El gobierno “libertario” de Milei muestra su rostro ultraconservador
En su pasado jugo dominical, Natalia Sobrevilla mencionó la campaña para censurar libros en bibliotecas escolares apoyada por el gobierno argentino de Javier Milei, un tema en el que me gustaría profundizar debido a su gravedad. Entre los libros objeto de este intento de censura se encuentra Cometierra, de Dolores Reyes, una novela que aborda el feminicidio y la violencia de género a través de la historia de una joven con un don sobrenatural para encontrar personas desaparecidas. Este libro, finalista del Premio Nacional de Novela Sara Gallardo y del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, cuenta con múltiples ediciones, ha sido traducido a quince idiomas y actualmente está siendo adaptado a una serie para Amazon Prime.
Esta campaña fue iniciada desde la sociedad civil, donde una organización ultraconservadora acusó a los funcionarios públicos del gobierno de la provincia de Buenos Aires por el delito de corrupción de menores y abuso de autoridad. Señalan que se busca sexualizar a los escolares al distribuir estos libros en las bibliotecas escolares de su jurisdicción. La titular de esa organización ultraconservadora también declaró: «Los chicos tienen que leer libros para educar. Si quieren leer ficción, que lean en su casa».
Según las denuncias, Cometierra contiene temas “perturbadores” y “contrarios a los valores morales”, lo que justifica su exclusión del ámbito educativo. La vicepresidenta Victoria Villarruel, quien se ha sumado con entusiasmo a la campaña de censura, argumentó que se trata de proteger a los niños de contenidos «inmorales» y de una supuesta «agenda ideológica dañina» promovida por las autoridades de la provincia de Buenos Aires. La vicepresidenta utiliza constantemente frases similares a una que conocemos muy bien por estos lares: “con mis hijos no te metas”. Javier Milei acompaña la campaña, retuiteando desde su cuenta en X. Es el mismo presidente cuyo lema de campaña y de gobierno es “Viva la libertad, carajo”.
Por cierto, no está de más recordar que la provincia de Buenos Aires es actualmente el bastión de la oposición al gobierno “libertario”. La intención no puede ser más clara.
Quienes atacan que Cometierra y otros libros estén en las bibliotecas escolares olvidan mencionar que se indica que su lectura es para estudiantes de entre quince y diecisiete años. Me quedé pensando en qué libros leí en esa etapa de mi vida y ahora me pregunto si la vicepresidenta “libertaria” también pedirá que se retiren los libros de nuestro nobel Mario Vargas Llosa: los abusos sexuales en La fiesta del Chivo, la prostitución en Pantaleón y las visitadoras, y la escena de sexo con una gallina de La Ciudad y los perros deberían llevar a que la señora Villarruel y sus aliados tengan un surmenage. ¿Pedirán también que arranquen las páginas del cuento La Intrusa en el libro El Informe Brodie de Jorge Luis Borges, donde dos hermanos abusan de una misma mujer? ¿O acaso solo apuntan a los libros de autores con tendencias ideológicas que desprecian?
Esta delirante campaña en Argentina no es un hecho aislado, ni debe entenderse solo como una vil estrategia política. Se inserta en una tendencia global en la que movimientos ultraconservadores buscan limitar el acceso a obras literarias que desafían sus valores tradicionales o que abordan temas sociales incómodos. En Estados Unidos, por ejemplo, libros como Beloved de Toni Morrison y To Kill a Mockingbird de Harper Lee han sido objeto de censura en bibliotecas escolares. Beloved explora las heridas de la esclavitud, mientras que To Kill a Mockingbird aborda el racismo sistémico en el sur de Estados Unidos. En ambos casos, los argumentos para su exclusión incluyen preocupaciones por su contenido explícito o supuestamente inapropiado para menores. La censura de estas obras ha sido ampliamente criticada por limitar discusiones cruciales sobre desigualdad, discriminación y justicia social, temas que son fundamentales para la educación de las nuevas generaciones.
El caso de Cometierra no solo refleja un intento de censura y de aprovechamiento político, sino también una estrategia para reforzar una agenda ultraconservadora que rechaza cualquier forma de cuestionamiento a estructuras patriarcales y de poder. La eliminación de libros que abordan problemáticas contemporáneas como la violencia de género priva a los estudiantes de herramientas fundamentales para comprender y reflexionar sobre la realidad que los rodea. Más alarmante aún es el precedente que busca sentar: la utilización de la censura como política de Estado para restringir el acceso a conocimientos que desafían el statu quo.
Es necesario recordar que la literatura, lejos de ser una amenaza, es un vehículo para el pensamiento crítico, la empatía y la transformación social. Campañas como las promovidas por el gobierno “libertario” de Milei representan un ataque a estos valores fundamentales y, por ende, a la capacidad de la educación para formar ciudadanos informados y comprometidos. Frente a esta tendencia global de censura, la defensa de la libertad literaria no solo es una lucha por la cultura, sino también por la democracia misma. ¿Qué tipo de sociedad construimos cuando silenciamos las voces que nos invitan a cuestionarnos y crecer?
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