Y ahora le tocó al Smithsonian 


El gobierno de Trump lanza una nueva y peligrosa arremetida contra el pasado


Lo que viene sucediendo en Estados Unidos desde la llegada de Donald Trump al poder es una muestra muy clara de cómo el pasado y nuestra manera de comprenderlo son asuntos absolutamente políticos. Esta semana, una de las principales instituciones que custodia la forma en que se narra el pasado en los Estados Unidos, el Instituto Smithsonian, ha sufrido un ataque frontal.

En pocas palabras, Trump amenaza con cortar su financiamiento si no deja de lado su visión crítica sobre el pasado americano. El Smithsonian es un conglomerado de 21 museos, 21 bibliotecas, 14 centros educativos y de investigación, un zoológico, además de un número importante de monumentos, principalmente en la ciudad de Washington. Cuenta también con unos 200 museos afiliados en 47 estados, Puerto Rico y Panamá. Fue creado en 1846 con la donación del científico británico James Smithson y, a pesar de que no es oficialmente parte del gobierno federal porque depende de un fideicomiso, en la realidad casi dos terceras partes de su presupuesto de un billón de dólares proviene del Congreso.

El presidente ha dado una orden ejecutiva que lleva por título Restaurando la verdad y cordura a la Historia Americana. Ese 27 de marzo, Trump declaró una cruzada para responder a lo que él considera que ha sido un esfuerzo por reescribir la historia de su país “reemplazado hechos objetivos con una narrativa distorsionada dirigida por la ideología antes que por la verdad. Este movimiento revisionista busca socavar los grandes logros de los Estados Unidos presentando sus principios fundadores y hechos trascendentes bajo una luz desfavorable”.

Trump y sus allegados consideran que toda visión que critique el pasado en términos del trato a las personas esclavizadas, a los pueblos originarios, a las personas de diversos orígenes étnicos, así como a las mujeres, debe ser borrado, al igual que lo que llaman presentar a hombres como mujeres, haciendo referencia al tema trans. Consideran que la suya es una historia triunfante de avance de la libertad y los derechos individuales, y que cualquier atisbo de crítica no hace más que dividir a los estadounidenses y hacerlos sentir vergüenza cuando sus ideales siguen inspirando a millones. Trump también tienen en su mira al Parque de la Independencia Nacional en Filadelfia, lugar donde el próximo año se conmemorarán los 250 años de la declaración de la Independencia.

Vemos así, entonces, como el péndulo está virando de manera cada vez más acelerada a una lectura particular del pasado. Una que está particularmente reñida con la de la inclusión racial y sexual que caracterizó a su país desde la presidencia de Barak Obama y que ganó mucha más fuerza con las movilizaciones públicas que se desataron después de la muerte de George Floyd en mayo de 2020. La cuarta sección de la orden ejecutiva de Trump se ocupa justamente de revisar si se han cambiado o derribado estatuas desde enero del 2020, según dicen, “para perpetuar una falsa reconstrucción de la historia americana”.

El 16 de junio de 2020 publiqué en El Comercio un artículo que trataba, precisamente, sobre los miedos ante la caída de las estatuas. En ese momento comencé de la siguiente manera:

Ahora que las protestas sobre la injusticia racial se han extendido a todo el mundo y han llegado a derribar estatuas,muchos temen que se busque reescribir la historia. Sí, se trata de un proceso de reescritura porque, al fin y al cabo, esa es la labor de los historiadores, que la reescribimos desde el presente en cada generación, porque la historia es dinámica, no estática, y lo que importa son las preguntas que nos planteamos desde el presente para comprender el pasado. Pero la incomodidad de muchos ante la posible desaparición de bloques de metal y mármol es comprensible, hay pocas cosas más revolucionarias que derribar a los poderosos.

Lo que muestran Trump y sus administradores es, justamente, que no quieren aceptar la desaparición de su versión de la historia, a la que llaman verdad. Pero en realidad, lo que se construye como una “verdad histórica” es mucho más complejo, ya que siempre involucra algo político, cuya lectura nunca es neutral y que siempre se ejerce desde un punto de vista. 

Pero eso no hace que todo sea relativo y que todos los puntos de vista sean iguales. Los hechos siguen siendo los hechos, pero no es lo mismo decir que los Estados Unidos se crearon como un espacio para la libertad y felicidad de todos los hombres y nada más. Que, si bien los Estados Unidos se formaron como una nación de libertad, esta solo se aplicó a los hombres blancos, dueños de propiedades y de personas esclavizadas en muchos casos. Ambos enunciados son ciertos, pero lo que se dice con ellos es bastante diferente. De eso se trata esta pelea.

Y la lucha es tan intensa que ya vemos que académicos de Harvard y Yale han decidido mudarse a Canadá porque ven que la posibilidad de seguir investigando y estudiando los temas que hacen preguntas incomodas al poder y a Trump corren el riesgo de ser silenciados, como sucedió con la Universidad de Columbia, que cambió su posición para no perder el financiamiento del gobierno federal. A propósito de ello, la presidenta interina de esa universidad salió ayer intempestivamente de su puesto por aceptar los pedidos de la Casa Blanca.

En el caso de Harvard, se especula que las salidas han sido forzadas y, a pesar de que no hay detalles, este artículo del 28 de marzo del New York Times es bastante claro sobre las presiones que han vivido los académicos.

Jason Stanley fue mucho más claro cuando dio esta entrevista a The Guardian, en la que dijo que, si bien no tenía en principio problemas con Yale, considera que es tiempo de salir de los Estados Unidos, porque considera que el país corre el riesgo de convertirse en una dictadura fascista. El autor de ¿Cómo funciona el fascismoha aceptado un puesto en la Universidad de Toronto.

Quizá este solo hecho sea más contundente que cualquier otro argumento sobre la reescritura de la historia que se haya desplegado en este artículo. 


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