Una tregua de Navidad 


Conflictos siempre ha habido y también el deseo de terminarlos


A inicios de la Primera Guerra Mundial, en la Navidad de 1914, se produjeron una serie de treguas extraoficiales en distintos puntos del frente occidental. Los jóvenes que habían dejado la inocencia de la vida del hogar sentían todavía la falta de normalidad y, durante la semana previa al 25 de diciembre, los alemanes, franceses y británicos decidieron dejar de pelear y cruzaron las trincheras para intercambiar saludos navideños y conversaciones. En algunos sectores buscaron un espacio en medio de la tierra de nadie para darse regalos y recuerdos y, en la que es la imagen más memorable del evento, se pusieron a jugar al fútbol, olvidando por un momento los horrores acechantes.

Al año siguiente las pausas fueron mucho menos comunes. Los altos comandos no las consideraban apropiadas y se amenazó a los soldados con castigos ejemplares en el caso de que las hiciesen. Ya en 1916, nadie pensaba en las treguas. Las batallas más brutales de la guerra habían marcado de tal manera a los combatientes que ya no eran capaces de imaginarse abrazando a sus enemigos e intercambiar recuerdos o juegos de pelota. La poca inocencia del inicio se había perdido en la dura y prolongada experiencia en las trincheras y no sería hasta después del armisticio de noviembre de 1919 cuando volverían a celebrar la Navidad.

Hoy, los cristianos del Perú que celebramos la Navidad nos encontramos también en una tregua. La situación política y los horrores que han llevado a la muerte de más de veinticinco peruanos en las recientes protestas ha quedado en suspenso y los enfrentamientos constantes entre el Ejecutivo y el Legislativo parecen haber amainado, mientras que las tomas de carreteras, aeropuertos y demás emblemas del Estado se han suspendido de momento. 

Las fiestas son siempre una oportunidad para dejar atrás las hostilidades y buscar una manera de convivir. Sucede no solamente con los bandos políticos del país, sino también con las familias que están distanciadas y que buscan en estos días dejar de lado las discusiones para sentarse alrededor de una mesa, compartir un poco de pan y darse esos abrazos muchas veces postergados. Por cierto, no solo somos los cristianos los que celebramos, pues la fiesta de la luz judía, Janucá, coincide con la Navidad, y mañana lunes se enciende la última de las ocho velas de la menorá que recuerdan un levantamiento popular y un milagro en las murallas de Jerusalén.

Los musulmanes celebran Eid, que significa, literalmente, “festival”, y que pone fin al Ramadán. Después de un mes de ayuno, rezos y contemplación es hora de pasar tiempo con la familia y los amigos disfrutando de banquetes. Durante tres días se celebra la hermandad y el regreso a una vida normal. La fecha es cambiante y puede ocurrir en cualquier mes del año, ya que se calcula mediante la luna en el décimo mes del Islam. En la India tienen el Diwali, que suele ser en octubre y que se conoce como el Festival de la Luz y es el momento en que comienza el año.

La Navidad se celebra en diciembre por el solsticio de invierno porque así lo decidió el emperador Constantino en el año 336. Se basaba en los cálculos del historiador Sextus Julius Africanus, quien imaginó que la concepción de Jesús había sido el 25 de marzo y que, por ende, debía haber nacido nueve meses más tarde. Otros piensan que la fecha tuvo mucho más que ver con su cercanía con las celebraciones paganas del Sol Invictus. Muchas de nuestras costumbres navideñas, como encender velas, decorar árboles y usar guirnaldas son muy similares tanto a las fiestas paganas romanas como a las celebraciones paganas del norte de Europa.

Sin importar el origen de estas tradiciones, que en el hemisferio sur parecen estar algo desfasadas cuando tenemos que imaginar nieve y pinos a inicios del verano, es así que el 25 de diciembre celebramos la llegada del niño Jesús. Al igual que muchas culturas en el mundo lo hacemos sentándonos alrededor de una mesa a comer, conversar y darnos un abrazo y, en estos momentos en que el país está tan dividido y muchas familias deben hacerlo sin uno de sus seres queridos por la violencia política desatada, debemos pensar en la importancia de la tregua. Sin embargo tampoco debemos olvidar que si el conflicto sigue y las facciones se ponen cada vez más beligerantes, habremos perdido la oportunidad de encontrar una salida a este terrible entrampamiento en el que nos encontramos.

Celebremos con nuestros seres queridos, con la familia que tenemos y con la que nos hemos construido con los amigos. Es momento de darnos un abrazo fraterno y de pensar en los que nos faltan, en los que no pueden estar con nosotros por muchos motivos y, sobre todo, tengamos la firme convicción de que en otras mesas hay quienes también desean que la tregua se convierta en paz mientras encontramos una salida para el país.

Dicho esto, les deseo una feliz Navidad.

Con cariño sin tregua.


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