El sueño de Kamilo


No queremos terminar el año sin recordar a un luchador que venció a todos los pronósticos


Leonardo Caparrós es escritor, abogado y candidato a magíster en Ciencias Políticas. Ha trabajado desde el sector público y el privado en temas de seguridad ciudadana, reforma policial y política criminal. Ha publicado el libro virtual Un Paseo Ciudadano: Experiencias Exitosas en Seguridad Ciudadana (IDL, 2009); las novelas Un Desconocido Perfecto (2010) y New Amsterdam (2022); y el libro de cuentos ¿Quién mató a Correa?(2018). Cuentos suyos han sido incluidos en diversas selecciones. Ha publicado artículos y ensayos especializados en revistas, diarios y portales. Vive, trabaja y escribe en Lima.


El 17 de agosto de 2024, cerca del parque Miguel Grau, en el periférico distrito limeño de San Juan de Miraflores, fue asesinado el dirigente de construcción civil Américo Román Camilo Gonzales Palomino, de setenta y tres años. Gonzales Palomino fue fundador del sindicato de Trabajadores de Construcción Civil del Cono Sur “Hubert Lanssiers Dirix”. Esta es la información que quedará registrada en la memoria de las redes y en las noticias; una muerte más producto de la violencia mezquina, otro nombre que se acumula en la enorme pila de cadáveres que tan solo sirven para engrosar las estadísticas que alimentan el juego político y las discusiones mediáticas. O quizás no sea así.

No recuerdo cuándo ni cómo conocí a Kamilo. Sé que no fue en un establecimiento penitenciario, aun cuando pasó varios años de su vida internado en varios de ellos. Lo sé porque para el 2007, cuando trabajé por primera vez en el sistema penitenciario, Kamilo ya tenías varios años cimentando una vida distinta. En aquella época, Kamilo intentaba formar un sindicato que tuviera acceso a obras de construcción civil. Quería darle una oportunidad a tantos ex internos que se daban de narices contra los recelos y prejuicios que enfrentan las personas que han delinquido al momento de buscar trabajo. Debo reconocer mi escepticismo cuando lo escuchaba hablar de fundar un sindicato de construcción civil para antiguos presidiarios, de hacer las cosas bien, de ayudar… ¿Será verdad?, me decía en silencio. ¿Será que debemos creerle a este señor juzgado y sentenciado por robo agravado —entre otros delitos— que ahora ha cambiado? Cuánta razón tenía Hubert Lanssiers cuando decía: “Cuandouno ha sido sentenciado una vez, lo es de por vida”.

Kamilo cargó con mi prejuicio y el de muchos otros. A pesar de llevar una vida distinta durante años, era continuamente hostigado por malos policías, detenido sin motivo por tener antecedentes criminales, rechazado por las autoridades, perseguido por las mafias de turno de construcción civil, amenazado, amedrentado y discriminado. Y entonces, ¿por qué Kamilo insistía, por qué no se dio por vencido, cogió una pistola y volvió al ruedo donde era respetado y, seguramente, temido?  Podría ensayar varias razones: el amor por su familia, el dolor de tanta gente a la que ayudó, las miserias de nuestro sistema carcelario, o sus largas conversaciones con Hubert Lanssiers. Seguramente se debió a un poco de todas ellas y muchas más que solo él conocía. Pero quizás la clave para entenderlo esté encerrada en una frase que siempre repetía, la filosofía Kamilo: “De lo malo, lo bueno, pues doctor”.

El tiempo pasó y, de a pocos, el sindicato “Hubert Lanssiers Dirix” se abría paso en ese pantano de extorsiones y violencia que es la construcción civil en nuestro país. Varios empresarios confiaron en él y algunas autoridades empezaban a verlo diferente, a reconocer su trabajo constante por emplear ex internos y jóvenes. Kamilo tenía cuatro hijos y seguramente ellos —pequeños aún cuando decidió darle un giro a su vida— fueron parte de la gasolina que combustionó en Kamilo la fuerza para no caer en lo fácil o predecible. Hoy, la herencia de Kamilo se nota en centenares de jóvenes que no solo encontraron oportunidades laborales gracias a su gestión y empuje, sino que muchos de ellos lograron formarse en el Sencico, una institución que vio a Kamilo como una oportunidad para las oportunidades. Decenas de becas fueron otorgadas para los miembros jóvenes del Sindicato “Hubert Lanssiers Dirix”, vidas que recuperaron aquello que el abuso, la pobreza y la carencia de opciones te roban con tanta facilidad: la esperanza, la capacidad de pensarte distinto. 

Kamilo tenía una sonrisa amable pero dura, no era de grandes gestos, pero sus silencios eran cálidos y elocuentes. Era un hombre robusto y sus abrazos eran sinceros, fraternales y protectores. Su luz iluminaba por donde iba; no por nada era el querido Viejo Kamilo para los hinchas de Universitario, con los que tantas veces compartió tribuna; o el pastor Kamilo, para los fieles de la iglesia cristiana con la que colaboraba; o, simplemente, Kamilo para los mototaxistas y comerciantes de los mercados cercanos a su barrio en San Juan de Miraflores.  Sus redes de solidaridad, protegían y orientaban. Era un líder carismático y positivo.

Pero algo que nunca aprendió, fue a conformarse. En su zona en San Juan de Miraflores, fue una barrera infranqueable para las organizaciones criminales y por eso, luego de varios intentos fallidos, terminaron asesinándolo. Lamentablemente para ellos, Kamilo no murió ese día: ahora hay decenas de Kamilos parados en fila alrededor de esa esperanza que cultivó un hombre que supo ser diferente y hacer diferencia. Pensando en esto, recordé el cuento Belvedere, de Raymond Carver, donde uno de los personajes dice: “Teníamos esa extraña sensación de que, ahora que nos dábamos cuenta de que ya había sucedido todo, podía suceder cualquier cosa”.  Eso dejó la partida de Kamilo. La sensación de que, ahora que no está con nosotros, podemos lograr cualquier cosa, porque de eso se trató siempre la vida de Kamilo Gonzales, de persisitir.

Buen viaje, Kamilo querido. Te fuiste, pero tu legado se queda, y ya tú sabes: de lo malo, lo bueno.


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1 comentario

  1. Querido amigo, has crecido mu cho y ya eres un gran escritor, consagrado, en un país que los produce en cantidad y en excelencia. Mis felicitaciones y te recuerdo que me debes un café.

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