Dos tomates conversan


Un curioso diálogo sobre las recientes políticas anticiencia de Trump


Xabier Díaz de Cerio es periodista, español, y vive en Lima desde 1999. En 2004 fundó Fábrica de Ideas, estudio de comunicación visual que, con el tiempo, se ha especializado en proyectos de divulgación ambiental y sostenibilidad. Anteriormente fue director de arte del diario El Comercio y mucho antes, editor de infografía en Perfil y el Diario de Cuyo, ambos en Argentina. En último proyecto editorial, Abecedario climático peruano (Penguin Random House), profundiza sobre el poder que tienen las palabras frente a la emergencia climática.


Dos plantas de tomate conversan en el remoto laboratorio del doctor Toyota, ajenas al revuelo que están generando entre los asistentes del científico. Entre perplejos y cotillas, los investigadores afinan los sentidos para no perderse ni un instante de este intercambio informativo inédito. 

Hace pocas semanas que el equipo liderado por Masatsugu Toyota[1] logró registrar por primera vez que las plantas, cuando se sienten amenazadas, activan diversos mecanismos para alertar a sus vecinos verdes que se preparen para lo peor. Los tomates de esta historia han sido pillados mientras intercambiaban señales físicas y químicas, con cambios notables en su tonalidad y en los niveles de calcio celular, ya sea para advertirse sobre una posible plaga o para confesar su estrés ambiental. 

En este punto del texto, disculpen si me tomo una importante licencia literaria para imaginar cómo continúa esta apasionante conversación vegetal que los científicos de la Universidad de Saitama, en Japón, todavía no han logrado descifrar a cabalidad. Eso sí, les adelanto que, debido al clima de polarización creciente y para salvaguardar la identidad de los dos protagonistas, los llamaré tomate 1 y tomate 2.

—Nos están mirando —comenta tomate 1.

—Ya me di cuenta, cuando cambiaste de color —responde tomate 2.

—Pero no es vergüenza, sino que siento demasiado calor —aclara el más sonrosado.

—Se debe al cambio climático provocado por quienes ahora nos cultivan.

—¡Shhhhhh, tomate! Acabas de pronunciar una expresión prohibida.

—¡Qué dices! —exclama asombrado tomate 2.

Mientras esto sucede en Japón, uno de los países que invierte más en I+D en relación a su PBI, en los Estados Unidos, que también es líder en investigación, la ciencia ha entrado en cuarentena y palabras asociadas a ciertas disciplinas están siendo motivo de vigilancia extrema. El iconoclasta Trump, recién elegido presidente del país, firmaba una orden ejecutiva contra las iniciativas de diversidad, equidad e inclusión. Y no solo eso: la Casa Blanca ordenó congelar fondos para realizar una revisión ideológica de todas las subvenciones y préstamos federales aprobados a las diferentes —esta palabra también podría considerarse sospechosa— universidades públicas.

Esas medidas, aunque recientes, ya tienen consecuencias drásticas en la disminución del número de científicos en la planilla federal y de sus investigaciones. Los expertos temen que lo peor aún esté por venir, afectando al financiamiento de la investigación pública en Estados Unidos de instituciones como los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) y la Fundación Nacional de la Ciencia (NSF). 

El vicerrector de investigación de la Universidad de California, Roger Wakimoto, ha declarado que “es como si nos estuvieran golpeando desde todos los frentes”. Mientras que Sudip Parikh, director ejecutivo de la American Association for the Advancement of Science (AAAS), ha resumido su estado de ánimo en “angustia, ansiedad y, hasta cierto punto, dolor”. Todo esto después de escuchar a Donald Trump afirmar que estas medidas están pensadas para reducir el desperdicio y no la investigación.

La nueva ofensiva se ha ensañado con los programas e iniciativas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) que han sido fundamentales para la integración de estudiantes de distintos orígenes étnicos, géneros y capacidades. La Universidad de Florida, por ejemplo, con más de 55 mil alumnos, ha tenido que cerrar la oficina del director de Diversidad y destinar su presupuesto de cinco millones de dólares a la contratación de nuevos profesores, en cumplimiento de una normativa impulsada por el gobernador republicano Ron DeSantis.

—Resulta que ahora la diversidad está muy mal vista —dice tomate 1.

—Tú, por si acaso, nunca menciones que nuestra familia está compuesta por 17 variedades —advierte tomate 2—, y que la mayoría procedemos del Perú, donde nos domesticaron.

—¿Del Perú?, ¿Por eso entendemos quechua?

—¡Shhhhhh, tomate! 

Una de las disciplinas que está siendo más cuestionadas es la ciencia del clima. El nuevo gobierno ha exigido a la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) que deje de usar términos como “cambio climático”, o “calentamiento global”. Así, ha ordenado al personal que revise los textos de sus investigaciones con la intención de buscar términos como “ciencias del clima”, “energías limpias”, “gases de efecto invernadero” o “contaminación”, y evitarlos antes de reformular sus solicitudes de financiación en una clara medida de censura. De hecho, en el primer informe sobre el clima global publicado bajo el mandato de Donald Trump, los expertos de la NOAA han omitido el establecimiento de cualquier vínculo entre las temperaturas globales de enero y las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, en sus informes anteriores mensuales, era habitual encontrar referencias directas entre el cambio climático y la actividad humana.

Estas primeras medidas para desmantelar la política climática y energética del expresidente John Biden han afectado a los intercambios de información sobre el cambio climático entre la NOAA, y otras agencias científicas, como la NSF o la Agencia de Protección Ambiental. Además, están eliminando información crítica que hace referencia al clima de los portales del Departamento de Defensa, el Departamento de Estado y la Casa Blanca. También han puesto fin a las actividades, programas y operaciones relacionadas con la American Climate Cops, organismo enfocado en la prevención del cambio climático.

—¿Sabes que me está dando un ataque de ecoansiedad? Deberíamos advertir a otros

productos que están por entrar a sus mercados —dice el estresado tomate 1.

—Esos la van a tener más difícil. En cualquier momento les suben el precio de los pasajes

y les costará más entrar al país —responde tomate 2.

—¿Te refieres a los aranceles?

—Obvio, tomate. Pero eso será tema para otra conversación.

—¡Me parece increíble! Si no me fastidiara sacrificar mi pulpa, me lanzaría sobre su frente.

Mientras el mundo enfrenta temperaturas récord y fenómenos meteorológicos extremos —151 en 2024, según los expertos—, las medidas de la nueva administración norteamericana reflejan un profundo desinterés por enfrentar la emergencia climática. Más inquietante aún es el intento de manipular a la opinión pública y socavar la confianza en la ciencia climática basada en evidencias. Preocupa el intento de tapar el sol con un dedo impulsando campañas de desinformación en las que investigadores y ciudadanos nos veamos privados de información y herramientas necesarias para comprender y abordar la crisis climática de manera eficiente. 

Es un hecho incuestionable que la ciencia sin la sociedad no tiene sentido, pero la sociedad sin la participación de la ciencia está completamente perdida. Y de esta manera, mientras que en el laboratorio del doctor Toyota los investigadores han demostrado con evidencias científicas que dos tomates conversan, pareciera que los humanos estuviéramos a punto de perder esta notable y saludable capacidad.


[1] https://phys.org/news/2023-10-real-time-visualization-plant-plant-communications-airborne.html


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1 comentario

  1. Jorge Iván Pérez Silva

    Ha vuelto el lema «¡Muera la inteligencia!». Hasta los tomates reconocen el retorno del fascismo.

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