¿Somos más terrícolas?


Una duda planetaria a propósito del próximo Censo Nacional 2025


La madrugada del domingo 11 de julio de 1993 agarré mi bicicleta y pedaleé desde San Isidro hasta el distrito de La Victoria: empezaba en Perú el IX Censo de Población y IV de Vivienda. El gobierno de Fujimori había decretado la inamovilidad general desde las 7:00 a.m. hasta las 6:00 p.m. y las personas debían permanecer en sus viviendas para ser empadronadas. Por las calles fantasmales de una Lima gris solo transitaban la policía y los censistas —en su mayoría estudiantes voluntarios—del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). 

Un par de meses antes me había registrado como voluntaria en el INEI para participar en el proceso censal. Recibí una breve capacitación sobre las técnicas de encuesta y la compilación del formulario censal y, ante la incredulidad de los funcionarios a cargo, señalé mi preferencia territorial: La rica Vicky. Además de un pequeño aporte cívico, para mí el censo representaba la oportunidad de conocer un pedacito de la ciudad —y del Perú— ajeno a mí. 

Recibidas las credenciales, comencé el recorrido ya avanzada la mañana, visitando casa por casa. Era la lejana época del fax: las laptops aún eran una rareza y las tablets ni siquiera existían en la imaginación de sus futuros inventores. Los censistas llenábamos los datos en formularios de papel verdoso con el encabezado del INEI, repletos de casillas numeradas. Además de la diversidad cultural de los hogares que me tocó registrar —descendientes de japoneses, chinos, italianos, además de peruanos de raíces andinas—, dos detalles quedaron grabados en mi memoria: cierta desorganización logística por parte del INEI y las múltiples dudas de muchos colegas censistas sobre cómo completar el formulario. ¿Qué margen de error tendrían los resultados?, ¿qué tipo de sesgos?, me preguntaba en silencio mientras avanzaba con mi tarea, puerta por puerta.

Hace poco descubrí que los errores censales no son una peculiaridad de nuestro país. Un reciente estudio publicado en Nature, liderado por el experto en geografía y geoinformática Josias Láng-Ritter, de la Universidad Aalto en Finlandia, sugiere que podríamos haber subestimado groseramente el tamaño de la población mundial. El equipo de Láng-Ritter validó sistemáticamente conjuntos de datos poblacionales globales en zonas rurales, basándose en cifras reportadas de reasentamientos humanos a raíz de la construcción de 307 grandes represas construidas entre 1980 y 2010 en 35 países del mundo, incluyendo Brasil, la China y Australia. Comparando la cantidad de personas desplazadas por estas infraestructuras con las cifras de cinco importantes bases de datos demográficas —WorldPop, GWP, GRUMP, LandScan y GHS-POP— encontró grandes discrepancias entre ellas y, en todos los casos, sesgos negativos de −53 %, −65 %, −67 %, −68 % y −84 % de población en zonas rurales. La conclusión de los científicos finlandeses sugiere que la población rural del planeta podría estar subestimada en un 53 % con respecto a las cifras oficialmente reportadas. 

Algunos científicos no están de acuerdo y, mientras se calienta el debate entre demógrafos y expertos en datos espaciales, todos nos preguntamos: ¿podrían los datos demográficos globales subrepresentar sistemáticamente la población rural del mundo? ¿Somos mucho más que los 8,2 mil millones que oficialmente se reportan? 

Si el análisis del equipo finlandés se confirma, las implicancias serían sustanciales. Cuando una persona no figura en las estadísticas, no existe para las políticas públicas ni para los presupuestos nacionales. Contar mal a la población rural —como sugieren los científicos finlandeses— no es solo una falla técnica: es una forma de exclusión que afecta a millones de personas. Sin datos confiables sobre el mundo rural, los hospitales no llegan, las escuelas se quedan pequeñas, las carreteras no se priorizan, y se perpetúan desigualdades estructurales. Invisibilizar al campo es olvidar su papel en la producción de alimentos, en el resguardo de saberes ancestrales y en la protección del territorio. 

Leyendo la investigación finlandesa, la pregunta que me asaltó en 1993 sobre la fiabilidad de los datos censales peruanos retumbó nuevamente en mi mente. 

Los resultados del censo de 1993 se anunciaron de forma paulatina durante los dos años siguientes, al ritmo del procesamiento de la información. Había mucha expectativa: al fin y al cabo, el Perú salía de una década marcada por una gran inestabilidad económica, además del conflicto armado contra Sendero Luminoso y el MRTA, que habían provocado muchos cambios sociales y una fuerte migración interna. Cuando se publicaron los resultados, algunos datos me llamaron la atención: éramos poco más de 22 millones de personas en un extenso territorio; la población peruana desbordaba juventud: en esa época, cerca del 40 % de la población tenía menos de 15 años y el 29 % aún vivía en el campo, frente al 71 % que ya habitaba en las ciudades. Sobra decir que me impactó la brecha de género en alfabetización: solo el 79.5 % de las mujeres sabía leer y escribir, frente al 91.5 % de los hombres. 

¿Cómo han evolucionado esas cifras desde entonces? ¿Qué país somos hoy, según las estadísticas de población y vivienda? 

Ayer culminó la fase experimental del nuevo censo de 2025, una prueba clave en seis distritos de la costa, sierra y selva del Perú que permitirá optimizar los procesos censales nacionales, previstos para el periodo entre agosto y octubre de este año. La metodología ha cambiado: si bien la ficha censal mantendrá su esencia y recogerá indicadores clave sobre la composición de los hogares, el acceso a servicios, la educación y la vivienda, el proceso censal durará tres meses. Ya no será necesario declarar la inamovilidad general de la población ni que todos los miembros del hogar estén presentes. Armados de tablets, cuarenta mil censistas remunerados recorrerán todo el país para realizar las entrevistas y, si estás ausente por viaje, estudio o trabajo, podrás llenar la ficha censal directamente en línea con un código QR. Seguramente el INEI utilizará validaciones automáticas para reducir errores —por ejemplo, que no haya personas con edad negativa—, y la digitalización total del proceso permitirá anunciar los resultados con rapidez. La inteligencia artificial contribuirá a detectar anomalías, errores y datos inconsistentes, mientras las redes sociales y WhatsApp apoyarán las campañas de información e invitación al censo y autocenso nacional.

¿Qué sorpresas traerá el nuevo censo del Perú? ¿Cuántas personas habitamos el campo y cuántas la ciudad?  ¿Seremos capaces de contar a todos y todas?


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