¿Por qué estamos dejando que nuestros jóvenes se acerquen a las puertas de la ludopatía?
Hace unos días veía con mi hija un partido de la Copa América y, cuando tocó el entretiempo, descansamos la mirada en la tanda publicitaria. Sin embargo, comercial tras comercial, poco a poco fui percibiendo una presencia incómoda.
Ya que el partido era transmitido por una plataforma digital, mi hija me sugirió retroceder la pausa comercial y así confirmamos lo que temíamos: contamos cinco empresas de apuestas que incitaban a jugar en sus plataformas en internet. Cinco campañas distintas en una sola tanda. Confieso que tal campanazo me hizo sentir más cuestionado que nervioso, porque esa presencia tan palpable en mi televisor solo podía ser la cúspide de una masa persuasiva impresionantemente más grande que está naturalizando el acto de apostar a través de caballos de Troya irresistibles, como las camisetas de nuestros amados equipos de fútbol, los futbolistas más mediáticos y los infuenciadores que abundan en las redes sociales.
¿No es escalofriante pensar que, a pesar de que las adicciones al alcohol y al tabaco nos han mostrado sus consecuencias a escala mundial en el pasado, ahora estemos naturalizando tan campantemente entre nuestros jóvenes una puerta de entrada a la ludopatía entre jingles y sonrisitas?
Pongámoslo de otra forma: ¿nos escandalizaría enterarnos de que los casinos de nuestra ciudad están organizando visitas de colegios a sus locales? Imagino que sí. Entonces, ¿por qué no nos escandaliza que nuestros chicos tengan un casino en la palma de la mano y que se invierta millones en alentar a que apuesten en él?
En un reciente episodio de El Hilo, la psicóloga Débora Blanca relata que en Argentina —una sociedad tomada por el fútbol y la inflación—, los chicos en promedio empiezan a hacer apuestas a los doce años, se alcanza un pico de abuso a los catorce, y que a los dieciséis hay una tendencia a virar hacia la especulación con las monedas digitales. Hablamos, en muchos casos, de jovencitos que no pueden esperar al recreo y que juegan en clase; chicos tomados por la ansiedad, que pierden el interés en el estudio y en el trabajo, y a los que la vida alrededor no les parece interesante.
La ludopatía es considerada una adicción comportamental —es decir, no causada por sustancias externas—, pero es la que más suicidios provoca de todas. Pero si eso es grave, lo brutal está en el acelerador que nuestra sociedad le está instalando: si el camino a la ludopatía en los bingos y casinos construidos con ladrillos puede tomar unos ocho años, en el caso de los juegos en línea el proceso se puede reducir a dos años.
Para un ser humano, tan natural como buscar evadirse de la realidad es apostar contra las probabilidades: un niño que juega al yan-kem-po o que juega a encontrar Volkswagens durante un trayecto echa mano de esos neurotransmisores. Pero cuando una alianza de empresarios, legisladores, autoridades y comunicadores echa mano de esa propensión natural y la estimula explosivamente en las mentes, hablar de inmoralidad es poco. El dinero en juego es enorme, por supuesto, y en él está la raíz de esa coalición poco santa: en 2022, las casas de apuesta online recaudaron 105 mil millones de dólares en todo el mundo, y se calcula que para 2028 será el doble.
Honestamente, con las décadas que llevo encima, y habiendo visto tantas noticias de fajos bajo la mesa, de viajecitos de placer como incentivo, de lavado de dinero y de pautas publicitarias millonarias, veo muy difícil la lucha contra esa fuerza lucrativa que lava conciencias mientras apunta al cerebro de nuestros jóvenes. Consideremos, además, que en entornos desiguales y desesperanzados, a la sociedad organizada puede tomarle años conseguir victorias que muevan indicadores. Sin embargo, paradójicamente, es justamente esa condición la que nos debe mover a reaccionar cuanto antes. Encarando a los medios de comunicación. Arrinconando a nuestros políticos. Emplazando a los directivos de los clubes de fútbol y a sus jugadores más representativos. Y, sobre todo, cuestionándonos a nosotros mismos si estamos siendo ciudadanos juiciosos. O, al menos, padres que velan por sus hijos.
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Muy buen planteamiento.
En otros paises me consta que se advierte publicamente de los riesgos de la ludopatia, pero parece que no en Peru.
Como las tabacaleras a fines del siglo XX, ahora los juegos de azar son una industria con mucha influencia sobre politicos de toda especie, y tambien se esforzaran en negar la adiccion que pueden causar en muchisima gente.
Y tal como el alcohol y el tabaco, sera tarea en los hogares alertar sobre esta nueva adiccion que ofrece dinero rapido y abundante a gente facilmente impresionable como los jovenes (que si, tambien son impresionables en este entorno digital).
Gracias, Víctor, por complementar mis ideas.
Un abrazo.