Es hora de pensar qué tipo de “nosotros” nos garantizará una vida mejor a todos
No tenemos nada especial.
No fuimos dotados de grandes fauces para devorar a nuestros depredadores, ni poseemos una fuerza física descomunal, ni unas extremidades que nos permitan huir a toda velocidad del peligro. Bien visto, los humanos estamos pobremente equipados para enfrentar la naturaleza y sus peligros, salvo por un detalle con el que le ganamos a todos los otros seres del planeta: nuestra particular disposición para vivir en comunidad. Gracias al lenguaje y a nuestra capacidad para tejer redes de colaboración, podemos —en teoría— dominar el mundo y hacer de él un lugar medianamente seguro para nuestra subsistencia. Pero coloquemos a un individuo solo en la selva o en el desierto, y sus posibilidades de sobrevivir serán escasas o nulas.
Somos seres gregarios, sociales, grupales, capaces de relacionarnos con el otro para formar un “nosotros”. Un nosotros que no es un conjunto de yoes, que no es la suma de muchas individualidades, sino la conjunción de intereses comunes que logran identificar y cohesionar a un grupo. La construcción de un nosotros sólido no es tarea fácil ni automática. Implica pasar por el convencimiento de que la vida en comunidad nos acarrea beneficios de los que de otra forma no gozaríamos, y nos obliga a dejar de lado intereses a veces mezquinos, otras veces egoístas, o que simplemente son incompatibles con las necesidades de los demás. Pongamos un ejemplo simple: un vecino que quiere ampliar su jardín y se apodera de un pedazo de parque ha dejado de lado el nosotros para centrarse en sus propios intereses. Seguro que si le preguntamos por qué lo ha hecho, esgrimirá múltiples argumentos que justifiquen su decisión, pero en ninguno de ellos tomará en cuenta los intereses de los demás.
Respetar las leyes de convivencia en sociedad es un constante pensar en primera persona del plural que nos garantiza la sobrevivencia; sin embargo, este principio que parecía tan obvio, últimamente se está perdiendo. Vivimos tiempos extraños, y hemos asistido primero con curiosidad y luego con perplejidad al avance de ideas radicales en distintas partes del mundo, que, ya sean de izquierda o de derecha, propugnan la construcción de una nueva sociedad sobre la base de la exclusión. Trump en Estados Unidos, Milei en Argentina o los Ortega en Nicaragua, por citar algunos ejemplos, pretenden implantar en sus países la idea de que para prosperar hay que reconstruir el nosotros sacando a los indeseables, reduciendo al máximo el grupo de ciudadanos con los que vale la pena compartir algo. Se trastoca, entonces, la construcción de un nosotros que ya no responde a intereses comunes, sino que se forja por negación. ¿Quiénes son los americanos para los cuales Trump está recuperando América? Pues son los que discriminan a los homosexuales, los que no creen en la necesidad de empoderar a las mujeres, o los que ven en los migrantes a delincuentes que van a comerse a sus animales. El nosotros de Trump, como el de muchos otros líderes que se entronizan en distintos países de América, Europa o de Asia, reúne a individuos que quieren desaparecer al otro, no incluir; que quieren deportar, no acoger; que quieren pisotear, no sostener.
En el quechua, ese idioma tan bello que hablan cerca de cuatro millones de peruanos, existe una fórmula lingüística que explica bastante bien este espíritu de los tiempos: cuando el hablante quiere referirse a un nosotros que incluye al oyente usa el pronombre ñuqanchik, que es inclusivo. En cambio, cuando quiere excluir al interlocutor —nosotros, pero tú no— usa el pronombre excluyente que es ñuqayku.
Cabe preguntarse por qué el ñuqayku se extiende con tanta popularidad en el mundo. Por qué siguen triunfando políticos que construyen sobre la exclusión. No creo que haya una respuesta ni única, ni clara. Entre los avances tecnológicos de este siglo y una pandemia que nos amenazó como especie debe rondar la respuesta, pero si no hacemos algo por contrarrestar sus efectos vamos a terminar perdiendo el rasgo más importante que nos permite sobrevivir en este universo y vamos a enfrentar solos un futuro bastante sombrío.
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Qué bella la diferencia entre el ñuqanchik y el ñuqayku, para el nosotros contigo y sin ti. No la tenemos en español. Buenos días, y kausachum ñuqanchik, querida Patricia, querido Alberto
Un gran abrazo Juan gracias por comentar, efectivamente esa diferencia es bella y sabia
Bienvenida Patricia!!! Gran primer artículo ❤️
Gracias querida Maira
Muy bueno! Bienvenida!
Gracias Pepi.
bien!
Bienvenida Patricia!!! Excelente artículo como siempre!
Gracias Patricia. Bienvenida.