¡No quiero ser un dinosaurio!


Dos iniciativas peruanas son un ejemplo de ciencia al servicio de nuestra biodiversidad 


No me gusta ser catastrofista, pero debo decir que ya estamos viviendo la sexta extinción global de especies. 

A lo largo de la historia de la Tierra se han producido cinco sucesos de extinción masiva en las que desapareció el 90 % de las especies que existían, alterando la estructura ecológica y geográfica del globo. El evento más conocido es el del Cretácico-Terciario, que provocó la desaparición de los dinosaurios. En la actualidad, los científicos temen que nos encontremos en el epicentro de una sexta extinción, la cual, a diferencia de las anteriores que fueron causadas por eventos naturales, es el resultado del abuso de la naturaleza por parte de los seres humanos. En el tejido mágico de la naturaleza, todas las especies están interconectadas y esa red trófica que nos enseñaron en la escuela primaria no solo nos da de comer, sino también genera beneficios como el agua que bebemos y el aire que respiramos. Pero cuando una especie se extingue, o sus números disminuyen sustancialmente, las consecuencias afectan a otras criaturas y pueden desencadenar un efecto dominó que perturba todo el ecosistema, que ya no puede proporcionarnos los beneficios de los cuales gozamos. 

El Peru es un país de asombrosa biodiversidad. De hecho, ha sido reconocido como uno de los 17 países llamados “megadiversos” por ser poseedores, en conjunto, de más del 70 % de la biodiversidad del planeta. ¿Cómo protegerla de nuestra mano destructora? ¿Cómo ponerla en valor y al servicio de una economía que genere bienestar para todos? ¿Puede la ciencia ayudar a ello?

Recientemente he conocido dos iniciativas científicas con sello peruano que son un ejemplo de lo que puede y debe hacerse. Con tecnología de observación remota, el equipo de MapBiomas —liderado por el Instituto del Bien Común (IBC) y la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG)— realiza el mapeo de ecosistemas del Peru y analiza sus dinámicas en el tiempo. Su reciente informe “Mapeo Anual de Cobertura y Uso del Suelo en el Perú” ilustra el devenir de todos los biomas peruanos, con sus bosques, humedales, ríos, lagos, zonas costeras, desiertos. Tras procesar más de 150 mil imágenes Landsat con una resolución de 30 metros, ha generado la primera colección de mapas anuales de cobertura y uso del suelo para todo el territorio peruano para el periodo 1985–2021, poniéndola a disposición del público en una plataforma interactiva. 

El mapeo revela que, en 37 años, el Perú ha perdido 4 millones de hectáreas de vegetación natural, y ha aumentado una superficie equivalente en usos antrópicos, como agricultura, pasto, plantaciones forestales, infraestructura y minería. Respecto a 1985, el bioma Amazonía presentó el mayor crecimiento de áreas antrópicas (+75,6 %) con 2,5 millones de hectáreas de bosques sustituidas por pastos y cultivos y 57 mil hectáreas tomadas por la minería. El bosque seco perdió 300 mil hectáreas o casi el 10 % de su superficie, mientras el desierto costero vio encementar más de 116 mil hectáreas con nueva infraestructura. Mientras tanto, en los Andes las imágenes satelitales revelan que los glaciares se han reducido a la mitad de su extensión y también se han perdido casi 40 mil hectáreas de bofedales, esas zonas pantanosas que almacenan y regulan los flujos de agua. ¿Qué consecuencias tienen esos fenómenos sobre nuestra biodiversidad y sobre los servicios que nos presta?

Otro equipo de científicos que le está tomando el pulso a la biodiversidad del Perú es el del Laboratorio de Genómica y Bioinformática para la Biodiversidad de la Universidad Mayor de San Marcos (UNMSM), que identifica y caracteriza especies en diversos ecosistemas del país, como la ictiofauna del río Ucayali, la de los arrecifes costeros del norte del Perú, o la biodiversidad en el Área de Conservación Regional Cordillera Escalera de Tarapoto. Utilizando técnicas avanzadas de genómica y bioinformática, que incluyen una técnica llamada “código de barra de ADN”, procesa muestras de organismos vivos a nivel molecular, extrayendo y secuenciando sus genes. Esto permite distinguir especies morfológicamente muy similares e identificar la “diversidad oculta”, invisible al ojo humano. En pocos meses de trabajo, por ejemplo, los científicos sanmarquinos se han asombrado con el registro de más de 100 especies en el río Ucayali, incluyendo dos especies desconocidas por la ciencia y una nueva especie de bagre —Chaetostoma sp.—, aquel pececito muy utilizado en acuarismo. 

El equipo de la UNMSM está construyendo inventarios públicos de este mapeo genético de la biodiversidad y registrando las secuencias genéticas en una base de datos global: estas herramientas permiten complementar las grandes colecciones de organismos vivos bajo formol típicas de los museos de Historia Natural y pueden desempeñar un papel clave en el estudio y conservación de la biodiversidad. Esta información también sirve para el control del tráfico ilegal de especies, o para desnudar los casos de fraude, especialmente con especies marinas: ¿recuerdas ese ceviche de corvina que no te convencía? Es probable que, si lo hubieras analizado genéticamente, hubieras descubierto que era otra especie.

El Perú debe conservar la biodiversidad a todos los niveles —ecosistemas, especies y recursos genéticos— no solo para cumplir con la Convención Mundial de Diversidad Biológica que firmó allá en el lejano 1992, sino para ser un país con futuro. El año pasado, con otros 195 países, asumimos ambiciosas metas con el histórico acuerdo de Kunming-Montreal de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP15): proteger al menos el 30 % de la superficie del país y restaurar el 30 % de los ecosistemas degradados al 2030 (un acuerdo conocido como 30 por 30), además de reducir el vertido de nutrientes, pesticidas y productos químicos peligrosos que enferman nuestros ecosistemas. 

Así, ha llegado la hora de asumir esta agenda con seriedad y de fortalecer el trabajo de los valiosos científicos peruanos al servicio de la biodiversidad, para no convertirnos en otros dinosaurios.


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1 comentario

  1. PEDRO ALBERTO TOLEDO CHÁVEZ

    Muy bueno tu artículo Anna, para mí ha sido una novedad lo que indicas, y esperamos que estos trabajos y otros, se puedan replicar, y eviten otros dinosaurios

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