Un Ford Fiesta blanco


De cómo una broma malinterpretada puede traer útiles enseñanzas


Hace un par de semanas, luego de horas de celebración en la boda de unos amigos, mi novia tuvo que tomar un taxi de aplicación para volver a su casa. Mientras la acompañaba bajo el mantón de la noche, en el teléfono advertí que la iba a recoger un Ford Fiesta blanco. El auto llegó al instante y, quizá debido a la luz ámbar de las farolas de la calle, mi imaginación registró como amarilla la chompa clara del conductor, ¡y voilá!: en mi cabeza la broma alcanzó la plenitud de su sentido.
Antes de despedirme de mi novia le tomé una foto al auto, un poco como advertencia al conductor, y algo más como registro de la casualidad. Cuando el auto partió colgué la foto en Facebook y en una historia de Instagram. Al lado escribí: “A mi novia la recogió un Ford Fiesta blanco. El tipo tenía una chompa amarilla. Estoy un poquito preocupado”. Como lo debe saber de sobra quien tenga más de cuarenta años y haya vivido su juventud en Hispanoamérica, mi publicación hacía referencia a la famosa canción Devuélveme a mi chica de Hombres G, en la que David Summers se lamenta de que su novia lo ha dejado por un niño pijo.
En Facebook la broma cundió con éxito, quizá debido a que los primeros comentarios se encargaron de guiar el sentido: por ejemplo, mi amigo Nicola escribió que “pudo ser peor”, que “le pudo haber tocado el imbécil del sombrero”. En mi historia de Instagram, en cambio, el sentido fue trastocado por algunas personas que se preocuparon por un posible secuestro de mi novia, incluidas mis hijas, a pesar de que junto a la foto sonaba la canción. “¿Todo bien, papá?”. Una amiga, incluso, me escribió con exclamaciones: “¡¿De qué hablas?!”.
Desde esa noche, un poquito con el rabo entre las patas, me he ido diciendo que la audiencia de Instagram debe ser más joven que la de Facebook y que, por lo tanto, no tiene a dicha canción tan presente; o que hay gente que ve las historias de Instagram con los altavoces enmudecidos y no tenían por qué captar el sentido jocoso que ofrecía la música, y aunque todas estas razones ayudaban a explicar la malinterpretación de mi broma en esa red social, una más contundente terminó resonando a las finales: que, así como hay personas que no tienen a la dichosa canción en la cima de sus recuerdos, yo soy un hombre que no tiene el miedo a otros hombres en la cima de sus preocupaciones.
Mi mente es volátil, pero creo que fue también a través de las redes que me enteré de que un amigo que acompañaba a una chica a su casa se burló de que ella sacara la llave de su puerta con mucha anticipación. Probablemente pensaba que se trataba de una manía o de la manifestación de un TOC, hasta que ella le aclaró que lo hacía para poder entrar a su casa sin demora cuando llegaba sola. Hay muchos otros pensamientos de orden femenino que los varones ni siquiera intuimos, pero que podríamos recolectar si tuviéramos algo de interés. Así, mi novia me ha hecho ver que los hombres no estamos tan atentos a nuestros vasos en una discoteca como ella y sus amigas lo solían estar por miedo a una burundanga. O que tampoco le prestamos tanta atención a si el pestillo del taxi es fácilmente destrabable. Refiriéndose también a los taxis, mi hija A me dice que cuando su esposo y ella han pedido uno, ella jamás sube primero por miedo a que el auto parta rápidamente secuestrándola. Mi hija M me dice que en verano le frustra mucho sufrir el calor y no poder salir a la calle tan descubierta como quisiera, y también me cuenta que el día que se olvida de cargar consigo los audífonos antes de salir de casa, lo usual es que escuche tres groserías o besos por cada diez cuadras de caminata. Ante lo anterior, mi otra hija —M mayor—, dice intuir que las mujeres que ha conocido llevan una carga emocional adicional todo el tiempo, pendientes siempre de múltiples amenazas y responsabilidades, que van desde afrontar la menstruación, la salud sexual o los cambios hormonales, hasta estar a la altura de expectativas estéticas que no se les exige a los varones.
Llevo años tratando de ponerme en la piel de mis hijas y de las mujeres que quiero para entender en ellas las secuelas del machismo, pero es inútil pretender que algún día las asimilaré por completo: hay cosas que se entienden solo cuando se las sufre. 
Sin embargo, si algo me ha enseñado una vida entre lecturas y entre lectores, es que aproximarse con curiosidad a otras realidades siempre será mejor que andar creyendo que se tiene la única manera válida de reaccionar ante la vida.


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