Todos los hombres del rey (y cada hombre, un rey)


La única reforma indispensable para superar nuestras miserias políticas


Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos IlustresPeruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.


Esta es la historia de un joven de provincia que, harto de ver cómo políticos infames se suceden ocupando los puestos de poder en su localidad por años, aliados con sus amigos que ganan licitaciones para sus propias empresas corruptas por demás cuestionables —incluso para construir colegios y hospitales—, decide él mismo lanzarse a competir y lograr un cambio para mejorar la vida de sus coterráneos.

Al principio es usado por esos mismos políticos, quienes le hacen creer que tiene posibilidades de convertirse en el líder que hacía falta, pero pronto el joven encuentra un lugar propio que lo lleva a ganar las elecciones locales y competir para ser presidente de su país. El problema es que cuando finalmente logra su cometido, él mismo se ha convertido en aquello contra lo que había decidido luchar. El joven es ahora un hombre corrupto que lo único que ha hecho es cambiar de manos el poder para que todo siga igual, con el único afán de hacerse de fortuna y fama, acorralado entre sus propios amigos y empresas delictivas. 

Todo esto, vale la pena aclararlo, no ocurre entre Cajamarca y Lima, sino entre las páginas de un notable libro estadounidense, considerado por muchos como la mejor novela política de todos los tiempos; y un político de carne y hueso en la Luisiana de las décadas de los 20 y 30, en medio de la Gran Depresión. En Todos los hombres del rey el personaje es Willie Stark, o simplemente ‘el Jefe’, mientras que en la vida real fue Huey ‘Kingfish’ Long, un personaje ultrapopulista que llegó a ser gobernador de su estado y senador, y quien vio truncadas sus pretensiones de convertirse en presidente al cruzarse con una bala disparada por sus enemigos. El lema de campaña de Long era ‘Cada hombre, un rey’, y proponía una especie de impuesto (‘Compartiendo nuestra riqueza’ se llamaba su propuesta) que impidiera que nadie ganase más de un millón de dólares, y que esa plusvalía se repartiese entre todos los norteamericanos hasta lograr que “todos sean reyes”. Long se hizo tan famoso que grabó una canción bastante pegajosa con ese mismo nombre, ‘Every Man a King.

Tras leer la novela y ver varios documentales sobre Long cabe una vez más la pregunta con la que empezó el último gobierno que duró un periodo completo de cinco años en el Perú (y que parece ya tan lejano): ¿Tan difícil es caminar derecho?

La política y la educación para ella

Cada vez que leo y escucho de propuestas de reformas, para luego darme con las noticias de ‘niños’, ‘robacables’ y ‘mochasueldos’ en nuestra cada vez más nutrida, creciente —y encima descarada— fauna mítica de la (anti)política, me convenzo de que la única reforma real que necesitamos es la de la educación (con el ejemplo). 

La corrupción puede campear siempre allí donde se la tolere, sea en el nivel más alto o bajo de la administración, cerca o lejos de la capital, en Chota o Luisiana, sea usted un hombre o un rey. Y es que ese monstruo de mil cabezas y vista aguda toca las puertas que sabe que pueden abrirse. A veces lo hace con los compadres en una alcaldía distrital, con un conocido que a su vez conoce a alguien en un gobierno regional, o finalmente con un colega que puede terminar llegando a la oficina de un ministro. También se extiende como la sombra de Nosferatu y pasa por los dinteles de las oficinas de los altos funcionarios, o llega con el timbrazo al celular de un oscuro funcionario que tiene a su cargo la contabilidad de un programa presupuestario, o puede conocer los tejemanejes de una licitación. 

Ciertamente a cualquiera le puede llegar la tarjeta del doctor Chantada, o recibir visitas de un Richard Swing o una Karelim. Llegan CV, llamadas, WhatsApps, recados, mensajes, amigos de amigos. La educación —o el ejemplo, que es casi lo mismo— es la diferencia entre los funcionarios. Uno puede hacer un favor siempre que no haya nada ilegal y se esté dispuesto a hacérselo tanto al amigo como al anónimo que escribe al correo personal o por las redes sociales pidiendo ayuda, y a quien, de verdad, a veces la simple respuesta a su consulta es una esperanza de que el Estado puede funcionar. 

Suena idealista pero este buen ejemplo tiene que ver con la verdadera función y representación de la autoridad (en el colegio, en casa, en la vida). Y es que en el escalafón burocrático todos terminamos siendo jefes de alguien y subordinados de alguien más Por eso es importante que todos escoja(n/mos) bien a sus(/nuestros) colaboradores, pero, como ciudadanos responsables, sobre todo seamos conscientes de la relevancia que tiene elegir a quienes tienen las más altas responsabilidades. 

Un recuerdo final sobre esto para que se entienda a lo que me refiero. Robé una vez en mi vida. No era funcionario, claro, solo un alumno de primer grado. Tenía seis años y quería congraciarme con el equipo de fútbol de mi salón. Invité a todos gaseosas en lata (un lujo entonces) y sándwiches. La madre de uno de mis compañeros se lo contó a la mía para agradecerle, y entonces mi padre descubrió que le había birlado cien soles de la época para cometer ese acto con el que seguramente solo quería ganar popularidad. En mi recuerdo mi padre me dio una reprimenda, pero sobre todo me quitó el habla durante varios días. Quizá no fueron días sino horas, pero en mi memoria está el llamado de atención y la lección aprendida, suficiente para decidirme a no robar más, nunca, nada[1]. Es en el colegio y la infancia donde se aprende, es allí a donde deben ir dirigidos siempre nuestros mayores recursos. 


[1] Siempre he visto en esa escena familiar lo contrario a lo que los cinéfilos encuentran en el primer sketch de I mostri, el clásico del cine italiano donde un padre tramposo que enseña malas mañas a su hijo, recibe finalmente un mal trago de su propia medicina.


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1 comentario

  1. wespinoza.s

    Muy buen referencia, y ya experimentada hace bastantes años, la historia del joven norteamericano frente a del hombre de Cajamarca; comparto la expectativa que la educación nos muestre el camino hacia la luz y recuperación del bien común.

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