¿Cuántas coincidencias se necesitan para convencernos de que podemos ser otro, tan solo con desearlo?
Fue después de ver una de sus primeras películas cuando comencé a sospechar que, tarde o temprano, Ryan Gosling y yo acabaríamos siendo la misma persona. Tenía diecinueve años y llevaba varios meses viviendo en un trailerpark de Wyoming, repartiendo dieciséis horas de trabajo entre Pizza Hut y una línea económica del hotel Marriott, a temperaturas que siempre estaban por debajo de los 0º, con un sueldo de siete dólares la hora. Aunque se trataba de un estado pasajero, mi vida estaba lejos de ser aquello que yo había imaginado. Me presté Half Nelson (2006) de la biblioteca municipal como lo había hecho con tantas otras películas de las que no sabía nada, y al mirarla (y mirarlo a él) sentí la resonancia. Una voz dentro de mí me dijo muy claro que mi futuro sería similar al de aquel personaje en la pantalla: un profesor de secundaria, a primera vista encantador y jovial, que en el fondo escondía una depresión profunda, deseos frustrados de convertirse en escritor y una autodestructiva adicción al crack y a los encuentros sexuales absolutamente vacíos. Esa ambivalencia correspondía con las proyecciones de mi mundo interior.
La constatación fue preocupante, pero a partir de entonces comencé a obsesionarme.
Al regresar a Lima, descargué algunas de sus otras películas: The Believer (2001), The Notebook (2004), Stay (2005), Fracture (2007) y Lars and the Real Girl (2007). No encontré más, pero fue suficiente. Tomando como base aquellos papeles tan disímiles –un neonazi, un artista paranoide, un carpintero enamoradizo, un joven fiscal brillante y un hafefóbico neurodiverso–, fui construyendo, no solo cierta personalidad fuera de la laptop para el Ryan actor, sino además mis propios sellos de carácter. En esa etapa todavía formativa de mi juventud, reemplacé los viejos tótems de mi adolescencia –casi todos, vocalistas de bandas de punk pop y del emo dosmilero– por una figura que, aún conservando cierto infantilismo, sugería una complejidad mayor: tragedias profundas, el corazón legítimamente roto, las contradicciones propias de una existencia real y adulta que ya comenzaban a aparecer también en mi horizonte.
(Hay una pregunta que L les hace siempre a nuestros amigos y a las personas que vamos conociendo: ¿en qué personajes has basado tu personalidad? Ella se adelanta en responder que en su caso fueron Rachel Green, de Friends, y Summer Roberts, de The OC. A mí no me hace falta ir a la ficción. Sé perfectamente quién soy. Me llamo Ryan. Me apellido Gosling).
El tiempo fue avanzando y entonces sucedió algo extraño y poderoso: Ryan clavó sus tres mejores papeles en años consecutivos: Blue Valentine (2010), Drive (2011) y The Place Beyond the Pines (2012). Ahora con los músculos hinchados, ya con la rugosidad de sus treinta años proyectando una experiencia de vida turbulenta y dolorosa, el actor entregó interpretaciones oscuras, violentas y por ratos psicopáticas. Yo, en simultáneo, me matriculé en clases de box y comencé a mirar grueso, buscando pelea, lo que fuera necesario para acercarme cada vez más a él. La barba, que me había evadido en la primera mitad de mis veintes, empezó a asomarse, pareciéndose poco a poco a la que también lucía Ryan. Me enteré, además, de que el tipo, al igual que yo, tenía una banda, y que había comenzado una relación seria con Eva Mendes, de quien nunca más se separaría.
La obsesión se hizo más fuerte. Al mirarme al espejo cada mañana, reafirmaba mi convicción de que Ryan Gosling y yo, tan solo con algunos años –y latitudes– de diferencia, habíamos sido traídos a este mundo para cumplir con un mismo destino: derrochar encanto y provocar miedo, cultivar mente y cuerpo, vivir del arte, ser héroe de multitudes, amar por siempre a una sola mujer.
(Dejando de lado por un momento mi patético delirio, matizo estas comparaciones con un hecho: lo que a mí me pasó con Ryan Gosling también les pasó a muchos. YouTube está repleto de videos titulados con alguna variante de Ryan Gosling is literally me (Ryan Gosling es literalmente yo). Todos cuentan con millones de visualizaciones y cientos de comentarios que expresan una sensación casi exacta a la que yo vengo sintiendo desde aquella noche fría de Wyoming en que por primera vez me encontré con su cara. No se trata solamente de que sea el hombre más guapo que alguna vez pisó este planeta. Existe en él cierto sustrato de eso que en inglés llaman relatable (la cualidad que permite que otros puedan sentirse hondamente identificados contigo). No depende de los guionistas ni de los directores. Algo que es propiamente suyo consigue que los hombres de mi especie encuentren un vínculo más que aspiracional entre sus maravillosos ojos azules y nuestras miradas grises y corrientes. Es un hecho que tengo en cuenta y que, sin embargo, no desmerece el entrelazamiento de nuestros rumbos: él, allá en Norteamérica; yo, aquí en Perú).
Dicho todo lo anterior, se entenderá la tristeza que significó verlo hacer cosas como Crazy, Stupid, Love (2011) o Barbie(2023), papeles de galán tonto en los que casi no lo (me) reconozco. También lo demoledor que fue descubrir, al tiempo que mi barba se volvía más espesa, la aparición de una alopecia voraz que me traicionaba, falla genética que asimismo condenó mis músculos a una delgadez perpetua, manteniéndome siempre por debajo de los sesenta y cinco kilos, lejos de Ryan, lejos de mí. En el gimnasio de box, chicos de dieciséis años comenzaron a lesionarme una o dos veces por mes, volviendo urgente mi retiro del ring. Entrar a la década de los treinta fue un duro golpe de realidad, pero aun con todo en contra –y, por supuesto, gracias a la indulgencia amorosa y condescendiente de L– he logrado permanecer fiel a mi creencia de que Ryan Gosling y yo, todavía y para siempre, somos uno.
Él también, desde su orilla, con películas como Only God Forgives (2013), The Nice Guys (2016), La La Land (2016), Song to Song (2017) y Blade Runner 2049 (2017), ha hecho su parte en este trato. En ellas, sufre, ríe, baila, pega y ama. No puede ser una coincidencia.
Soy, literalmente, Ryan Gosling.
(Releo lo que he escrito para este viernes de Jugo y admito que suena a que he perdido la cabeza, gravemente deformada por una vinculación enloquecida más propia de un adolescente que de un tipo que ya cumplió treinta y cinco. Pero justamente, a propósito de mi cumpleaños, que acaba de suceder el pasado martes 12 de noviembre, dejo una última prueba de lo que afirmo: bastará con que googleen cuándo ha cumplido años él).
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Me gustó mucho este Ryan Gosling y su pluma.
¡Qué bueno que mis delirios lleguen a buen puerto!
Giacomo tus artículos sobre películas me han servido de mucho para mejorar mis tristes e insulsos fines de semana gracias por las recomendaciones, te lo agradezco de corazón
¡Me alegra! Prometo que trataré de escribir más sobre películas.