El consejo de alguien que vive de estudiar el tiempo
Llevo más de dos meses de cuarentena estricta. En Reino Unido, donde vivo, mueren unas 1700 personas diarias, y en la profundidad de este invierno no parece haber primavera a la vista. Esta pandemia nos envuelve desde hace casi un año y esta semana, en que las regiones del Perú vuelven a distintas variaciones del encierro, muchos sienten que el tiempo no hubiera pasado, que volvemos a aquel marzo de primeras incertidumbres. La única ventaja es que ahora sabemos un poco mejor qué nos espera y, en mi caso –ya que mi oficio es el estudio del tiempo–, también lo es constatar que nuestra percepción del tiempo varía cuando limitan nuestros movimientos.
Los días sin salir nos dejan en claro que el tiempo puede correr a una gran velocidad o con una lentitud interminable. Es algo que, de alguna manera, entrevemos desde siempre: cuando en un viaje, la ida siempre parece tardar mucho más que la vuelta; o mientras esperamos el día de la fiesta ansiada y los días no parecen pasar, pero cuando llega el momento de celebrar todo parece durar solo instantes.
Si bien podemos contar las horas, los minutos y los segundos, intuimos que no todas las horas son iguales. Esto se debe en gran medida a que el tiempo, como tantas cosas, es una construcción histórica y social. En el campo, los días se miden en estaciones, en temporadas de lluvia, temporadas secas, tiempos de siembra y de cosecha. Las labores se organizan con base en la luz y las necesidades de los animales, del hambre y del sueño. Quienes vivimos en ciudades desde hace generaciones nos hemos alejado mucho de esta relación con el tiempo. La cuarentena nos obliga a volver a pensar en aquellas otras medidas: es de día, es de noche, es hora de comer, se puede salir a dar un paseo corto, a hacer la compra; aunque muchos sigamos girando en torno a los horarios “de antes” porque trabajamos de manera virtual.
Una forma de sobrellevar este reto es entregarnos a él. Podemos discutir lo bien o mal que se ha gestionado la respuesta a la pandemia, podemos debatir eternamente si una disposición es mejor o peor que otra, pero, dadas las circunstancias, no nos queda más que aceptar que, en la medida que podamos, hay que quedarnos guardados lo más posible. Es lo que nos toca. Tenemos que vivir en el momento, buscarle una estructura a nuestros días, encontrar qué es aquello que nos puede dar placer, alegría o, simplemente, qué es lo que nos puede quitar la ansiedad.
El principal problema que tenemos con el tiempo en circunstancias como estas es que sentimos que nos han robado el futuro. Si bien ahora contamos con la promesa de las vacunas, no sabemos para cuándo podremos tenerlas, ni cómo van a funcionar en la realidad. Nos quedan muchas interrogantes y sabemos que los quince días que nos dicen que durará el encierro, probablemente se vuelvan a extender, lo cual no hace más que generar angustia. Es por ello que hoy recurro al conocimiento ancestral andino. En Occidente, la mayoría de nosotros imaginamos el tiempo como una línea: estamos parados en el presente y miramos hacia el futuro, mientras que el pasado está detrás nuestro. El pasado es algo que ya vivimos y sobre lo que no podemos volver. En los Andes, en cambio, algunas de sus culturas han concebido que estamos parados mirando el pasado, porque lo conocemos, y que le damos la espalda al futuro porque no tenemos idea de qué es lo que nos espera.
Así me siento en este momento.
Ante un tiempo circular donde lo que puedo ver es el pasado y no el futuro, encontremos la sabiduría en ello.
Muy analítica tu apreciación del tiempo, es cierto se ha vuelto más relativo que nunca.
Mirar y pensar el pasado es indispensable para aprender de él.
Existen otros modos de percibir el tiempo, por ejemplo el «disociado» en el que no estás en la «linea» de su «trayectoria»; estás fuera de ella y como un observador con un panorama que incluye el pasado, presente y futuro. Existen muchos más y tomaron forma de acuerdo a nuestras experiencias, para otros según nuestro subconsciente.
Entendemos el tiempo con el afán de controlarlo, por eso el pasado es relevante para proyectar el futuro con la desiciones del presente.
Muy interesante y oportuna reflexión!
¡Qué gran análisis! No había considerado esa perspectiva de ver al pasado cara a cara y esperar a esa cita a ciegas con el futuro.
Muy interesante ver cómo pasa el tiempo
Unas veces inmobil
Otras veloz
Otras pasa nomás