La frustración de los estadounidenses le gana a la estabilidad democrática
Luego de juntarme con unos amigos para celebrar el cumpleaños de uno de ellos, aunque también para seguir las elecciones en Estados Unidos, me pasaron la voz para ir al campus de la Universidad de Harvard, casi a la medianoche. Se habían organizado watch parties o encuentros grupales de espera electoral con comida, música y pantallas gigantes, pero a esa hora las luces me recibieron apagadas. Ya no había nada. Tal vez, en un escenario distinto, el evento hubiera continuado y las calles cercanas al campus habrían estado llenas o con, al menos, un poquito más de ruido. En cambio, se trató de una noche desolada, como la de un martes cualquiera a mitad de semestre.
Más temprano, mis amigos y yo habíamos revisado por televisión el avance de las elecciones: lo que inicialmente se pensaba que sería un resultado muy ajustado entre Kamala Harris y Donald Trump, en realidad se convirtió en algo rápidamente adverso para Harris. Si en 2020 tomó cinco días tener una idea del panorama electoral, en 2024 la tendencia ya andaba más o menos definida para la madrugada posterior al cierre de urnas. En un lugar predominantemente demócrata y pro-Harris como Massachusetts, estas no eran noticias alentadoras y de ahí el mutismo de sus calles.
Trump, el candidato con un discurso polarizador y ultraconservador, fue el mismo que sufrió un intento de asesinato y que supo canalizar la sensación de molestia que varios estadounidenses han tenido sobre la inflación mediante dos chivos expiatorios: la migración y las batallas culturales sobre el género y la religión. Si revisamos la demografía de los votantes de Trump, su discurso caló mayormente entre la población blanca, especialmente entre hombres, quienes lo favorecieron en un 60 %, según informó NBC. Entre los latinos también obtuvo un voto favorable, especialmente los hombres latinos, que lo apoyaron en un 53%. De alguna forma, como la periodista Paola Ramos ha señalado en sus análisis políticos, estos no se sienten aludidos cuando Trump y sus aliados han hecho duras declaraciones sobre los latinos, mucho menos cuando existe una promesa de campaña que consiste en una deportación masiva.
Ante un campus universitario silencioso, decidí darme una vuelta para procesar algunas ideas, acompañado del sonido de las hojas otoñales que mis zapatos pisaban en el pavimento. Reflexionaba en cómo Trump logró presentarse de forma masiva en tono mesiánico para resolver los problemas de EE.UU., sin necesariamente dar muchos detalles y razones prácticas. Lo logró mediante sus formas y actitud. Recordé cómo en estos meses he conocido a latinos, entre ellos peruanos, que en Trump encuentran un símbolo de estabilidad emocional y masculinidad, y, por tanto, calificaciones de carácter para liderar el país en contraste de Harris, quien es mujer.
Hoy no quiero enfocarme tanto en lo técnico y económico, sino en reacciones iniciales. Pienso en el voto de los evangélicos, que ven en Trump y el partido republicano una esperanza para preservar valores que ellos consideran fundamental es para la sociedad estadounidense. Pienso en la división de clase entre los votantes de Harris, de mayoría con estudios universitarios, y los de Trump, en su mayoría carentes de esta. Pienso en los migrantes que veían con miedo la promesa de Trump de una deportación masiva. Pienso en el rol protagónico de multimillonarios en la campaña republicana, que ahora suben al poder junto a Trump. Pienso en qué tanto ha afectado la situación reciente entre Palestina e Israel para votar o no votar. Y, sobre todo, pienso en que siempre será fácil echarle la culpa a los votantes sobre los resultados, cuando estamos frente una poderosa maquinaria política de miles de millones de dólares que ha construido un show donde las propuestas hace rato han pasado a un segundo plano.
No quiero edulcorarlo: el triunfo de Trump es una pésima señal en muchos niveles. Y, lamentablemente, varios de quienes están celebrando estas noticias podrían verse afectados negativamente. Esto, además, genera incertidumbre sobre el rol global de la democracia y las alianzas políticas que facilitan un mínimo de institucionalidad tanto dentro como fuera de Estados Unidos y que definitivamente impactará a la región latinoamericana. Me preocupa mucho que, más allá de preferencias programáticas, políticas o económicas, la sociedad estadounidense haya minimizado el casi golpe de Estado a su Capitolio en enero de 2021. Si después de asaltar así una institución clave de su democracia se ha premiado a Trump con un regreso al poder, un segundo gobierno con abusos puede que llegue con más fuerza y legitimidad.
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No creo que todos los ciudadanos de clase media, la gran mayoría puedan estudiar en Harvard, que gran lujo, por eso es fácil criticar al ciudadano común y corriente al que usted tilda, sin decirlo, de ignorante, la gente se clase media, trabaja para poder dar de comer vestir y dar vivienda a su familia; la democracia es respetar las ideas de otros equivocadas o no, y eso han hecho los ciudadanos norteamericanos.