Septiembre es el mes más cruel


Los extremos (y los extremistas) se tocan… hasta en la fecha de su defunción


Alguna vez escribí que abril era el mes más cruel para el Fujimorismo. Este tropo literario que nos remite a T.S. Elliot, a Chaucer e incluso a Bryce Echenique, quizá debiera ser cambiado a septiembre. Tal vez este mes que marca la primavera austral se acerque más a la idea que presenta el poeta modernista en la primera línea de su célebre poema La tierra baldía, publicado en 1922. La primera sección, El entierro de los muertos, comienza con esta famosa estrofa:

Abril es el mes más cruel, hace brotar

lilas en tierra muerta, mezcla

memoria y deseo, remueve

lentas raíces con lluvia primaveral.

Alberto Fujimori apareció en el imaginario peruano en abril de 1990, cuando se coló en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales peruanas. También escogió el 5 de abril para su autogolpe en 1992; y el 22 de ese mismo mes, en 1997, tomó por asalto la Embajada de Japón que el MRTA había secuestrado en diciembre del año anterior. Años más tarde, fue el 7 de abril de 2009 que se le condenó por delitos de lesa humanidad: en ese momento, a sus 70 años, se le impusieron veinticinco de cárcel por las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta. Y por dicha condena no hubiera debido salir en libertad hasta el año 2032. Debió haber muerto en la cárcel y, si no lo hizo, fue porque se le concedió un polémico indulto, largamente debatido debido a su carácter a todas luces ilegal.

Pero septiembre ha sido también un mes importante para el Fujimorismo. Quizás haya algo de eso que dice Elliot sobre la primavera, esa estación que, al recordarnos el renacimiento tras el duro invierno, nos hace ver que las cosas reviven en un terreno devastado. Y si bien el poeta se está refiriendo a cómo quedó Europa tras la Primera Guerra Mundial, no se puede negar que lo que queda en este momento de la política peruana nos hace pensar en la tierra baldía, donde parece un milagro que las cosas puedan volver a vivir. Donde se fuerza a las lilas a brotar de un campo deshecho.

Fue en septiembre que cayó Abimael Guzmán, un día 12 de 1992. De resultas, Fujimori, quien no había tenido nada que ver con la captura del líder senderista, se atribuyó como propia esa detención y se convirtió para muchos en el héroe máximo de la década. Pero fue sin embargo también en septiembre cuando comenzó la caída del dictador que se quiso perpetuar en el poder. El 14 de ese mes del año 2000 se haría público el video en el que Vladimiro Montesinos le pasaba dinero a Alberto Kouri. Ese fue el momento exacto, hace veinticuatro años, en que se inició el descalabro del régimen corrupto. Fue también septiembre, el 22 de ese mes de 2007, que la Corte Suprema de Chile hizo efectiva la extradición del exmandatario, quien había permanecido en ese país bajo arresto domiciliario desde que dos años antes llegara desde el Japón.

Y cómo son las coincidencias, esos hechos fortuitos que nos hacen pensar que el destino alberga un extraño sentido del humor: el mismo día de septiembre en que murió Abimael Guzmán es en el que ahora ha muerto Alberto Fujimori. Y no se trata de un día cualquiera: el 11 de septiembre viene ya marcado en la región por eventos traumáticos. En 1973, ese fue el día del golpe de estado en Chile, la fecha en que murieron el presidente Salvador Allende y la democracia en nuestro vecino del sur, tras la que se instauraría una dictadura de diecisiete años y a cuyo exdictador se le ofrecieron al fallecer casi tantas reverencias como al nuestro. El 11 de septiembre estará también por mucho tiempo asociado en el imaginario mundial a los ataques a las torres gemelas de Nueva York y al inicio de un nuevo periodo de guerras lideradas por los Estados Unidos.

Pero no solamente murieron el mismo día, sino que Fujimori y Guzmán tenían 86 años al morir. En una excelente columna, Carla Sagastegui reflexiona sobre las vidas paralelas de estos dos hombres que marcaron tan profundamente el Perú de finales del siglo XX. En ella explora cómo ambos sujetos se formaron en universidades nacionales que les brindaron oportunidades de sobresalir, cómo los dos viajaron al extranjero a seguir estudiando y cómo, tanto uno como el otro, hicieron política universitaria desde orillas opuestas, ambos con un inmenso impacto en el país.

Con la muerte de estos dos hombres comprobamos que esa fecha está destinada a convertirse en un hito: será un día en el que, quién sabe por cuánto tiempo, se remorará la vida de quien para unos es un héroe supremo que cambió el Perú para mejor, mientras que para otros fue quien destruyó la democracia e institucionalizó la corrupción. Por esas cosas del destino será siempre el mismo día en que se rememore a Guzmán, otro individuo que marcó la historia del país con horror y muerte. El cuerpo de este último resultó un inconveniente y no se supo qué hacer con él (hace tres años escribí esto al respecto), para ser finalmente cremado, en el mismo Hospital Naval del Callao donde murió recluido, y sus cenizas dispersadas discretamente en un lugar que ni se conoce ni se conmemora. A Fujimori se le ha rendido un funeral de Estado, con tres días de velatorio en el Museo de la Nación: cientos de personas han acudido a verlo, así como lo hicieron en Chile cuando murió Pinochet. Al igual que sucede con el dictador chileno, esto no lo hace menos enemigo de la democracia.

Es el fin de una era y, a pesar de que se habla mucho del Juicio de la Historia en el caso de estos hombres, quizá solo el tiempo ayudará a entender realmente cuál fue su papel y su legado. Pero, de ahora en adelante, cada primavera se recordará que, en el sur y para el fujimorismo, septiembre es el mes más cruel.


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