Charlie Brown y Cholito


Una reflexión sobre nuestra curiosidad en la infancia y la injerencia del libro en la era digital 


La infancia de mi generación no conoció internet. Es decir, la sobreinformación aún no saturaba las mentes a finales del siglo XX, aunque quizás apenas en las grandes bibliotecas a las que únicamente tenían acceso los adultos con recursos. El problema era más bien el contrario: ¿qué referencias usar para aprender y empezar a reflexionar sobre el mundo que nos rodeaba?

En aquel mundo existían oficios que, intuyo, ya no se hallan, como el de los vendedores de libros que tocaban a las puertas y ofrecían algún tipo de gran enciclopedia escolar, o pequeños manuales que parecían panfletos. Caminaban por las calles cargando pesados ejemplares, con un discurso bien memorizado sobre la necesidad de educar a los niños de la casa. En las provincias de Perú, este mismo tipo de vendedor añadía el factor urgencia para concretar su compra: “En dos días me regreso a la capital”. Al menos, eso era lo que nos decía el señor encamisado al visitar nuestra escuela primaria en Ica. 

Décadas después, hace no mucho, algo me llevó por unos segundos a aquellas épocas: me encontré con un ejemplar en inglés del Gran Libro de Preguntas y Respuestas de Charlie Brown. Esta colección ilustrada de cuatro tomos tenía como anfitriones a los personajes de Charlie Brown, un melancólico niño, y su perro Snoopy, quienes se cuestionaban muchas cosas. Por ejemplo, “¿por qué hay personas que usan lentes?” A los seis años, fue la misma pregunta que me hice al recibir la noticia de que tendría que usarlos para combatir la miopía. O “¿cómo vive la gente en zonas muy frías?”. De repente esta pregunta era premonitoria de mifutura mudanza a Boston. Y, si bien las respuestas eran didácticas, también había espacio para el humor y tiras de historietas con los Peanuts, como se les conoce a los compañeritos de Charlie Brown. Si bien se trataba de un libro para niños, no le huía a temas complejos, entre ellos la memoria del descubrimiento de América y el legado de Cristóbal Colón. Mediante ese libro aprendí también cosas random, como que, por ejemplo, existían palabras muy distintas para nombrar a lo mismo en español: al referirse a los “hongos” usaban el término “setas”, ya que la traducción del inglés se había hecho en España. O, también, sobre costumbres que me resultaban muy lejanas, como saber que en Inglaterra celebraban una carrera de panqueques. 

Este encuentro me hizo pensar en otra colección de libros que acompañaron mi infancia: Cholito, del escritor ancashino Oscar Colchado. Mi madre compraba estos cuentos en una librería llamada Studiumcerca de la plaza de armas de Ica. Eran breves historias ilustradas que, a diferencia de los más famosos Cenicienta Hansel y Gretel, ocurrían principalmente en los “Andes mágicos” o en la Amazonía. Cholito era también un niño, aunque, a diferencia de Charlie Brown, era peruano y con rasgos andinos. También se hacía preguntas, pero las realizaba incorporando historias y cosmogonías andinas: recuerdo que se incluía algunas palabras en quechua y que animales como el cóndor eran también centrales para la trama. Sin embargo, a diferencia de los libros sobre Charlie Brown, los cuentos de Colchado circulaban poco por espacios de las clases media o alta en la capital y, por tanto, no tenían la misma legitimidad. Pareciera que desde niños se nos exponen imaginarios distintos de sociedad dentro de un mismo país.

En estas épocas de sobreinformación, ¿habrá espacio para este tipo de publicaciones? Con la existencia de Wikipedia, videos en YouTube o Netflix, y el creciente déficit de atención en la sociedad, parecería difícil imaginar el éxito de enciclopedias para niños o de cuentos que nutran la imaginación. A pesar de todo, el libro persiste. Publicaciones como Chimoc, el Perro calato de Andrea y Claudia Paz, Los Hijos del Sol de Micaela Chirif, o los cuentos en quechua de Yesenia Montes (como Piki Puka Kapa), o bilingües como Inti Sol Killa Luna (en coautoría con Chirif), nos dan aliento para seguir promoviendo la curiosidad desde la edad más temprana y ofrecer una educación más integral con contenidos interculturales.


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