Tanta huachafería


Buscando paradigmas del ridículo: el caso Lizarzaburu


Hace poco una amiga chilena me preguntó qué significa la palabra ‘huachafo’. Ya me ha pasado otras veces, y siempre me ha costado explicarlo: hay un punto intraducible en la expresión, es de esas que todos los peruanos entendemos, pero nos embrolla al momento de dar a entender. Hace diez años, en un blog del diario El País y a propósito del VI Congreso Internacional de la Lengua Española, el escritor Iván Thays dio esta definición: “Aunque se considera un sinónimo de cursi, su significado es más amplio y va de lo gramatical a lo sociológico. La huachafería es imitar o pretender ser lo que no es. Además, está relacionado con lo ostentoso, falta imperdonable en un país donde se sobrestima el perfil bajo. Su uso es tan subjetivo que resulta incluso huachafo el andar señalando las huachaferías de los demás”.

Palabra antigua, rastrear su origen puede ser una experiencia muy interesante. Aquí otra aplicación, del inmenso Salazar Bondy en Lima la horrible: “Para ser lo que no se es se precisa de un disfraz. Demos una mirada alrededor y hallaremos decenas: la dependienta de una tienda que remeda los modelos de la damisela de las fiestas de sociedad, el burócrata que se reviste de forense gravedad verbal, el pequeño burgués que acomete su casita propia copiando en modesto los regustos arquitectónicos del palacio, el grafómano que redacta con hinchazón y vacuidad porque supone que así es una pluma académica. Estos son casos de disfracismo en pos de la categoría que no se tiene y que se presume superior, aunque de hecho no lo sea. Lo postizo es, en último término, huachafo, y según las previas categorías constituye antes lo huachafito, lo huachafoso y lo huachafiento. Importa, pues, la intención que dirige el mimetismo arribista. Juez excesivamente pegado a la letra para presumir, huachafo; madre que selecciona los futuros yernos por el apellido (sin que el propio tenga alcurnia), huachafa; hombre o mujer que en cualquier ocasión procuran exhibir cultura o cosmopolitismo, huachafos”.

Fernanda captó el sentido, pero para encarnar la idea no tuve que pensar mucho hasta toparme con la figura de Juan Carlos Lizarzaburu Lizarzaburu, padre de la patria por Fuerza Popular, y elegido el 21 como representante de los peruanos en el exterior. Con esta prerrogativa, ha sido por lejos el congresista que más ha gastado hasta ahora en viajes al extranjero, incluyendo un paseo a España para ver a su familia que hasta ahora no se ha podido justificar. “Hombre, es que yo tengo mi familia, mis hijas tienen nueve años y medio, necesitan su figura paterna”, le dijo a El Foco. Lo bueno de esto es que así lo tenemos menos tiempo por aquí. Lo malo, lo que cuesta al erario y los episodios vergonzantes que pueda protagonizar en el exterior. 

Lo primero que sale en la presentación de su breve perfil en la página web del Congreso es: “Soy peruano y también tengo la nacionalidad española”. En su perfil de Linkedin dice de sí mismo que es “Disruptivo, orientado a resultados. (Con) capacidad demostrada en conducción de equipos de alto rendimiento. Comunicación excelente y habilidades interpersonales a todo nivel”. Antes de ingresar en la cosa pública dice haber sido un empresario exitoso en Europa. Al menos yo escuché su nombre por primera vez cuando la fiscalía ad hoc lo sindicó, en febrero de 2021, como integrante de la red de pitufeo que, con plata de Odebrecht, habría financiado la candidatura de Keiko Fujimori una década atrás.

En la práctica, es de esos congresistas de los que uno ni se enteraría si no fuera porque de vez en cuando suelta alguna paparrucha harto memeable con dejo español.

Su primera aparición en los medios como parlamentario resulta un buen ejemplo: sucedió tras el discurso de toma de mando de Pedro Castillo (que coincidió con el Bicentenario), cuando este profirió algunas referencias duras pero verdaderas respecto al tiempo colonial. Pues bien, semanas después el amigo Lizarzaburu tuvo la idea de enviarle un oficio al rey Felipe VI pidiéndole disculpas… ¡en nombre del pueblo peruano! 

(Como existen pocos disparadores del recuerdo tan poderosos como lo embarazoso, de inmediato muchos evocamos cuando, en noviembre de 2018, Víctor Andrés García Belaunde y, sobre todo, Francesco Petrozzi le soltaron al mismo monarca un paquete de lisonjas que haría sonrojar a Chibolín. Y es que el Parlamento, claro, es una fuente infinita de huachafos y huachaferías).

Al poco tiempo Lizarzaburu estuvo en Argentina, y los peruanos residentes allí lo bulearon por tal ridiculez, tomándose encima la atribución de perpetrarla en nombre de todo el país. Fue entonces, habiendo perdido los papeles, que nos regaló otra perla durante una conferencia de prensa: “Muchos acomplejados tenemos en Perú que se ponen a hablar de María Parado de Bellido y Micaela Bastidas. Ambas personas próceres de nuestra Independencia no eran peruanas, porque el Perú no había sido fundado. El Perú se fundó en 1821”. Esto para luego espetarle a un periodista: “Yo le respondo con los conocimientos de historia que tengo yo. Deberíais de ser vosotros un poquito más respetuosos” (sic). Desde entonces algunos comenzaron a llamarlo ‘Lizarzaburro’, apelativo que no ha perdido vigencia.

Un ejemplo de esta persistencia se dio en febrero, cuando, en un debate, se mandó con la desafortunada comparación de la wifala con un mantel de chifa, demostrando tanta discriminación, violencia e ignorancia que incluso mereció un reclamo de las autoridades bolivianas (en Bolivia es un símbolo patrio). Para hacer el cuento más ridículo, pronto se demostró que sus expresiones habían sido calcadas de lo dicho antes por otro atorrante. Por último, hace unos días, citado por la comisión de Ética, Lizarzaburu invitó a Carmen Arellano Hoffmann, una respetable antropóloga y miembro de la Academia Nacional de Historia, supuestamente para recibir su apoyo. La doctora Arellano Hoffman, en unos segundos memorables, le dijo que sus afirmaciones eran una tontería y fruto del puro desconocimiento.

Eventualmente se refiere a sus colegas como ‘señorías’ y llama a los sets de televisión ‘platós’, acaso por hispanofilia, acaso por simple cursilería, y ha llegado a decir que es “del Perú profundo de Lima”. Tiende a levantar la voz, pretendiéndose categórico. Fan de Vox y del Foro de Madrid, su agresividad en Twitter se expresa en lo exaltados que son sus comentarios de DBA, pero también para con la ortografía. 

Como es de los que van a hacer todo por quedarse hasta el 2026, seguramente tendremos muchas más muestras de su huachafería (hortera, si lo prefiere) para que nos sirvan de ejemplo. Y de palta.


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3 comentarios

  1. Jorge Ortega

    El señor Lizarzaburo no sólo representa la huachaferia congresal, también es la explicación porque los peruanos tenemos miopía para elegir a nuestras autoridades, pero, por sobretodo, la ineficacia y la carencia de filtros en los partidos políticos, quienes deberían procurar tener candidatos más o menos presentables que no avergüencen a sus partidos, regiones y menos al Perú.

  2. Nancy Goyburo

    Asi es, concuerdo con el comentario de Jorge Ortega. La raíz de un deplorable Congreso y Ejecutivo está en el rol de los partidos políticos en el Perú. Ellos se constituyen en la única vía para elegir representantes. Los candidatos que presenten son las únicas personas con las que podemos votar. Sin embargo, NO tenemos partidos políticos.

    Solo tenemos partidos políticos «huachafos», aplicando lo que escribe el columnista Dante Trujillo cuando cita a I. Thays diciendo: «La huachafería es imitar o pretender ser lo que no es.». Los partidos políticos son representativos fidedignos de esta frase. No tienen doctrina, ni organización, ni militancia identificada, ni líderes que cuenten con el perfil del político honesto y demócrata. Los partidos políticos actuales (con escasas excepciones) son fieles representante del interés privado (su propio lucro a través utilizado mecanismo políticos) por encima del interés público que es el Bien Común. Son sólo la fachada de una organización política (símil de la universidad que tenia sólo fachada y ningún edificio detrás, aparentando lo que no es).

    ¿Qué podemos esperar de candidatos elegidos en ese gravísimo contexto en el que se desarrollan las organizaciones políticas que tien e registros formal en el JNE? Sólo la precariedad de la clase política. Me gusto mucho la columna. ¡Felicitaciones!

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