Sin carne y sin palabras


Fragilidad y resistencia en la narrativa de Han Kang, la reciente premio Nobel 


Gunter Silva es licenciado en Artes y Humanidades, con una maestría en Literatura y Creatividad Literaria de la Universidad de Westminster. Su obra literaria incluye el libro de relatos Crónicas de Londres (Lima, 2012), la novela Pasos Pesados (Lima, 2016), El Baile de los vencidos (Buenos Aires, 2022) y Neutrino, cuaderno de navegación (Lima, 2024). A pesar de haber vivido en diversos lugares, mantiene una conexión profunda con su ciudad natal, La Merced, una urbe vibrante y selvática que, aunque lejana, sigue viva en su interior.


Deborah Smith, una joven traductora británica, descubrió para los lectores occidentales la obra de la escritora surcoreana Han Kang mientras investigaba literatura asiática en la Universidad de SOAS de Londres. En un texto de crítica académica, se topó con fragmentos de La vegetariana, una novela que parecía desafiar el realismo de manera inquietante. Esa intuición la llevó a traducirla al inglés, un gesto que cambiaría el destino de la autora, llevándola a ganar el codiciado International Booker Prize el 2016. Mi encuentro con Han Kang fue mucho menos formal y no tan meticuloso. Llegó a mí envuelta en papel festivo, una edición de La clase de griego en la que, como en el caso de Smith, la escritura poética y precisa de Kang me conectó con una narrativa minimalista y profunda.

Una amiga madrileña me había enviado el libro. Lleva tiempo obsequiándome libros de escritoras, algo que comenzó el día que me vio reír cuando descubrí que sacaba las llaves de su bolso una cuadra antes de llegar a su casa. No comprendí el gesto, y ella lo notó. Con un tono de reproche me dijo: «Tú no entiendes la violencia de las calles, sobre todo la violencia que se ejerce sobre la mujer». Fue entonces cuando empezó a regalarme, cada año, religiosamente, solo libros escritos por mujeres. Sin discursos ni largas explicaciones, solo libros y una sencilla tarjeta de felicitación de cumpleaños. Así es como este abril apareció en mis manos La clase de griego; aunque con cierto retraso, finalmente me sumergí en la prosa de la ganadora del Premio Nobel de Literatura de este año.

En esa novela, la protagonista parece atrapada en una espiral de pérdida: la muerte de su madre, un divorcio que desintegra su vida familiar, la pérdida de la custodia de su hijo y, finalmente, un terrible desasosiego la arrastran a una parálisis emocional y física. Su aislamiento no es solo un acto de alejamiento, sino una respuesta a la falta de comprensión y a la imposibilidad de reconciliarse con el dolor y el trauma. El mutismo en el que se refugia es más que la ausencia de palabras; es un silencio denso, cargado de todo aquello que no puede decirse ni enfrentarse.

Al inscribirse en una clase de griego antiguo en la universidad, pareciera buscar en una lengua muerta aquello que no encuentra en la suya propia: un nuevo comienzo, una forma de reconstruir su vida, de dotarla de un sentido que se le ha escapado entre las manos. Pero el griego antiguo en la novela no es solo una herramienta de aprendizaje. Se vuelve un símbolo; es el pasado convertido en lenguaje, hecho de ruinas sagradas que aún resuenan desde la lejanía.

Una cita de la novela que anoté en mi libreta, dice: «Si el primer silencio se parecía al de antes del nacimiento, el de ahora se parece al de después de la muerte”. Esta frase captura la confesión más íntima de su viaje. El primer silencio es el de la inocencia, el del no saber, cuando aún no existe la conciencia del dolor. Pero el silencio que la envuelve ahora, después de todo lo perdido, se asemeja a la muerte: un estado en el que el mundo sigue, pero ella ha dejado de existir en él. Es un silencio pesado, terminal, como si ya hubiera cruzado el umbral, como si las palabras que antes la mantenían atada al mundo hubieran dejado de tener sentido. La imagen de una mujer aprisionada en su propio silencio es poderosa, pero toda la novela está impregnada de imágenes fuertes y de interrogantes perturbadoras.

El tema de la identidad es central en La clase de griego. La protagonista, quebrada por la pérdida y la soledad, busca recuperar su voz, mientras su profesor, que evoca a un Jorge Luis Borges en muchos aspectos, se aferra a sus recuerdos y a un pasado que se vuelve cada vez más esquivo, desvaneciéndose como su propia visión. Con unos ojos de profesor viejo que solo pueden ver un universo deformado. Ambos parecen estar perdidos, como dos náufragos en un océano de silencio y soledad, pero comparten un anhelo profundo: conectar, comprender y ser comprendidos.

Al igual que en la primera novela de Kang, La vegetariana, la crisis de identidad de la protagonista la lleva a un acto de resistencia considerable. En esa novela, la figura central deja de comer carne, rechazando las normas sociales y entrando en un universo de aislamiento físico y mental. Mientras que en La clase de griego, la respuesta es más visceral y profunda. Deja de hablar, hundiéndose en un mutismo que refleja una terrible desconexión con el mundo.

Es en ese abandono de lo cotidiano donde las dos novelas se tocan: la carne y la palabra, ambos abandonos radicales nos revelan un vacío más grande. Como si, al callar o rechazar el alimento, estas mujeres estuvieran buscando una forma distinta de existir, una rebelión íntima contra las imposiciones de la vida cotidiana o la violencia que se ejerce contra ellas. Y es justamente en esta tensión entre el sufrimiento y la resistencia donde Kang revela una visión profunda sobre la naturaleza de la vida.

Han Kang conoce bien el sufrimiento y la resistencia, y ambos temas laten en el núcleo de sus novelas. En una entrevista, recordó que, siendo niña, cambió cinco veces de escuela primaria. Sus padres vivían en la pobreza, y en su casa apenas había muebles, pero siempre había libros. Esos libros, contó, eran como criaturas que se expandían y aparecían cada semana, dándole una sensación de refugio. En su caso, esos libros eran como pequeños ladrillos que construían una protección frente a la incertidumbre y la precariedad que la rodeaba en Gwangju, su ciudad natal.

De manera similar, los personajes de Kang crean sus propios refugios: formas silenciosas de resistencia frente al dolor y la violencia. No buscan grandes gestos heroicos, sino que se retiran hacia su interior, creando espacios donde el sufrimiento, aunque los golpee, no los destruye. En ese silencio, en la soledad, hallan una salvación mínima pero esencial. Tal como en La clase de griego, el mutismo de la protagonista no es vacío; es un escudo, una muralla frente al dolor. La fragilidad no la derrota, sino que la obliga a resistir. Por momentos, leyendo esta breve novela, la autora parece decirnos que el silencio es la única fortaleza posible ante un mundo tambaleante que se niega a escuchar.


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2 comentarios

  1. Diego

    El «Man Booker International Prize» del 2007 por el libro La Vegetariana, traducido por Smith; pero si somos objetivos, también el Nobel, fue la traducción de Smith la que el comité sueco evaluó para su premiación.

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