¿Es malo mantener los ojos abiertos?


Un alegato para reivindicar el término woke.


Habrán podido notar, a raíz de la controversia alrededor del congelamiento de fondos de USAID, que el término woke ha sido utilizado de manera despectiva en el discurso público, especialmente por sectores conservadores que buscan desacreditar cualquier mirada progresista. Pero woke, en su sentido original, significa estar despierto, ver lo que sucede a nuestro alrededor, escuchar y aprender. Y eso, lejos de ser un problema, es una necesidad.

El término woke proviene del inglés y es la forma en pasado del verbo wake (despertar). Su uso, en un contexto político y social,se remonta a la comunidad afroamericana en Estados Unidos. Desde al menos la década de 1930, la expresión stay woke(mantente despierto) era una advertencia entre personas negras para mantenerse alertas frente a la injusticia racial y la violencia. Tiempo después, con el auge del movimiento Black Lives Matter en la década de 2010—tras los asesinatos de Trayvon Martin, Michael Brown y George Floyd—, woke se convirtió en una consigna de resistencia. Ser woke significaba estar consciente de las estructuras de opresión y actuar en consecuencia. No era solo un término, sino una actitud frente al mundo.

A medida que el concepto se expandió más allá del antirracismo e inspiró luchas feministas, LGBTIQ y por la justicia climática, su impacto creció. Pero con ello también aumentó la resistencia de quienes se benefician del inmovilismo.

Como ha sucedido con otros conceptos ligados a la justicia social, woke se convirtió en blanco de una campaña de desprestigio. Medios conservadores y figuras políticas de derecha lo adoptaron como un término peyorativo. En sus discursos, woke pasó de significar conciencia social a ser sinónimo de «excesos del progresismo», «fragilidad» o incluso «imposición ideológica». Se convirtió en una muletilla para deslegitimar cualquier demanda de justicia, como si reconocer desigualdades fuera en sí mismo un problema.

Esta estrategia no es nueva ni exclusiva del mundo gringo. En Perú, por ejemplo, ya en los inicios del 2001, durante el gobierno de transición, los fujimoristas usaban el término «cívico» de manera despectiva para referirse a quienes luchaban por la democracia y apoyaban el gobierno de Valentín Paniagua. Querían convertir al civismo en una mala palabra.

Luego, hacia mediados de esa década, apareció el término caviar. Si bien nunca tuvo una connotación positiva —criticaba a las personas de izquierda con posiciones económicas acomodadas, como si fuese una contradicción—, también terminó siendo desvirtuado. Hoy en día, para algunos, cualquier persona que defienda derechos humanos, cuestione privilegios o critique la corrupción es un «caviar», sin importar su verdadera posición política o económica. Lo mismo ocurre con woke: la palabra ha dejado de significar un estado de conciencia y ha pasado a ser una etiqueta para descalificar a cualquiera que promueva el cambio.

La manipulación de estos términos es una herramienta política. Funciona porque permite evitar debates reales. Si se tacha de woke o de caviar a alguien, ya no es necesario discutir sus argumentos; basta con ridiculizar la etiqueta para descartarlos. Esto facilita la inacción y refuerza estructuras de poder que se resisten a ser cuestionadas.

Pero la verdad es que ser woke nunca fue ni será un insulto. Estar despierto implica ver lo que sucede en el mundo con claridad, cuestionar injusticias y estar dispuesto a aprender. Significa escuchar a quienes han sido marginados, reconocer que el cambio es posible y necesario. En una época donde la desinformación y el miedo buscan adormecernos, woke es más relevante que nunca. No se trata de adherirse a una ideología cerrada, sino de tener la capacidad de mirar la realidad con ojos abiertos, de ser críticos y compasivos a la vez.

Y, al final, quizás eso es lo que realmente molesta a quienes lo usan como descalificación: el hecho de que haya personas que se niegan a aceptar la injusticia como un estado natural de las cosas. Ser woke no es imponer, sino cuestionar. No es dogma, sino muestra de empatía.

Recuperar el significado original de woke es reafirmar la necesidad de tomar conciencia, de no renunciar al cambio y a la búsqueda de un mundo más justo. Ser woke es una necesidad en un mundo donde ser mujer implica un riesgo constante, donde tantas desaparecen y tantas mueren a manos de la violencia machista. Es un acto de responsabilidad en sociedades que aún niegan derechos a quienes forman parte de la diversidad sexual, que buscan hacerlos invisibles o someterlos a una vida de injusticias. Es una postura imprescindible frente al racismo, que sigue determinando quiénes pueden prosperar y quiénes deben luchar el doble para ser escuchados. Y es, además, una urgencia inaplazable ante la crisis climática, que no deja de mostrarse con devastador impacto, arrasando comunidades, exacerbando desigualdades y poniendo en jaque el futuro del planeta. 

Ser woke no es una moda ni una exageración: es una actitud para garantizar que la igualdad, el respeto y la dignidad sean realidades y no solo promesas vacías. Porque no basta con existir en el mundo, hay que mantenernos despiertos para actuar frente a las urgencias que lo agobian.


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1 comentario

  1. Viviana

    Que lindo es aprender, desprendiendo!!! Me encanta, no etiquetar, pero di darle nombre a las cosas o fenómeno. Ayer alguien intentó ofenderme o molestarme, llamándome Woke.. y no sabe, lo honrada que me sentí.
    Gracias por instruir

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