Tanto silencio incómodo


¿Qué hacer cuando la prepotencia de unos pocos poderosos pone en riesgo a la inmensa mayoría de ciudadanos débiles? 


El mundo está siendo devorado por la estridencia.

Los movimientos extremistas, que a decir del internacionalista Farid Kahatt son producto de una apuesta antisistema postpandémica, se caracterizan por tomar medidas que afectan a las minorías, a los más pobres y a los débiles. Como señalábamos la semana pasada, estamos rodeados de líderes que encuentran en la prepotencia y en la discriminación su manera de relacionarse con los ciudadanos. Y tal vez lo más desconcertante es que lo hacen con regocijo, con un placer sádico y con un disfrute demencial. 

El gesto de satisfacción de Trump mientras avisa que miles de familias se quedarán en la calle, la risa histérica con la que Milei acompaña los ajustes económicos que la población tiene que afrontar como pueda, o la matonería con la que  López Aliaga hostiga a la ONG feminista Manuela Ramos, son la misma cara de una moneda que siempre, siempre, cae del lado que beneficia a los poderosos y castiga a los ciudadanos. 

Tal vez  lo más decepcionante de esta bizarra realidad es que estas voces hacen sus proclamas a sus anchas ante lo que parece ser un desierto donde no existe nadie dispuesto a callarlos. Vemos a las autoridades, las nuestras y las ajenas, abusar de un poder que se les otorgó democráticamente sin que exista una corriente opositora, mínimamente articulada, que les haga frente. Cuando Donald Trump ganó las elecciones por primera vez en 2016, las mujeres, que corrían el riesgo de que sus derechos se vieran afectados por el gobierno del conservador republicano, acudieron en masa hasta Washington para hacer escuchar su voz. Se calcula que, por lo menos, 500 mil se congregaron para recordarle al presidente misógino que no sería nada fácil meterse con ellas. Y vaya que lograron intimidarlo: más allá de la retórica revanchista y confrontacional, Trump no arremetió contra los derechos de las mujeres o de la comunidad LGTB+ como lo está haciendo actualmente. Ahora, todas las semanas vemos nuevas medidas que atentan contra la inclusión, la diversidad  y el enfoque de género sin que nadie se atreva a gritar basta. Miles de personas perdieron su trabajo, otras han sido deportadas, se han cancelado programas de subvención y apoyo a los más necesitados ante la mirada atónita de un mundo en el que la matonería manda. El asunto ha cobrado ribetes tan ridículos, que la Universidad de Texas en El Paso (UTEP), está a punto de perder un financiamiento para estudiar a las aves, porque en su estudio aparece muchas veces mencionada la palabra “diversidad”.   

Y por casa no estamos mejor. Las últimas protestas que atestiguamos fueron las que se dieron en el sur y centro del país, cuando Dina Boluarte asumió el poder. En esa oportunidad la represión fue tan criminal que 50 peruanos murieron y más de 1.400 resultaron heridos. Si bien es comprensible que, ante tanta brutalidad, las personas se la piensen varias veces antes de salir a la calle a protestar, resulta difícil entender por qué no han surgido liderazgos capaces  de canalizar la altísima desaprobación que concentran el Ejecutivo y el Congreso. Más allá de uno u otro paro, no ha aparecido una sola voz con la cual identificarnos para exigirle un mínimo de decencia a las autoridades. 

¿Por qué andamos todos como atarantados, mientras el mundo parece desmoronarse en cada esquina? La verdad, no tengo la menor idea. Pero, tal vez, sea momento de dejar de esperar un mesías que enarbole la bandera de la oposición, y enfrentarnos cada uno de nosotros desde nuestras humildes esquinas. Quizá sea hora de usar nuestras redes, nuestra voz y nuestra capacidad de influencia para mostrar nuestro descontento. Cuando la obispa de Washington, Marianne Edgard Budde, le pidió a Donald Trump que mostrara piedad con los migrantes y la comunidad LGTB+, creo que nos mostró un camino. 

Ya no es momento de guardar silencio.


¡Suscríbete a Jugo haciendo click en el botón de abajo!

Contamos contigo para no desenchufar la licuadora.

1 comentario

  1. Luz Nuñez

    Tienes razón Patty, pero nadie quiere liderar esa protesta. Todos hemos agachado la cabeza. Nadie se atreve después de lo que Petro intentó. Después del sermón de la obispa pensé que diferentes comunidades saldrían a defender su posición. Solo fue un día y ahí quedó.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

16 + catorce =

Volver arriba