Ser pobre versus sentirse pobre


¿Cómo influyen las situaciones de privación en el bienestar subjetivo de los jóvenes peruanos?


Nicolás Barrantes es magíster en Economía por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente es profesor del Departamento de Economía de la PUCP e investigador en el Instituto de Desarrollo Humano de América Latina de la misma universidad.


Existe una tradición en los estudios del bienestar que propone entender este concepto a partir de los reportes subjetivos de las personas. Esta corriente, iniciada en la psicología, ha permeado en las ciencias sociales, por ejemplo, en la “economía de la felicidad”. El bienestar subjetivo se entiende como una evaluación general de la calidad de vida de una persona desde su propio punto de vista, apelando a nociones como “satisfacción” o “felicidad”. Así, aunque variables como ingresos, salud, educación o acceso a servicios básicos podrían influir, no son componentes directos del bienestar subjetivo.

Esta aproximación puede resultar interesante pues no son agentes externos —sean investigadores o hacedores de políticas— quienes definen qué elementos son relevantes para determinar si a alguien le va mejor o peor: es el propio individuo evaluado quien identifica qué dimensiones de su vida son relevantes para reportar qué tan “satisfecho” o “feliz” se encuentra con su vida en general.

Sin embargo, otros autores critican las evaluaciones del bienestar exclusivamente subjetivas. Uno de sus argumentos proviene de la hipótesis de “preferencias adaptativas”, propuesta por el filósofo marxista Jon Elster y ampliada por Amartya Sen, ganador del Nobel de Economía. Esta hipótesis sugiere que los individuos que han experimentado carencias prolongadas podrían haberse acostumbrado a dichas situaciones. Esta adaptación serviría para disminuir el malestar que generaría la discrepancia entre lo que las personas desean y lo que realmente logran. En consecuencia, las personas que sufren privaciones por largos periodos no reportarían niveles bajos de bienestar subjetivo. Si esto es cierto, los reportes de bienestar subjetivo podrían invisibilizar situaciones de pobreza.

Junto con Jhonatan Clausen y Paulo Matos, evaluamos esta hipótesis empíricamente explorando la relación entre el bienestar subjetivo y la pobreza en un grupo de adolescentes peruanos. Para ello usamos datos del proyecto Niños del Milenio entre 2002 y 2013. Medimos el bienestar subjetivo mediante una pregunta que pide a cada adolescente ubicarse en una escalera de nueve peldaños en la que los extremos representan “lo mejor” y “lo peor en la vida”. Para medir la pobreza usamos dos indicadores: uno de pobreza multidimensional que identifica privaciones en nueve dimensiones (nutrición, educación, salud, vivienda, servicios básicos, información, seguridad, desastres naturales, y conectividad social), y otro de riqueza, que incluye las dimensiones de la vivienda, servicios básicos y acceso a bienes durables.

Encontramos que los adolescentes con mayores niveles de pobreza —o con menores niveles de riqueza— tienden a reportar menores niveles de bienestar subjetivo. Además, quienes salen de la pobreza muestran un mayor bienestar subjetivo respecto a quienes se mantienen en ella. Estos resultados no son consistentes con la mencionada hipótesis de preferencias adaptativas, según la cual los individuos más pobres no reportarían niveles más bajos de bienestar subjetivo.

No obstante, sí encontramos evidencia de una forma específica de adaptación: los jóvenes que cayeron al quintil de riqueza más bajo presentaron un menor bienestar subjetivo que quienes se mantuvieron en dicho quintil. Es decir, en promedio, los adolescentes que caen en pobreza evalúan sus vidas peor que aquellos que siempre estuvieron en pobreza. Así, cuando los jóvenes transitan hacia la pobreza, disminuyen sus niveles de bienestar subjetivo, pero esto parecería atenuarse conforme pasa el tiempo, incluso si no salen de la pobreza. Entonces, las métricas de bienestar basadas exclusivamente en reportes subjetivos podrían no reflejar adecuadamente la situación de quienes experimentan privaciones crónicas. 

En resumen, para comprender el bienestar de manera integral, es crucial adoptar una mirada holística que complemente las evaluaciones subjetivas con otras dimensiones, tanto monetarias como no monetarias. Todas estas formas de bienestar están interrelacionadas, pero ninguna puede capturar por sí sola toda la información que ofrecen las demás.


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