Un ser humano gana el Nobel


La elección de la escritora Han Kang merece reflexiones al margen de su obra


El Premio Nobel de Literatura no atrae demasiado mi curiosidad, quizá porque implica otorgarle importancia a la inmersión de una sonda que mide con protocolos anticuados. Digamos que en un mundo tan vasto e interconectado como el actual, la literatura que en él se produce es imposible de abarcar desde una mesa en Estocolmo tal como ocurría en la época de los barcos de vapor.

Sin embargo, no niego que a pesar del anacronismo —o gracias a él—, los temas de conversación que provoca esta elección suelen ser interesantes y hasta jocosos (escribo esto a las pocas horas de haberse anunciado a la ganadora del 2024 y en mi teléfono ya hay memes al respecto). Esta vez, como ya es ampliamente conocido, la llamada telefónica con la buena nueva le llegó a Han Kang, una escritora surcoreana de 53 años que es relativamente conocida entre los lectores que se manifiestan en las redes occidentales debido a que fuera ganadora del International Booker Prize hace ocho años. Según la Academia Sueca, la llamada fue recibida por Kang cuando acababa de cenar junto a su hijo, y tal vez ha sido imaginar esta escena doméstica lo que me ha llevado a percatarme de cómo en los últimos años la elección de este premio ha intentado revertir una injusticia que, aclaremos, no es potestad solamente de la actividad literaria.

En los 123 años que se viene entregando el Nobel de Literatura —en 1901 lo ganó por primera vez el poeta Sully Prudhomme—, el galardón se ha repartido entre 105 hombres y solo 18 mujeres. Pero lo que más impacta de esta enorme asimetría es observar que hasta 1995 solo lo habían ganado siete mujeres. Hace un instante agarré papel y lápiz y me di cuenta de que la progresión hacia un emparejamiento ha sido más marcada en los últimos diez años.

En la década de 1995 a 2004, las mujeres galardonadas fueron 2 de 10. 

En la década de 2005 a 2014 fueron 3 de 10. 

Y en la de 2015 hasta 2024, han sido 5 de 10.

Es decir que en los últimos treinta años se ha premiado a 10 de las 18 mujeres laureadas en más de un siglo. Esta tendencia, obviamente, no quiere decir que en las últimas tres décadas las mujeres del mundo hayan escrito en la soledad de sus espacios mucho más que en los años anteriores, sino que la visibilidad del talento ha ido dejando de pertenecerle exclusivamente a los hombres. Me atrevería a decir, incluso —con riesgo a ser criticado por cierto sesgo—, que, si me guio por la cantidad de mujeres que veo inscribirse en talleres y maestría de escritura y en clubes de lectura, son más las mujeres que escriben y leen literatura que los hombres. Esto, evidentemente, no significa automáticamente que vayan a existir más mujeres escritoras reconocidas que escritores varones. No, al menos, en el futuro más cercano. En mi país, por ejemplo, como debe ocurrir en tantos otros, hoy existen más estudiantes universitarias mujeres que hombres, pero son pocas en comparación las que llegan a las gerencias, directorios y posiciones de poder en sus carreras: la maternidad, el trabajo doméstico y todas esas labores que —incluso inconscientemente— asumen las mujeres, le brindan más espacio a los varones para que se entreguen completamente a su pasión laboral. No tengo que decirlo yo: Mario Vargas Llosa lo expresó de alguna manera en su discurso de aceptación del Nobel hace catorce años al referirse a su esposa Patricia. Y ya que me he referido a un exponente del boom latinoamericano —territorio de machos por donde se le mire—, es claro que ninguno de sus grandes escritores nos hubiera entregado su literatura como la conocemos sin los esmeros de las mujeres que impulsaron sus talentos, incluyendo a Carmen Balcells, por supuesto, que fue la gran madre de aquel fenómeno editorial. De las esposas de esos autores, ninguna me conmueve tanto como la de José Donoso debido a la postergación de su propio oficio. Pilar Serrano, según lo ha contado ya Juan Cruz en su obituario, “era también escritora, y asombró con su sensibilidad narrativa en España y en su tierra; pero siempre tuvo la voluntad de ocultarse detrás de la bambalina de su abnegación”. No imagino mayor prueba de compromiso con un proyecto de pareja, ni del daño que puede hacer una ideología contraria a la plenitud de las mujeres, que la postergación de la propia vocación en aras del encumbramiento del marido. 

Pero recordemos que Pilar Serrano nació en 1925, en una Bolivia que, como ha ocurrido en la mayoría de sociedades del mundo, se empeñaba en marcarle a las mujeres su destino desde niñas. Mientras imagino a Han Kang cenando en un hogar en el que las obligaciones domésticas estuvieron mejor repartidas que en la Corea de 1901, pienso que quizá en otros treinta años, si el Premio Nobel de Literatura sobrevive —y seguramente lo hará, porque muchas ventas dependen de sus designaciones—, ya no habrá una sospecha de reparto de cuota en la lista de los ganadores, sino simplemente el reflejo de un mundo en el que publican seres humanos sin importar con qué sexo vinieron a él.


¡Suscríbete a Jugo haciendo click en el botón de abajo!

Contamos contigo para no desenchufar la licuadora.

2 comentarios

  1. Rosario Arias Quincot

    Interesante como el Nobel 2024 lleva al autor a reflexionar sobre la invisibilidad de las escritoras que como la esposa de José Donoso se mantuvieron al margen. Esto me llevó a “Correr el tupido velo” el libro con el que Pilar Donoso, la hija adoptiva de José Donoso, trata de encontrarse. Es un libro valiente y descarnado que convoca las voces de sus padres. Dos años después de la publicación, Pilar se quitó la vida.

    • Gustavo Rodriguez

      Gracias, Rosario, por traer a colación dicho libre. Cada familia tiene sus dramas, y el de los Donoso Serrano son sobrecogedores.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

uno + nueve =

Volver arriba