El saber tiene muchas formas y en países como el Perú las estamos desperdiciando
En mi rol como educador hay una frase atribuida a Albert Einstein que me gusta tener presente: “Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, pensará toda la vida que es un inútil”. Así, recuerdo a mis estudiantes y en cómo sus intereses y experiencias de vida enriquecen las discusiones y temáticas en clase. En contraste, décadas atrás se creía que el rol de los profesores era únicamente impartir conocimiento de forma unilateral, cuando también es importante ser un facilitador de ideas y plataformas para la creatividad, reconociendo que cada estudiante puede contar con diferentes talentos y modos de aprendizaje. Es en este contexto que los espacios educativos se están repensando y diversificando.
Las universidades son importantes espacios de profesionalización, pero también de generación de conocimiento. En Perú, salvo contadas excepciones, esto último no es muy palpable debido a una serie de intereses económicos y de poder, como lo muestra el proceso de desmantelamiento de la SUNEDU y la creación indiscriminada de universidades sin criterio técnico. Pero, incluso así,debemos tener como horizonte que la educación superior es más que una fábrica expendedora de diplomas. La universidad cambia la vida de muchas personas, en especial a las llamadas de ‘primera generación’, aquellas que son las primeras en sus familias en cursar estudios universitarios.
El sistema universitario no se presenta de manera homogénea. Más allá de la clasificación en universidades públicas y privadas, también están aquellas con enfoques específicos, como universidades agrarias, tecnológicas, de ciencias médicas o empresariales. Y, en un aspecto más específico, existen las universidades interculturales. En nuestro país existen cuatro, todas de carácter público: Universidad Nacional Intercultural de la Amazonía-UNIA (Pucallpa), Universidad Nacional Intercultural de Quillabamba (Región Cusco), la Universidad Nacional Intercultural Fabiola Salazar de Leguía (Bagua, Amazonas) y la Universidad Nacional Intercultural de la Selva Central Juan Santos Atahualpa (Satipo, Junín).
Como señala el investigador Óscar García Zárate, las universidades interculturales garantizan “el reconocimiento del Perú como un país diverso, pluricultural y multilingüe”. ¿Y eso cómo sucede? Primero, porque son espacios educativos que intencionalmente buscan reclutar a estudiantes de poblaciones marginalizadas, pero no solo se quedan en ese aspecto: también buscan ofrecer una currícula que valide y promueva saberes de comunidades indígenas y que, por tanto, también ofrezca herramientas para luchas contra la discriminación. Estos espacios son el fruto de largas demandas de activistas indígenas en busca de una autodeterminación educativa que no siga únicamente directivas de asimilación, sino también de empoderamiento y respeto. Esto además está en sintonía con la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas ONU de 2007: “Los pueblos indígenas tienen derecho a establecer y controlar sus sistemas e instituciones docentes que impartan educación en sus propios idiomas, en consonancia con sus métodos culturales de enseñanza y aprendizaje”.
A veces, cuando se discute el tema de la educación intercultural, generalmente se piensa en educación básica y secundaria, pero una vez terminadas estas etapas la expectativa es que se ‘asimilen’. Con la presencia de universidades interculturales se busca cerrar el círculo hasta la educación superior. Países en la región como México, Bolivia o Brasil nos llevan la delantera en esto. Mientras que en Perú una sustentación de tesis en quechua o aymara es una noticia que genera expectativa y titulares —y enhorabuena que así sea—, en la Universidad Mayor de San Simón en Cochabamba es cosa de todos los años.
Generar y apoyar estas plataformas de educación intercultural tiene como fin principal apoyar y empoderar a las comunidades indígenas, pero también nos beneficia a todos como sociedad: se están promoviendo espacios para la innovación en otras formas del saber. Hace unos días tuve la oportunidad de ofrecer una charla en un seminario organizado por la UNIA – Pucallpa, y pude escuchar a jóvenes estudiantes que están ansiosos por contribuir a la sociedad con sus conocimientos tradicionales. No es ningún secreto que hay muchos saberes de agricultura, arqueología, plantas medicinales, y preservación del medio ambiente que muchas veces son hurtados por instituciones foráneas que visitan nuestro país, sin reconocerle el crédito a las comunidades locales. El país pierde opciones de patentes, iniciativas de emprendimiento o proyectos energéticos, pero, sobre todo, la oportunidad de que nuestra cultura sea entendida en una dimensión más amplia. Y con ello, cerrar la brecha de desigualdad.
Históricamente, las relaciones entre las comunidades originarias y los estados han tenido un cariz tenso, contradictorio y abusivo.Estos espacios educativos interculturales ofrecen la posibilidad de reconstruir esa relación en términos más justos, donde se reconozcan las demandas, saberes y estilos de vida de millones de personas en el Perú, sin invalidarlos de forma automática. Esperemos que los gobiernos regionales y nacionales de turno no dejen de notar el potencial que tienen las universidades interculturales para nuestra nación.
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