Suspiro navideño


Recordando a los que ya no están en la mesa de Nochebuena


Cada veinticuatro de diciembre en la noche, mi tía Techi llegaba a casa con un recipiente inmenso de suspiro de limeña. Los recuerdos infantiles siempre exageran las dimensiones, pero podría asegurar que no he vuelto a ver un recipiente de suspiro así de grande. No pienso en mi tía Techi como una gran aficionada a la repostería —la única vez que la veía llegar con un postre así era en Navidad—, pero sí la recuerdo por su irónico sentido del humor y por ser la primera persona a la que vi tomar gin tonics en Lima, mucho antes de que se pusieran de moda, ambas consecuencias probables de su educación británica. Mi tía Techi ya no está, no volvimos a comer suspiro en Navidad, y yo sigo buscando infructuosamente en restaurantes alguno que se le parezca. 

Ya no está tampoco mi tío Alberto, esposo de Techi y hermano de mi mamá. Mi tocayo y padrino, para más señas. Si alguna vez pisó la cocina, debe haber sido buscando hielos para su whisky, pero lo que aportaba mi tío a la mesa navideña era más importante que cualquier plato. “¿Cómo está mi querido machucado?”, era su saludo emblemático, el cual sintetizaba bien su personalidad: era fregado y tierno en dosis variables. Y, como decía, cumplía un rol clave: era el que mejor contaba las anécdotas familiares en la sobremesa, lleno de exageraciones y “licencias literarias”, para molestia de los involucrados y para gran diversión del resto de los presentes. Además, mi tío Alberto era el que guardaba un riguroso registro mental del árbol genealógico de la familia. Solo puedo imaginar cuánto se hubiera divertido con páginas como Ancestry o FamilySearch, donde hace poco descubrí que también tengo sangre arequipeña por su lado de la familia, algo con lo que nos habríamos podido reír un buen rato.

Mi tío Fico, otro de los hermanos de mi mamá, tampoco era muy aficionado a la cocina; manera elegante de recordar que era un cero a la izquierda para todo asunto doméstico. Con gran sentido práctico, se le asignó la compra de tamales, labor que cumplía diligentemente cada año. Fico también nos dejó. Luego hemos querido reasignar esa responsabilidad a otras personas y varias veces nos hemos quedado sin tamales. Vuelan el veinticuatro. Hay que reconocer que eso nunca pasó cuando él estaba a cargo. Aunque, al igual que con Alberto, el principal aporte de Fico también estaba en la conversación. Uno de los fundadores de la mítica revista Hablemos de cine, Fico era un hombre cultísimo, con las mejores recomendaciones de películas recién estrenadas y libros que acababan de salir de imprenta. Además, sus posiciones políticas progresistas hacían buen balance a los juicios enfáticos —y un poco más reaccionarios— de su hermano.

A quien sí recuerdo mucho en la cocina es a mi mamama Meche. Un personaje arquetípico: la clásica abuela bondadosa que cocina buenazo. Gracias a ella es que pienso que todos los tacneños tienen buena sazón. Por años se encargó del pavo navideño, hasta que tercerizamos el asunto para aliviarle las molestias. Creo recordar que ella se siguió encargando de llevar el puré de camotes con mashmellows, plato dulcísimo que solo era celebrado por sus hijos. Mi abuela partió hace algunos años, asegurándose de dejar documentadas todas sus recetas para sus nietos. El inexplicable puré con mashmellows sigue presente en nuestras cenas navideñas, para alegría de mi madre, quien lo come no solo esa noche sino toda la semana, ya que suele ser el plato que más sobra.

Con mi abuela vivía la tía Tere, su hermana soltera. Como La Señorita de Tacna de Vargas Llosa, digamos. “Largo tiempo el peruano oprimido” era su frase de saludo cada vez que me veía, comentando lo mucho que había crecido desde la última vez (así yo siguiese del mismo tamaño). A diferencia de mi mamama, mi tía tenía una personalidad difícil, siempre lista para el reproche y con claro favoritismo por alguno de sus sobrinos nietos. Será el paso de los años, pero hoy eso no lo recuerdo con fastidio, sino con mucho humor. Yo disfrutaba de sus historias tacneñas, en especial de aquellos recuerdos familiares de la difícil época de la ocupación chilena. Nunca cocinó, pero Teresa se encargaba de preparar un gran chocolate caliente, el cual yo tomaba con sudorosa felicidad. Sin duda, la tradición navideña importada más inexplicable que tenemos: tomar chocolate caliente a inicios del verano.

Techi, Alberto, Fico, Meche, Tere. También mi papapa Federico, y mis tíos Gonzalo y José. Son muchos los que ya no están en la mesa navideña. 

Ya no están, pero estuvieron. Y el recuerdo terco y alegre de las pequeñas cosas que vivimos juntos es la mejor forma que tengo de traerlos de vuelta en Navidad.

Si leen este artículo el veinticuatro en la mañana, es probable que me encuentre en Wong buscando tamales. Ya tengo en mi refrigeradora un par de botellas de chocolate que compré en Miss Cupcakes y que calentaré en la noche, para seguir sudando en familia. Le diré a mis sobrinos “machucados”, lo cual será celebrado con una carcajada por mi hermano. Y, por tercer año consecutivo, jugaremos el trivia con anécdotas familiares que preparo afanosamente, antes con cartulinas de colores y ahora usando una aplicación de celular.

Algún día me animaré a preparar un suspiro de limeña en Nochebuena. Mientras eso ocurre, seguiré haciendo un brindis en silencio con mi primer gin tonic de la noche.

¡Feliz Navidad!


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3 comentarios

  1. Janet Arias

    Que entrañable historia, y sí que entendiste el verdadero sentido de la navidad . Hoy en día parece que la familia y la unidad le ceden el paso a las compras ️ y regalos .
    Feliz navidad Alberto.

  2. Jorge Iván Pérez Silva

    Lindo artículo. ¡Feliz Navidad!

  3. Alberto de Cardenas

    Gracias primo por recordar a mis padres, y a toda la familia. Como no recordar también del juego de las sillas, donde la competitividad de Cardenas por varios años hizo que mi tía Tere saliese revolcada del juego, o las charadas donde mi tío Fico siempre hacía casi imposible a los demás ganar por las películas mudas o de hace más de un siglo que utilizaba… jajaja que bonitos recuerdos! Gracias primo

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