¿Y cómo se gestionará ahora el legado del fallecido escritor e intelectual?
El fallecimiento de Mario Vargas Llosa ha concitado un sentimiento casi unánime de pérdida y pesar. No ha sorprendido a casi nadie la reacción de una militancia izquierdista cegada por sus prejuicios, atascada en la dialéctica de la Guerra Fría, incapaz de reconocer en el escritor peruano un coraje formidable para enfrentarse a la opresión y defender las libertades. Quizás sigan sin perdonarle su temprano posicionamiento contra la Cuba que arremetió contra Heberto Padilla, más que sus últimos años cuestionables, en los que no dudó en aproximarse a quienes hoy representan —en nombre de la libertad, tremenda paradoja— todo lo que él siempre había detestado, y contra lo que había luchado.
Sea como sea, se veía venir el análisis simplista, rencoroso y mezquino de quienes sólo separan al personaje de la obra cuando les conviene o interesa, negados para ver en su conjunto la obra formidable del peruano, su contribución decisiva a las letras hispanas, su compromiso con causas justas a lo largo de casi toda su vida. Puede ser difícil borrar sus últimos posicionamientos, olvidar algunas de sus declaraciones y apoyos públicos, pero su muerte ha permitido conocer muchos detalles privados y anónimos de su vida, hasta ahora desconocidos: una galaxia de escritores de toda Hispanoamérica ha compartido en las redes sociales sus propios y más íntimos recuerdos personales, y en todos ellos, sin excepción, se destaca la generosidad de Vargas Llosa, su permanente disponibilidad, su apoyo a los talentos más jóvenes y su denodado espíritu de utilizar el poder e influencia de su palabra, de sus gestos, de sus escritos, para tratar de empujar en la dirección correcta.
Sobre todo esto ha escrito, por ejemplo, el peruano Gustavo Rodríguez en un estupendo artículo —Vargas Llosa, el oceánico— publicado en el diario colombiano El Tiempo. Mi querido amigo y compatriota español, Miguel Moreta Lara, escribió que quizás Vargas Llosa sea, “como Borges dijo de Quevedo, más que un escritor, una literatura”. Me interesó mucho el reposado análisis que hizo Diego Trelles Paz en su muro de Facebook. Y también leí —porque las busqué— las opiniones de Gustavo Faverón, Rafael Dummet, Víctor Ruiz Velasco, Guillermo Niño de Guzmán, Augusto Effio, Jhemy Tineo Mulatillo, Claudia Salazar Jiménez, Enmanuel Grau, Renato Cisneros, la cuenta “El vicio impune de leer”, y un largo etcétera de autores peruanos a los que sigo de manera habitual, sobre todo en Facebook. En todas ellas encontré respeto y reconocimiento por el autor y su obra, y la certeza de que Vargas Llosa había ayudado siempre a quien se lo había pedido, o a quien consideraba que lo podía necesitar.
La cuestión, ahora, es compleja. Se trata de gestionar su legado intelectual, porque el material no interesa, no es de nuestra incumbencia, pertenece a la esfera familiar y privada. ¿Cómo será en el futuro no muy lejano la gestión de las ideas y las obras del gigante peruano? ¿Se alinearán con el defensor de las libertades, el impulsor de los jóvenes, el caballero generoso y educado, siempre dispuesto a dedicar unos minutos a quien se lo solicitaba? ¿O girará la memoria de don Mario alrededor de los postulados, artículos y abrazos de sus últimos años públicos, alimentada con el dinero recolectado por los dirigentes apenas leídos que se quedan huérfanos —en España, en Perú, en Argentina, en Chile— de su acerada brillantez intelectual?
El asunto no es menor, porque estamos hablando de un referente de la literatura mundial en castellano, del último superviviente del Boom, del Premio Nobel, del ganador merecido de todos los reconocimientos posibles desde sus más juveniles inicios narrativos. Y aunque pueda parecer una provocación, que no lo es, un buen ejemplo a seguir podría ser el de la Fundación Gabo, fundada en 1995, renovada hace unos años, y dedicada a la promoción y defensa del llamado Nuevo Periodismo Iberoamericano.
Quizás sea una referencia provocadora, no lo sé, pero desde hace muchos años sigo de cerca y con pasión el trabajo brillante de esta fundación para ayudar a los periodistas que arriesgan su vida por denunciar los abusos del poder, plantando cara a la corrupción política y empresarial, denunciando los desastres ambientales derivados de la codicia económica, favoreciendo al fortalecimiento de los medios independientes y la construcción de una sociedad civil formada e informada. Y ante la sombra inspiradora del legado de García Márquez cabe preguntarse con inquietud hacia dónde dirigirán sus pasos los albaceas intelectuales de Vargas Llosa, y si corresponderá a la Fundación Internacional por la Libertad marcar las pautas, dirigir los próximos pasos, reivindicar sólo una parte minoritaria de las ideas y —sobre todo— de los actos y hechos y ejemplos del escritor ya tan añorado. Porque la herencia inmaterial de Vargas Llosa —como el legado de tantos hombres de letras admirables, desde Ángel González a Roberto Bolaño, desde Rafael Alberti a Camilo José Cela— puede ser una puerta que se abre o una lanza que se arroja, un abrazo de acogida o un negocio en ciernes. Ya hemos vivido tantos episodios de rapiña económica e intelectual que a nadie puede pillar por sorpresa este pequeño manifiesto preventivo. Quizás la Cátedra Vargas Llosa, su dirección y su Consejo de Honor, que han venido haciendo una labor honrosa de la mano con el fallecido escritor, tengan mucho que decir sobre cómo adentrarse, a partir de ahora, en este jardín de senderos que se bifurcan.
Y es que quienes admiramos la literatura, la trayectoria, el compromiso y el ejemplo de Mario Vargas Llosa también debemos de alguna manera intervenir, aunque sea desde la periferia, en el devenir de su recuerdo y la gestión de su memoria: puede ponerse al servicio de los verdaderos ideales de la libertad contra el poder autoritario, y a favor de quienes pueden ser aplastados sin defensa posible ni miramientos —como es hoy el caso de los inmigrantes perseguidos por la administración Trump—, o puede ponerse al servicio de los intereses espurios de esas élites políticas que sólo le abrazaron porque su figura les ungía de la solvencia intelectual que tanto anhelaban. Vargas Llosa es patrimonio de la humanidad, lo es su obra y lo es su defensa apasionada de la verdadera libertad. Ojalá que su legado tenga en cuenta todo aquello que hizo y que le convirtió en un ser humano único e irrepetible. Velaremos armas.
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