Gran Bretaña tropieza con su pie derecho y el izquierdo se aprovecha
En Gran Bretaña, la victoria electoral del laborista Sir Keir Starmer no sorprendió a nadie y, a pesar de ser tan apabullante como contundente, tampoco generó gran entusiasmo, puesto que solamente votó un 58% de la población apta. Más bien, el resultado se puede considerar una derrota de los conservadores: los tories implosionaron y los votantes los castigaron severamente, hasta el punto de que aquellos no han obtenido tan pocos representantes en el Parlamento desde que surgieron como partido en el siglo XIX.
Esta es la segunda vez que me encuentro en el Reino Unido cuando los laboristas retoman el poder luego de un largo periodo de dominio conservador. Pero en esta ocasión no se han visto las celebraciones triunfalistas de Tony Blair en 1997. La canción de fondo ya no es “las cosas solo pueden mejorar”. El nuevo líder, conocido por sus formas solemnes y juzgado como un hombre gris, usó una sola palabra como eslogan: cambio. En su primer discurso frente al emblemático nº 10, prometió trabajar no solo por quienes votaron por él, sino especialmente por quienes no lo hicieron.
El sistema parlamentario británico posibilita que un partido se mantenga en el poder a pesar de los cambios de líder, y fue solo a partir de 2010, durante el gobierno de coalición de los conservadores con los liberales demócratas, que se promulgó la obligatoriedad de convocar elecciones cada cinco años. Brexit desestabilizó en los últimos años la política del país: en 2017, con la promesa de implementarlo, Teresa May logró ganar las elecciones con las justas, mientras que en 2019 Boris Johnson arrasó en los comicios, llevándose los votos de regiones que habían sido laboristas por décadas.
En ese momento los laboristas, bajo el liderazgo del veterano Jeremy Corbyn, perdieron tan estrepitosamente que muchos llegaron a pensar que el partido estaba acabado. El ala más a la izquierda había tomado el control, pero no logró convertir los votos en escaños. Escocia, históricamente un bastión laborista, eligió a casi todos sus representantes de entre las filas del partido nacionalista escocés, que ante Brexit pedía otro referéndum de independencia como el que perdieron en 2014. Incluso en Gales, una región tradicionalmente también laborista, la incursión de los conservadores puso al partido de los trabajadores contra las cuerdas.
Starmer, un abogado especializado en derechos humanos que se incorporó al Parlamento a la tardía edad de 52 años, fue elegido líder de los laboristas en este contexto. Teníamos enfrente, pues, a un hombre serio y aburrido como alternativa de peso frente al volátil y llamativo Johnson, quien por entonces ejercía el poder apoyado en una amplia mayoría. Durante los meses del confinamiento y después de pasar por cuidados intensivos, cuando se supo que el primer ministro organizaba fiestas mientras el país entero estaba confinado y que sus allegados ganaron millones con contratos amañados, la paciencia de la nación con su forma de gobernar disminuyó. Los inmensos beneficios que había prometido vendrían con el Brexit no se hicieron realidad.
En julio de 2022, Johnson perdió el voto de confianza y fue sustituido por Liz Truss, quien en solo seis semanas dinamitó el valor de la libra esterlina y llevó a una crisis política y económica inmediata al intentar implementar una visión ultraliberal del Brexit. La reemplazó Rishi Sunak, el primer británico de ascendencia hindú en llegar al puesto de premier. El haber sido ministro de Economía de Johnson lo pintaba como parte del desastre y ejerció su cargo bajo la presión de llamar forzosamente a elecciones antes de diciembre, porque se cumplía el plazo establecido por ley.
Fue por ello que hace seis semanas decidió convocar elecciones anticipadas, liderando la que fácilmente puede haber sido la peor campaña electoral británica de la que se tiene memoria. Por otro lado, Starmer se había estado preparando con meticulosidad forense para retomar una a una las jurisdicciones electorales perdidas en 2019. Las velas de su barca se vieron reforzadas con el viento de propulsión proporcionado por los graves problemas en los que se encontraban los nacionalistas escoceses ante unas contundentes acusaciones de malversación de fondos.
El sistema electoral, conocido como “el primero en pasar la valla”, conlleva que los votos totales a nivel nacional no son los que importan. Para ganar unas elecciones nacionales se necesita obtener simplemente el mayor número de los seiscientos cincuenta escaños disponibles y, en cada jurisdicción, ese objetivo particular es el que cuenta. Es por ello que la estrategia más exitosa consiste en concentrar la campaña en ganar los máximos escaños posibles. Los conservadores enfrentaban no solo a los laboristas, sino también a unos liberales demócratas que tienden a contar con mucho apoyo popular en el sur y oeste del país, regiones donde los laboristas no podrían ganar nunca. Por otro lado, la aparición de un nuevo partido, el Reformista, canibalizó gran parte de los votos de la derecha. Muchos de los escaños no se decidieron por la victoria o derrota de laboristas contra liberales demócratas, sino porque el Reform UK se llevó los votos de los conservadores. El mensaje era claro: “Todos menos los tories”.
¿Resultado? A pesar de que los liberales demócratas solo obtuvieron el 13% de los votos frente al 14% de Reform, los primeros se hicieron con setenta y dos escaños, mientras los segundos se tuvieron que conformar con cinco. Por otro lado, los Verdes, con solo un 6% de los votos a nivel nacional, conquistaron cuatro escaños. Los nacionalistas escoceses pasaron de tener cuarenta y seis escaños a tan solo nueve, mientras que los nacionalistas galeses pasaron de dos a cuatro. Otros cuatro escaños ganaron los independientes descontentos con la política laborista respecto a Gaza, e incluso Jeremy Corbyn volvió al Parlamento sin el apoyo de su partido, del que fue separado tras haber sido acusado de antisemita.
Starmer sabe que su triunfo descansa sobre bases muy precarias y es consciente de que en muchos lugares el apoyo a Brexit significa que Reform le pisa los talones. Sabe también que a la izquierda están los independientes y los verdes, así que ha habido alianzas tácticas silenciosas con liberales demócratas para hacer leña del árbol caído. El nuevo primer ministro es plenamente consciente de que detrás del brillo de su triunfo hay mucho apoyo circunstancial y que, de no mantener contento al electorado, puede fácilmente perder todo el terreno ganado debido a la torpeza de sus rivales.
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¿Y qué tan viable es que Starmer, apoyado por independientes, acepte volver a comprar gas barato a Rusia, levantando el bloqueo a la flota mercante que lo transporta desde el mar Báltico? Para así conseguir un descenso del precio de la energía, con el consiguiente impulso de su industria.