Argentina, un amigo en la turbulencia 


Una visita a Buenos Aires nos recuerda el reto compartido que se extiende en nuestro futuro 


Estoy de regreso en Buenos Aires, la gran metrópolis del sur. La semana comenzó con un dulce sol de primavera austral que me llevó a pensar en las cosas que nos unen y nos separan. Por ejemplo, hacía poco más de una semana, el 8 de setiembre, se había celebrado el día de la amistad peruano-argentina, que recuerda el desembarco de San Martín en la bahía de Paracas en el Perú.

Frente al cementerio de Recoleta —a media cuadra de donde me quedé las primeras dos veces que vine, hace poco más de veinte años— hoy caigo en cuenta que el hotel donde estuve, en la calle Vicente López, estaba justamente en medio de las calles Junín y Ayacucho, y no recuerdo si en ese momento pensé en eso. Lo que sin duda no sabía entonces, era lo importante que serían esas lugares en mi recorrido académico personal.

Este jueves 18 de setiembre presenté mi libro Ayacucho 1824 en el Fondo de Cultura Económica, en el que tres de los diez autores son argentinos, y dos de ellos investigaban sobre temas peruanos. Hermanados por la investigación, hablamos del espacio geográfico que alguna vez compartimos antes de la creación del virreinato del Río de la Plata en 1776 y de las guerras que peleamos por el control de los territorios de la mina de Potosí, el corazón palpitante del sur de los Andes. Ahí nos enfrentamos en guerra por tres lustros, a pesar de que las poblaciones de esas regiones tenían en claro que no querían estar ni con Lima, ni con Buenos Aires. Luego, ya en el siglo XXI, celebramos con vino y empanadas.

Pensando más en el futuro que en el pasado, el miércoles acompañé a mis colegas historiadores en la gran marcha universitaria contra los recortes en la investigación y los ataques a la medicina pública. Fue un gusto ver cómo los docentes y estudiantes argentinos se juntaron para pelear por lo que consideran que le pertenece a todos. Estuvimos frente al Congreso mientras se votaba el rechazo al veto que el presidente Milei le había dado al financiamiento de los hospitales públicos, así como a las universidades y a la investigación. Más de dos tercios de los diputados votó por vetar el veto y, obviamente, quienes estábamos en la calle celebramos.

El viernes, en un día particularmente lluvioso, hice dos cosas diferentes pero que tienen en común la comprensión del pasado y la defensa de la memoria. Uno fue volver al local de lo que fue la Escuela Superior Mecánica de la Armada (ESMA), que hoy alberga el espacio de memoria a un evento que reflexionaba sobre los cuarenta años del juicio a las Juntas. Ahí, un amigo hablaba, junto a su coeditora de un libro colectivo que hicieron sobre quienes hicieron posible el proceso judicial, junto con uno de los guionistas de la película Argentina 1985, también de uno de los periodistas que cubrió el juicio, de un biógrafo del juez que llevó el caso, y una de las sobrevivientes de la ESMA que se ha pasado más de cuarenta años declarando sobre el tema.

La discusión de por qué que todo esto debe seguir siendo parte de la conversación fue necesaria e importante, ya que en este momento —y en vísperas de los cincuenta años del golpe de Estado en Argentina en el enrarecido ambiente político de hoy—, queda claro que, lejos de tratarse de un tema cerrado, es una herida abierta. Muchos aún buscan justicia y, sobre todo, ven la necesidad de que lo sucedido no se oculte debajo del tapete. Todos los testimonios fueron impactantes, pero el de la sobreviviente y testigo en el juicio, Miriam Lewin, fue particularmente sobrecogedor. A quienes escuchamos, no nos queda más que agradecer que la historia siga estando viva

El viernes también fui al nuevo local del Archivo General de la Nación en Argentina, y el contraste con lo que estamos viviendo en el Perú no podría ser más grande. Inaugurado en 2020, se trata de un local sencillo y funcional que tiene todo lo que un edificio que alberga documentos debe de tener: una iluminada sala de lectura y 31 salas de depósitos con toda la tecnología necesaria para tener el material en la más óptima de las condiciones. Ahí me dieron un paseo por las instalaciones y quedé maravillada con lo que tienen y con lo fácil que parece poder solucionar un problema muy similar al que enfrentamos en el Perú.

Me cuentan que el nuevo edificio se construyó en dos años, en lo que había sido una cárcel en un área del sur de la ciudad que se quiere desarrollar, cerca de donde se ha movido el gobierno de Buenos Aires. Lo que vi me da la sensación de tener lo que se necesita y me invade cierta envidia al pensar que nuestros hermanos argentinos lograron superar un problema similar al nuestro porque alguien en el período del presidente Mauricio Macri decidió que este era un proyecto necesario y simplemente lo ejecutó.

Algo similar sucedió en Bolivia, donde se preparan para inaugurar este fin de año el nuevo Archivo y la Biblioteca Nacional para conmemorar el Bicentenario de su independencia. A pesar de que su Archivo y Biblioteca no estaban en mal estado como en Argentina y Perú, el gobierno boliviano consideró que era importante celebrar el aniversario con un edificio en forma de un libro abierto y, de esa manera, honrar la historia de su patria.

Mientras tanto, en el Perú, los documentos del que fuera el virreinato más importante de la región languidecen en el antiguo local del Correo bajo el riesgo de que se caiga el techo y se rompa una cañería, o de que en los doscientos años de la República estén bajo el riesgo de desalojo y los documentos se lleven por puchitos a distintos repositorios donde no existen las condiciones necesarias.

Días antes, el lunes 15, estuve en Lima en la sesión pública de la comisión de Cultura del Congreso en la que la presidenta —Susel Paredes— le preguntó al director de la unidad ejecutora número 8 qué novedades había del nuevo archivo. Por su boca resultó que todo estaba listo para comenzar, pero los 50 millones de soles que se asignaron en el presupuesto no eran suficientes y, por lo tanto, no se podía hacer nada: el proyecto sigue estancado porque no hay suficiente voluntad política.

Pero, ¿hasta cuándo? Ya estamos hartos de esperar y no queda más que seguir bregando y repitiendo: necesitamos el nuevo local para el Archivo, ya.

Miremos a Argentina, porque la solución es posible.


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