la más opuesta a la peruana. Sin embargo, esta apreciación ha sido desplazada ahora que acabo de conocer Islandia.
La isla nos mostró ya desde la ventanilla un suelo cubierto de forraje seco inclinado por el viento que, cuando salimos del aeropuerto, nos golpeó con su soplo ártico. Ya que el taxi a Reikiavik costaba el equivalente a 130 euros y teníamos tiempo de sobra, mi novia y yo decidimos tomar el mucho más económico autobús público. Un conductor de una empresa de alquiler de autos que por ahí pasaba se ofreció a llevarnos hasta el paradero, donde una caja de vidrio nos iría a resguardar de las ráfagas, y aquel gesto amable se confirmó luego como un distintivo nacional que acompañó nuestra visita.
Cuando el bus llegó, puntualísimo, el conductor nos pidió colocar nuestro equipaje en la bodega ubicada entre las llantas. Luego, a lo largo de la hora y veinte de recorrido, el hombre dicharachero nos fue explicando algunos detalles curiosos del camino, como por ejemplo, que toda la zona del aeropuerto de Keflavik había sido una base militar estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial hasta 2006. Quién sabe, me dije en los días que siguieron, si buena parte de la música gringa de los 80 y 90 que se escucha en la radio y los bares de Islandia se debiera a su influencia. Una vez que nos tocó bajar en el centro de Reikiavik, le pedí al conductor que abriera la escotilla para sacar nuestras maletas y, sonriendo, nos indicó que procediéramos nomás, que la puerta del depósito no tenía pestillo. ¿Por qué los islandeses parecían siempre relajados, dispuestos a bromear y a no hacerse problemas?
Pronto lo resolveríamos.
En Islandia existe una particularidad que también he visto en otra isla considerada exótica: sus paisajes no muestran árboles. Según lo que nos explicó una guía —que, como todos sus paisanos, ejercía el don de la ironía—, los vikingos que se asentaron en Islandia antes que nadie la deforestaron para construir sus casas y embarcaciones. En Isla de Pascua ocurrió lo mismo con los polinesios que llegaron para habitarla.
Parece que hacia el siglo X, los clanes en Islandia vivían en conflicto constante y, sabiendo que de continuar así la tranquilidad siempre les sería esquiva, sus representantes decidieron reunirse una vez al año en Thingvellir, el mismo lugar apartado en el que hoy funciona el que es considerado el parlamento en funciones más antiguo del mundo, justo sobre la costura entre las placas tectónicas de Europa y Norteamérica. Fue curioso notar que en esa y otras llanuras cubiertas de musgo y azotadas por el viento no dejara de haber tomas de corriente para los modernísimos autos eléctricos que abundan en el país. ¿Cómo así un pedazo de tierra emergido del mar por violencia volcánica podía otorgarle esa prosperidad a sus habitantes? La pregunta resuena más cuando se es un latinoamericano que ha crecido escuchando la letanía sobre nuestras riquezas naturales, y la respuesta también se ensaya de acuerdo al contraste: es probable que la infinidad de recursos que tenemos en Latinoamérica sean un lastre maravilloso: allí donde cae una semilla y aparecen diez papayas, la sobrevivencia no depende tanto de ponerse de acuerdo.
Islandia no ostenta nuestra riqueza, aunque sí tiene pesca, algo de ganadería y en sus entrañas palpitan grandes concentraciones geotérmicas. Cuando sus líderes se propusieron convertir esa enorme fuente de vapores en energía renovable, todos salieron victoriosos: hasta el asfalto de sus pueblos se calienta en invierno gracias a ella. Aun así, los islandeses suelen burlarse de la mayoría de sus políticos. Los describen como gente que no logra avances, atrapada entre radicales de izquierda y derecha, lo cual indica que el atrincheramiento de los no moderados también ha llegado al círculo polar.
Vistos sus logros sociales, por lo tanto, no es de extrañar el buen humor y la paciencia de los islandeses aunque, la verdad sea dicha, tener pocos habitantes aporta mucho: Lima, la apiñada ciudad donde vivo, tiene 25 veces más habitantes que Islandia entera. A ello sumémosle que son descendientes de colonos que alcanzaron a ponerse de acuerdo en un momento particularmente violento de su historia. Que heredaron un espíritu cooperativo que es esencial para subsistir en una geografía tan retadora. Que los rigen instituciones que procuran la igualdad de oportunidades y que, como contraparte, no conocen las taras de las sociedades que nacieron del avasallamiento de una civilización sobre otra: ni el racismo, ni la desigualdad, ni la pobreza extrema han complejizado su interacción cotidiana, y por ello tienen más espacio en la cabeza para buscar soluciones prácticas. Por ejemplo, siendo una isla y teniendo tanta actividad marítima, ningún niño islandés se gradúa de primer grado sin saber desenvolverse en el agua: recuerdo haber pasado por un pueblito llamado Borg, de cien habitantes, que tenía una enorme piscina temperada para tal propósito. Digamos que en mi país, como en cualquier otro de Latinoamérica, la niñez afronta otras prioridades.
Al final, mi novia y yo despegamos de Islandia sin haber realizado uno de los sueños que nos había llevado hasta allá: admirar una aurora boreal. Digamos que, cual broma de los elementos digna de los islandeses, una nube portentosa no dejó de posarse nunca sobre la isla. No obstante, volvimos a nuestro país admirando otro tipo de fenómeno: el de la cooperación por encima de todo lo demás.
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Muy buen artículo descriptivo e interesante
Muchas gracias, Carmen.
Cariños.
Nuestra sociedad es la tormenta perfecta de la inviabilidad. Tiene todos los factores para seguir siéndolo. En Islandia se sobrevive al clima. En Lima sobrevivimos a nosotros mismos.
Pd: pudiste visitar el Snefels, el volcán de Saknussemm?
Gran resumen, Rodrigo, muchas gracias. Aunque duela.
¡No fui! Estaba a casi 3 horas por auto y teníamos el tiempo limitado.
Un abrazo.
Gran parte de los problemas del mundo han sido resueltos, ahora más que nunca con la tecnología podemos hurgar en las soluciones para adaptarlas a nuestro entorno. Todo es cuestión de ponerse de acuerdo a través del razonamiento y eso es lo más difícil.
Gracias, Jorge, por la reflexión.
En efecto, razonamiento y política a veces parecen lo más opuesto.
Un abrazo y gracias por leernos.