Decímelo en la cara


Un malentendido que revela la desubicación de ser un inmigrante y, encima, argentino


Daniel Sacro es un narrador, músico y comunicador argentino radicado en Perú. Autor del libro “Cuarenta cuentos de cuarentena” (Premio Luces 2021). Como músico, ha editado 2 discos de estudio, y suele hacer shows en vivo donde mezcla canciones con relatos. También lidera su propia agencia, ASÍ Comunicación.

Sacro acaba de lanzar “Querida Parca”, con un videoclip protagonizado por la actriz Mónica Sánchez.


Soy un porteño, un bonaerense que vive en Lima desde hace más de diez años. Y, como todo porteño, soy un poco melancólico. Quizá por eso me fui armando de algunos lugares de pertenencia que me hicieran sentir, o al menos creer, que estoy en casa. Supongo que un argentino en Estocolmo la tendrá más dfícil. En Lima, por suerte, se respira Buenos Aires: las radios pasan Soda Stereo en loop, el olor a parrilla brota de cualquier esquina, y la referencia a futbolistas, actrices y humoristas gauchos es permanente: sentirse como en casa es fácil.

Quizá por eso me resultó tan chocante que me echaran de esa panadería.

Resumiendo: la panadería, cercana a casa, era uno de mis lugares de pertenencia. Me hacía recordar a la de mi infancia. Esta panadería tiene, además, unos pocas mesas afuera, donde cada tanto almorzaba o tomaba un café. La última vez pedí un cortado. Al terminar, la mesera, jovencita, me dijo que el consumo mínimo era de 16 soles. No recordaba esa condición, me pareció rara y un poco mala onda, pero no me molestó: igual pensaba comprar algo más. Por eso, a manera de respuesta, puse una voz engolada y con ademanes de mal actor argentino, le dije: “Que me lo digan en la cara”, tras lo cual sonreí.

Según mi criterio, por el acting exagerado y la sonrisa posterior, era un sarcasmo inequívoco, que un poco me jodía, pero todo bien, así son las cosas.  

El problema es que un doble sentido necesita contexto, timing, la complicidad del otro.

El problema es que al otro lado del mostrador, lo que llegó fue la prepotencia de un porteño arrogante, desubicado y malcriado, dispuesto a maltratar a una chiquilla inocente que solo hacía su trabajo: el dueño, enojadísimo, salió a pedirme que me retirase y no volviese a pisar el local. De nada sirvieron mis disculpas al darme cuenta del malentendido. Me tuve que ir, con una mezcla de sorpresa y humillación. La situación me pareció absurda y exagerada, pero también dolorosa, para qué negarlo: además de melancólico, soy melodramático. Me bajó de un hondazo a la realidad: no estoy en Buenos Aires, no tienen por qué entender mi manera de expresarme, no son mis amigos, y el sentido de pertenencia solo habitaba en mi cándida imaginación. O, quizá, también me vi en un espejo desagradable: el prototipo del porteño que me repele.

Más extraño es lo que pasó después. Quise compartir la anécdota, y a manera de descargo, con su toque de experimento social, hice un video donde contaba el incidente. Desarrollé cuatro posibles hipótesis que hablaban de choques culturales, susceptibilidades limeñas, cancherismos porteños, y también la posibilidad de que simplemente yo fuera un pelotudo.

Jamás mencioné —ni mencionaré— el nombre del local: detesto el cargamontón digital.

Para mi sorpresa, el video tuvo miles de likesshares y comentarios de todos los colores, muchos relacionados con ese concepto inabarcable llamado argentinidad. Casi un millón de vistas. Me sorprendió su “éxito”, incluso me dio un poco de bronca: tantosreels que hasta entonces había hecho con cariño y dedicación, para que lo más visto fuera un absurdo conflicto pasajero que tampoco me dejaba muy bien parado.

Pero al final entendí: el conflicto es, a fin de cuentas, lo que hace atractiva a una historia. 

Sin embargo, el énfasis de los comentarios me generó más dudas. ¿Cuál era el trasfondo? ¿Mi falta de tino? ¿La falta de humor de mis interlocutores? ¿Estaba reforzando el prejuicio del porteño que riega vergüenza ajena por el mundo? ¿O el error era, justamente, llevar el incidente a una cuestión de idiosincracias y banderas?

Pero ya que estamos, juguemos a la dudosa encuesta: ¿cómo se lleva Argentina con el mundo? Según el termómetro de las redes, con Uruguay tenemos un amor no correspondido: los queremos, ellos no. Chile, Brasil y Paraguay no nos soportan. A Venezuela, Ecuador y Colombia les caemos bien. ¿México? Mmm… ¿Inglaterra? Los odiamos, y a ellos les da igual.

Estados Unidos no sabía ubicarnos en el mapa hasta que Messi llegó a Miami. ¿España? Hartos de nosotros. ¿Y Perú? 

Siempre sentí que en Perú nos quieren. Que, superado el oscuro mito del Mundial de 1978, su apoyo en Las Malvinas nos unió para siempre. Y que, más allá de relaciones bilaterales, hay muchísimos argentinos que hicieron de esta su casa, porque así nos la hicieron sentir. Me incluyo: aquí me desarrollé profesionalmente, tuve un hijo, publiqué un libro, grabé discos, toqué decenas de veces, dicté talleres, armé una empresa y conocí gente que quiero y me quiere. Y gente que no. Como el dueño de la panadería. Y está bien. ¿Quién dijo que sentirse en casa debe ser un nido de rosas?

Por supuesto, no volví a pisar el local. Y me mido un poquito más antes de hablar. A cocachos aprendí. Pero a veces, cuando paso frente a la panadería y veo al señor en la puerta, y mis ojos chocan con su agria mirada, no siento rechazo, sino una extraña empatía. No es sadomasoquismo: algo en él me resulta familiar.

Es un hombre que, a fin de cuentas, priorizó defender a su empleada a retener a un cliente.

Pero hay algo más.

Algo en su personalidad necia, cabrona, jodida.

Algo en su manera nerviosa de fumar, rumiando un malhumor.

Algo en su barba descuidada de stress permanente.

Algo en su porte de sheriff veterano que protege su comarca de forasteros indeseables.

Algo en su lengua sin pelos, su frontalidad, su andatealaputaqueteparió, su decírmelo en la cara.

Algo profundamente porteño, para qué negarlo.


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4 comentarios

  1. Diana

    Me encantó.
    Me encantó.
    Me encantó.

    Porque es muy lleno de lucidez reconocer por un lado que lo que quiso ser sarcasmo fue entendido como “prepotencia de un porteño arrogante, desubicado y malcriado”. O sea, el autor sabe que fue percibido así. Y que es un riesgo constante… por el estereotipo porteño.

    No he visto el vídeo en mención… pero me da curiosidad.

    ¡Aguante la humildad y la lucidez!!!

    • daniel

      Hola Diana! La humildad, tesoro invalorable, más para un porteño jaja
      abrazo y gracias x leerlo.

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