¿Puede el megapuerto de Chancay ser la primera ficha de un dominó de crecimiento?
Marco Carrasco Villanueva es economista y profesor de Desarrollo y Estudios de Asia Oriental en la Universidad de San Marcos. Tiene una maestría en Administración Pública y Desarrollo Internacional por la Universidad de Harvard, y en Economía y Psicología por la Universidad de París 1. Fue ganador global del NASA International Space Apps Challenge 2020 y fue seleccionado como economista participante en la Reunión Anual de Premios Nobel de 2022. Es especialista en Asia-Pacífico, Desarrollo e Innovación, y Economía del Comportamiento, con estancias en el SASS (China), NILERD (India) y ETH Zúrich (Suiza).
千里之行,始於足下[1]
La reciente inauguración en Sudamérica del puerto de Chancay, una obra monumental que en muchas esferas peruanas ha trascendido su función logística para convertirse en un símbolo del potencial del desarrollo económico nacional con la frase “De Chancay a Shanghái”, ha despertado todo tipo de reacciones, salvo la indiferencia. Estas reacciones no solo se han dado a nivel local y nacional, sino también internacional, y el puerto ha sido destacado como uno de los puntos resaltantes que se dieron en el contexto de la APEC 2024, que se desarrolló recientemente en Perú. Como a muchos, me alegró que, a partir de APEC, se evidenciara el gran respeto internacional por la “riqueza” de nuestro país, ejemplificada en nuestra vasta historia, la tradición culinaria que nos hermana, nuestra resiliente estabilidad económica y nuestra notable diversidad cultural. Esta última nos conecta también con el Pacífico, a través de las importantes olas migratorias chinas y japonesas que hemos recibido a lo largo de nuestra historia. Sin embargo, al mismo tiempo, es imposible negar la preocupación latente que persiste en un contexto de crisis política interna en curso, ante la cual nuestros políticos aún tienen la responsabilidad de dar respuestas.
Desde el punto de vista económico, este proyecto enorme, respaldado por una significativa inversión china que impulsa la apertura económica, representa una oportunidad única para fortalecer la posición de Perú en el comercio global y ampliar la diversificación de su matriz exportadora, en un momento en que las tecnologías de frontera y el comercio electrónico marcan la pauta. Además, puede interpretarse como una nueva etapa en las relaciones económicas entre Perú y China, dos naciones de historia milenaria que han intensificado su cooperación comercial en los últimos años, en un contexto de creciente globalización, multilateralismo y apertura comercial. Para Perú, esta infraestructura no solo abre puertas a mercados grandes y exigentes, sino que también lo posiciona como un nodo logístico estratégico en la región del Pacífico. Para China, el puerto refuerza su influencia económica internacional, consolidando su papel como un socio clave en el desarrollo de infraestructura global. Este megaproyecto, además, subraya el atractivo de nuestro país como destino de inversiones de alto impacto, especialmente en un contexto global marcado por la fluctuación de los líderes que promueven medidas proteccionistas.
En un entorno donde las tensiones geopolíticas reconfiguran las relaciones comerciales, el compromiso de Perú con la integración económica en el dinámico escenario del Asia-Pacífico es fundamental. Este puerto tiene el potencial de fortalecer las cadenas de suministro entre Perú y esta región, posicionando a nuestro país como un socio confiable en el comercio internacional, capaz de adaptarse a las exigencias de un mercado en constante evolución. En este contexto, la inauguración de Chancay podría marcar un hito histórico para el Perú, lleno de retos y oportunidades, y podría constituir un primer paso no solo para transformar la infraestructura logística de nuestro país, sino también para abrir la puerta a un desarrollo económico y social pragmático e inclusivo en un entorno global competitivo.
Haciendo eco de dicha frase, el puerto de Chancay no debe considerarse un fin en sí mismo, sino un paso —aunque muy importante— dentro de un camino mucho más largo, en el que aún tenemos mucho por recorrer: el de un desarrollo que permita mejoras sustanciales para los peruanos en ámbitos como el laboral, educativo, de salud, ambiental, cultural, entre otros. Para ello, una condición necesaria —aunque claramente no la única— es el crecimiento económico, el cual debemos fomentar siempre. Asimismo, este proyecto podría contribuir a consolidar al Perú como un destino atractivo para inversiones internacionales diversificadas. En este sentido, nuestra apertura económica debe ser gestionada con pragmatismo y visión estratégica, aprovechando no solo la oportunidad que ofrece China, sino también manteniendo abiertas las puertas a alianzas e inversiones de otras potencias económicas, como Estados Unidos, así como de naciones europeas o asiáticas interesadas en invertir en nuestro país. Proyectos complementarios, como los que puedan darse y derivarse del memorando de entendimiento firmado recientemente entre la NASA de Estados Unidos y CONIDA de Perú en el contexto de la semana central de la APEC 2024, podrían ser el siguiente gran paso. Estas iniciativas, incluyendo el de un posible puerto espacial en Talara, que ojalá se concrete, reafirmarían el papel del Perú como un actor clave en la región, no solo en términos económicos, sino también en cuanto al desarrollo científico y tecnológico.
Para que todos estos avances sean sostenibles en el tiempo, es fundamental que las inversiones se traduzcan en beneficios tangibles para la población peruana. Aunque muchos de los beneficios de estos proyectos suelen materializarse no sólo de forma directa, sino también indirecta y en el mediano y largo plazo, la dinamización económica resultante —que puede extenderse a la conformación de zonas económicas e industriales especiales— podría atraer más inversiones, generando empleo, transferencia de tecnología y fortaleciendo las capacidades técnicas en el país. Esto permitiría, gradualmente, avanzar hacia la diversificación productiva, pasando de productos primarios a manufacturas y, eventualmente, a productos de alta tecnología. Todo esto podría contribuir a la mejora gradual de las condiciones de vida de los peruanos, impulsando un crecimiento económico que, a su vez, favorezca el desarrollo humano en todos sus aspectos, de forma similar al notable despegue que experimentaron varios países asiáticos en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, esto solo será posible si los beneficios derivados de estos proyectos son gestionados con proyección y de manera responsable por nuestras autoridades e instituciones, para ser aprovechados adecuadamente por la ciudadanía. En este sentido, el éxito futuro de estas iniciativas dependerá también de contar con un marco de gobernabilidad e institucional sólido, basado en la transparencia, la rendición de cuentas y un liderazgo político realmente comprometido con el bienestar colectivo, lo que permitirá reducir las incertidumbres y mejorar nuestra capacidad de proyección hacia el futuro. Aún debemos ver si, en los próximos años, podremos garantizar este tipo de gobernabilidad e instituciones, especialmente frente a la crisis política latente que afecta la administración presidencial actual, las elecciones peruanas de 2026, y los dinámicos escenarios de la política internacional, donde debemos saber sortear diversas olas, favoreciendo, ante todo y de forma pragmática, nuestro interés nacional.
A pesar de las deficiencias de muchas de nuestras autoridades, hoy es un momento en el que la gran mayoría de los peruanos podríamos mirar al mundo con mayor confianza y determinación, aprovechando el enorme potencial de Perú para integrarse en las cadenas de valor globales y consolidarse como un socio estratégico en la economía internacional. Chancay, en ese sentido, más que una gran obra de infraestructura o un discurso político, puede convertirse en un símbolo de las aspiraciones de los ciudadanos de un país que apuesta por el desarrollo, la innovación y la colaboración sostenible a nivel global. Este paso podría marcar el inicio de un camino hacia un futuro más próspero, equilibrado y conectado con el mundo, para el cual esperamos que nuestros políticos, que tantas explicaciones y cuentas nos deben en numerosas ocasiones, estén a la altura.
[1] Frase atribuida a Laozi, adaptada al español usualmente como: “Un viaje de mil millas comienza con un solo paso”.
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