Pollo frito para el alma


Apuntes sobre esa felicidad que a los vendedores no les interesa promover


Hace unos días, mientras el verano se negaba a ser desalojado por el otoño, conducía de regreso a casa por la Panamericana Sur cuando me topé con un cartel enorme, dorado por el sol poniente, que decía: “La receta secreta para ser feliz es Kentucky Fried Chicken”.

Yo, que he trabajado tantos años escribiendo anuncios, exprimiéndome la sesera para encontrar maneras diferentes de decir que algo es mejor que su competencia, ya intuía desde joven que gran parte de las promesas que los productos y servicios nos ponen en las narices son realidades funcionales traducidas a beneficios emocionales: la Coca-Cola es una bebida con cafeína y buena dosis de azúcar que químicamente le inyecta un despertador a tu organismo, pero sus publicistas nos dijeron que se trataba de la chispa de la vida. No en vano tantos poetas y narradores han trabajado escribiendo anuncios desde que el capitalismo tendió ramales. Sin embargo, esa tarde conduciendo a casa confieso que no estaba preparado para ese fustán tan obscenamente mostrado.

Quizá aquella muestra de sinceridad publicitaria, acaso desesperada, me haya tocado de manera especial debido a que últimamente me preguntan con frecuencia si me ha quedado algún aprendizaje luego de haber escrito Cien cuyes, una novela tragicómica en la que nueve ancianos revisan sus vidas mientras intuyen la inminencia de la muerte. 

Uno de los ancianos de mi novela, tumbado en su cama, piensa que llega una edad en que la felicidad consiste en que nada te duelademasiado. Aunque más tarde, al recordar sus tiempos rutinarios de médico, se corrige y se dice que la felicidad es eso que hoy das por descontado. Es muy probable que mientras escribía el manuscrito me haya atrevido a camuflar en las voces experimentadas de mis personajes de ficción la experiencia personal de un tipo como yo, pasada su mediana edad. Ahora confesaré aquí el ejemplo de un día de otoño, un año antes de que escribiera la novela, cuando me encontraba tumbado en la cama mientras un inesperado sol dominguero se colaba por la ventana. Por un rincón del vidrio alcanzaba ver a un gallinazo planear con esa elegancia que jamás tendría en tierra firme. A mi lado, mi novia dormía y ronroneaba, tal como lo hacía el mar cercano bajo el acantilado. No me dolía nada y ninguna deuda acuciante me tenía preocupado. De pronto, mientras miraba en silencio el techo blanco, ocurrió la epifanía: ¿Y si eso era la felicidad? 

¿Y si unos años más adelante, al encontrarme encadenado a una enfermedad dolorosa, recordaba ese domingo en el que nada extraordinario ocurría como un pedazo dorado de vida que dejé pasar sin aquilatar? 

Quizá en nuestra historia reciente la felicidad haya tenido demasiados promotores que nos han inoculado metas dignas de Instagram: besos apasionados junto a cascadas majestuosas, o carcajadas en cimas monumentales junto a un sol que atardece. Eso, si lo que les interesaba promover eran aerolíneas, créditos, destinos y hospedajes bajo el más amable nombre de “experiencias”; algo menos perjudicial, tal vez, que incitar a que la gente confunda la búsqueda de la felicidad con la cacería de objetos. Así, como si supiera que tenía este artículo en mente, un centro comercial de la avenida Salaverry me recibió ayer con este rótulo: “¡Bienvenido! ¡Estás aquí para ser feliz!”.

Quizá hagamos mal al invocar tantas veces la felicidad y deberíamos buscar la menos publicitada armonía. Tal vez mi generacion aún esté a tiempo de darse cuenta, antes de ser totalmente vieja, de que una buena vida no se mide según cuántos bienes o distinciones acumulamos, sino de cuántos abrazos espontáneos somos capaces de atraer un día cualquiera. Sin dolores extremos. Y sin un banco que nos cobre intereses criminales por haber invertido tontamente en una idea falsa de la felicidad.

Todas esas cosas que jamás encontrarás en un cartel que te dice que la felicidad está en un pollo frito.


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6 comentarios

  1. Maru

    Felicitaciones Gustavo , que gusto da leerte. Me encantó Cien Cuyes. Lista para tu próximo libro .

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Maru.
      Qué amable eres.
      Ojo, que también hay anteriores, jajaja…

  2. Lourdes Paredes

    Estoy camino a mi santa tierra y te encuentro, te leo y recuerdo los más próximos momentos de felicidad que experimento. Recibo de lunes a jueves el abrazo, sonrisas y varios «miss Lourdes te quiero» espontáneos de 90 niños que llegan luego del cole a pasar su tarde en mi centro de labores. Momentos de felicidad que se suman al sentir la espontaneidad de un niño, mi nieto, cuando con él nos encontramos y tan sabio él que odia el pollo . Esos abrazos acompañarán mis tiempos venideros.
    Comparto tu percepción de felicidad. Es un gusto leerte.

    • Gustavo Rodríguez

      Lourdes, leerte también ha sido muy placentero. ¡Gracias por esas líneas y las confidencias!

      • Marita Krawitz

        Felicidades por tu nuevo libro y por la entrevista con Jorge Ramos, la vi aquí en New York donde resido. Me encanto tu mensaje, tus comentarios y sobretodo feliz de presumirle al mundo que el Peru produce personas elocuentes con destreza, maestría y sobretodo la gracia con la que nos caracterizamos los que venimos de nuestro maravilloso Peru.
        Más aún, enhorabuena el merecido Premio Alfaguara!
        Can’t wait to read Cien Cuyes!

  3. William Banda

    Explicar la felicidad siempre será difícil y habrán tantas respuestas como hombres en el mundo. Pero reflexiones como las que haces nos acercan al entendimiento personal. Gracias estimado Gustavo.

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