La reciente nobel de Literatura nos da una clase sobre la memoria histórica
He quedado fascinado con la lectura de Actos Humanos, de la escritora surcoreana Han Kang. En esta novela, la nobel de Literatura reconstruye uno de los capítulos más dolorosos de la historia reciente de su país: la masacre de Gwangju, ocurrida en mayo de 1980. A través de una narrativa que combina lo íntimo con lo colectivo, Kang da voz a quienes vivieron aquella tragedia y reflexiona sobre cómo un país puede lidiar con sus heridas más profundas. Este libro no solo invita a conocer una historia que marcó la lucha por la democracia en Corea del Sur, sino que también muestra cómo la literatura puede ser una herramienta poderosa para mantener viva la memoria histórica y fomentar el diálogo sobre el pasado.
La masacre de Gwangju comenzó como una protesta pacífica en una ciudad de Corea del Sur contra el régimen militar de Chun Doo-hwan, quien había llegado al poder tras un golpe de Estado. En un contexto de represión, suspensión de derechos básicos y control militar, los estudiantes y trabajadores de Gwangju salieron a las calles para exigir democracia. Sin embargo, la manifestación pacífica fue sofocada con extrema violencia. ¿La excusa? La de siempre con los regímenes autoritarios: los manifestantes fueron señalados como “insurgentes comunistas” que amenazaban el orden nacional. Así, el ejército desplegó tanques y tropas que atacaron a los manifestantes y dejaron un saldo oficial de seiscientos muertos, aunque algunas estimaciones independientes hablan de más de mil víctimas.
Han Kang utiliza una técnica coral en Actos Humanos, dando voz a múltiples personajes que narran el horror desde distintas perspectivas. Esta pluralidad no solo muestra diversidad de puntos de vista en torno a la masacre, sino que también refleja cómo el trauma se convierte en una experiencia compartida que atraviesa generaciones. Cada voz en la novela es como una pieza en un rompecabezas que, al unirse, revela la magnitud del sufrimiento humano y el poder de la resistencia. La técnica coral convierte la novela en un espacio para la reflexión colectiva y muestra cómo la memoria histórica se construye desde múltiples ángulos y de qué manera los recuerdos individuales dan forma al relato colectivo.
Uno de los momentos más poderosos de la novela llega con la reflexión de Yoon, un productor editorial que decide publicar testimonios de lo ocurrido. “No pienso que esa experiencia de violencia se limite a esos diez días cortos de lucha y resistencia. Para mí es como la explosión de Chernóbil, de la que no se puede decir que sea cosa del pasado puesto que sus efectos continúan a lo largo de décadas”. Esta comparación es reveladora: la violencia no termina con la última bala disparada, sino que persiste en las memorias, en las cicatrices y en el tejido social dañado de toda una comunidad. Gwangju sigue irradiando un impacto que no se limita a un lugar ni a un tiempo específico, sino que se extiende hacia el presente como una advertencia y un recordatorio.
La masacre no solo dejó muertos y desaparecidos, sino también un profundo silencio impuesto por el régimen. Hablar de Gwangju era peligroso; muchos sobrevivientes y familiares de las víctimas enfrentaron persecuciones y amenazas. Durante años, el trauma colectivo se mantuvo enterrado, hasta que los movimientos democráticos en la década de 1990 permitieron que las voces de las víctimas comenzaran a emerger. Sin embargo, la justicia fue parcial: aunque los líderes del régimen fueron condenados, posteriormente recibieron indultos presidenciales en pos de la “reconciliación nacional”. A pesar de la impunidad desde el Estado, los testimonios que emergieron con el tiempo han ayudado a construir una memoria que desafía el olvido y reclama justicia para las víctimas.
En un contexto peruano donde desde el Estado y los sectores más reaccionarios se promueven censuras que buscan silenciar narrativas incómodas, la lectura de Actos Humanos recuerda la importancia de resistir al olvido. La literatura, como lo demuestra Han Kang, puede ser un vehículo poderoso para mantener viva la memoria histórica, pero no debe ser el único. Es fundamental seguir recordando y reflexionando sobre nuestras heridas desde múltiples frentes: las obras de teatro, los ciclos de cine, las investigaciones académicas y las voces de quienes se niegan a callar. Gwangju es un lugar en Corea del Sur, pero también es un símbolo de las luchas que no deben borrarse y de las historias que deben seguir siendo contadas.
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Un artículo fantástico y muy oportuno. Hoy también el NYT habla de este libro. Mis felicitaciones:
https://www.nytimes.com/2025/01/21/world/asia/han-kang-jeju-book.html?unlocked_article_code=1.q04.nXeT.gxnlrnT61IPo&smid=nytcore-ios-share&referringSource=articleShare
Muchas gracias, Enrique!