Seguimos existiendo, quiéranlo o no


Una respuesta a quienes quieren declarar la “muerte” del quechua


Carlos Molina Vital dirige el programa de Quechua en el Centro de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad de Illinois. Su trabajo académico se centra en la descripción y enseñanza de diferentes variedades quechuas del Perú. Actualmente, coordina el proyecto QINTI (qinti.org), donde está preparando el libro Ayni, un texto de acceso abierto para la enseñanza de Quechua Sureño (peruano y boliviano).


“Kachkanchikraqmi siminchikpi, munaptiykichik, mana munaptiykichik”
(Seguimos existiendo en nuestra lengua, quiéranlo o no)

Las lenguas quechuas podrían decir, como Mark Twain, wañusqay willakuykunaqa nisyu anchachasqa kasqa (las noticias sobre mi muerte han sido bastante exageradas). Desde hace siglos han abogado por que se abandone el uso del quechua en cualquiera de sus variedades, algunas tan distintas entre sí como el español lo es del portugués, o incluso del francés. Ya sea por motivos de evangelización —antes de que se adoptara la política de usar el quechua sureño para evangelizar se consideró usar solo el castellano—, o por el afán de asimilar a la población quechuahablante en una cultura fundamentalmente hispana donde quedarían algunos coloridos quechuismos como “calato”, “yapa” o el ahora infame “wayki” (de wayqi, hermano de un hombre). 

A esta lista de voces se suma ahora la del artículo publicado en el portal web El Montonero, un alegato fúnebre contra las lenguas quechuas bajo el título de “Gracias, quechua, es hora de que descanses en paz”.  Podría creerse que los horrores del positivismo científico y sus engendros como el darwinismo social, la eugenesia —abrazada por su autor, Piero Gayozzo—, y un sinfín de teorías totalitarias deberían disuadir a cualquiera de invocarlas como razones para oponerse a la diversidad. Sin embargo, vivimos tiempos difíciles donde el fin justifica cualquier medio, y vemos cómo se anteponen argumentos inhumanos disfrazados de objetividad y cientificismo.

Específicamente, el principal argumento que esgrime Gayozzo para sostener que el quechua es una lengua que ya merece desaparecer es el utilitarismo más simplificador posible. Siendo las lenguas básicamente herramientas, puede entenderse que existan unas mejores que otras. Así como una palanca es una herramienta, una pala mecánica, o una computadora cuántica también lo son, pero mucho mejores que la primera. Análogamente, el quechua es una herramienta anticuada, inútil respecto de las demandas del mundo contemporáneo. Por su parte, el español sí evolucionó en una lengua más útil y debe ser abrazada por todos los peruanos. Un problema con esta perspectiva es que entiende las culturas y su evolución como un asunto de “o lo uno o lo otro”. No hay espacio para una pluralidad cultural —y ni se diga del plurinacionalismo— porque hay culturas superiores a otras. De este modo, conviene que las demás culturas aprendan las maneras (“herramientas”) de las culturas superiores para que puedan ser incorporadas en la marcha del progreso. 

El problema más serio está en que este discurso proviene de la ideología del “mestizaje” como la meta unificadora de la nación peruana. En este mestizaje no hay una suma igualitaria y armoniosa de lo genético y cultural. Más bien, la unión de la nación peruana depende de la homogenización de lo indígena dentro de patrones occidentales que caracterizan a quienes han detentado el poder desde tiempos coloniales. Lo opuesto es la existencia de voces indígenas que sobresalen y que le recuerdan a la nación peruana que seguimos existiendo, quiéranlo o no. Esas voces son no solo incómodas, sino también subversivas y divisivas.

Este proyecto de mestizaje no es nuevo. A inicios del siglo XX desde el gobierno peruano se lanzaron campañas educativas para cambiar al “indio” y volverlo un ciudadano peruano. Sin embargo, en vez de convertirlo en un ciudadano al garantizarle y promover derechos fundamentales y autonomía económica mediante la propiedad de la tierra, se prefirió “desindianizarlo”. De este modo, la creencia de que en los Andes la mayoría vivía en un estado barbárico motivó la intervención del que era entonces el Ministerio de Instrucción y su Dirección de Enseñanza Indígena. Se crearon afiches —algunos ilustrados por el conocido pintor cajamarquino Camilo Blas— donde se ilustraban diferentes costumbres de la gente andina criticándolas como muestras de atraso y la razón de la miseria de sus pueblos.  Desde las esferas del poder nunca se pensó que los problemas que azotaban la sociedad andina eran el resultado directo del abandono, la explotación y la opresión institucional. Una vez más, se atienden —o mejor, se condenan— los síntomas, mas no la raíz del problema: la injusticia institucionalizada.

No estamos aquí “victimizando” a la población andina, sino reportando hechos. Haré aquí una lista rápida de instituciones y acontecimientos que destruyeron la autonomía socioeconómica y la capacidad de desarrollo de estas comunidades a lo largo de casi cinco siglos: el tributo indígena (abolido en 1854), abusos de corregidores, hacendados, y gamonales; trabajo forzoso o pongaje (abolido en 1969), seguido de conscripción militar (que afectaba masivamente a hombres indígenas, que eran la tropa, algo que continúa vigente), conscripción vial (durante el gobierno de Leguía); violencia institucional (e.g. conflicto armado interno de 1980-2000, pero cientos de episodios de levantamientos indígenas violentamente reprimidos en la sierra, por no mencionar el holocausto cauchero en la Amazonía); y destrucción de la soberanía alimenticia (en diversas formas, desde el cambio de cultivos que requerían los colonizadores, hasta los monocultivos costeros que hoy amenazan el acceso a aguas de regadío en comunidades andinas). 

Ignorar la historia y reducir el valor de prácticas culturales como las lenguas a su utilidad es apelar a un razonamiento simplista que solo esconde su raigambre hegemónica. Así, ser civilizado determina una marcha continua hacia el progreso económico —uno consumista, tecnificado, y basado en el mito de la meritocracia—. En este modelo, las diferencias socioculturales, que siempre han existido y existirán, se minimizan o anulan en lo exterior, pero no en su fondo. El proyecto de “crear” mestizos urbanizados —o “civilizados”— requiere que no usen coca, que se vistan de manera moderna, que abandonen sus cultivos ancestrales, y, por supuesto, que no hablen ya más alguna variedad de quechua o alguna lengua originaria. Esas características externas pueden dejarse de lado y dar la impresión de progreso. Es decir, la gente de los Andes progresará solo si entra en un mestizaje de horma hispanista, abandonando el quechua, la coca, y cualquier otra marca cultural de cuño indígena. Sin embargo, nunca serán vistos como iguales, porque hay mestizos y hay “mestizos”. No se confunda usted: los primeros son los que, al lado de sus (seudo) intelectuales, enarbolarán el mito de la unidad cultural como forma de progresar alienándose con el bando de los vencedores. Los segundos son aquellos que deben abandonar su identidad, olvidar y hasta odiarse a sí mismos para poder serles menos molestos, más sumisos, y, en dos palabras, más útiles a quienes tienen el poder.


Es tan groseramente obvio que este es un asunto de poder y opresión —y no uno de una ciencia u objetividad irrefutable como pretende Gayozzo—, que jamás he podido encontrar a alguien que hable de la necesidad de abandonar el castellano y abrazar de una vez el inglés. Es muy probable que lo que llevó a Gayozzo a pronunciar una partida de defunción para el quechua fueron declaraciones en pro de la enseñanza obligatoria del quechua como las del cineasta chumbivilcano Marco Panatonic. En el diario español El País, Panatonic argumentó lo siguiente: 

“…todos deberíamos aprender quechua. Es una responsabilidad política para entendernos entre todos. Nuestro país está fracturado porque los quechuahablantes somos vistos como extraños, como seres ajenos e inferiores que no se saben comunicar”. 

Además de hablar castellano y quechua cuzqueño, Marco Panatonic habla también la verdad. En las naciones andinas se practicó desde el inicio de la colonia políticas segregacionistas (e.g. una república de indios y una república de españoles). Este sistema de castas se ha mantenido incluso en nuestros días como la ideología que justifica la opresión que a lo largo de siglos han sufrido no solo las poblaciones quechuas, sino también todas aquellas que tienen un origen étnico que antecede el periodo colonial. 

La mayor prueba de que lo que declaró Panatonic es cierto está en que las lenguas quechuas se hablaban por virtualmente el 50 % de la población peruana según atestigua el censo nacional de 1940. Es decir, paradójicamente, el quechua se mantuvo de manera vigorosa justamente gracias a la enorme segregación socioeconómica en la que se mantuvo a su población. Solo ha sido la migración masiva para escapar de las injusticias y opresión en la que se les mantuvo aquello que impulsó la adopción del español, la lengua preponderante en los centros urbanos costeños. Sobre esto pueden leerse los artículos de Andrés Chirinos (Las lenguas indígenas peruanas más allá del 2000 – Una panorámica histórica, 1998) y de Luis Andrade Ciudad (Diez noticias sobre el quechua en el último censo peruano, 2019). Allí abordan las razones por las que en menos de un siglo se pasó de tener una presencia quechua enorme a ser hoy menos del 14 % del total de la población. Gayozzo ignora, entonces, que el quechua no solo fue la lengua de las mayorías antes de la Conquista y la Colonia. El Perú, durante más de la mitad de su historia republicana, era una nación con una mayoría indígena: el aimara y las lenguas amazónicas terminaban por darle al Perú tal mayoría, o, en el peor de los casos, un claro 50 %. 

¿Por qué no se impulsó el quechua y sus variedades como verdaderos medios de comunicación mayoritarios al nacer la República peruana? Sencillamente porque, como Panatonic implica en sus declaraciones, a nadie en las esferas de poder y en las clases sociales dominantes les importaba cerrar la brecha entre ambas naciones a través de un multilingüismo efectivo. No existe una inferioridad inherente del quechua, o, como sugiere más eufemísticamente Gayozzo, una falta de utilidad debido a un retraso evolutivo. Lo que ha existido son procesos sociales marcados por una profunda injusticia que afectaron y efetan a las comunidades quechuas. 

Elaborar posiciones aparentemente objetivas apelando al utilitarismo descontextualiza la historia de los quechuahablantes. El quechua, al igual que cualquier lengua, sigue evolucionando según los usos y necesidades que tienen sus hablantes. Su muerte no es un simple “hecho natural” inevitable y cuantificable, sino el resultado de los contextos opresivos que hemos mencionado. No hay nada inherente en el quechua que explique por qué no pudo evolucionar y que terminara siendo “una lengua de segunda categoría”, para usar un término de Gayozzo. Son los factores sociales —esos sobre los cuales nuestro sepulturero del quechua prefiere no mencionarse en su texto— los que deben conocerse, evaluarse, y últimamente juzgarse para poder comprender que quienes hablan lenguas originarias son ciudadanos con los mismos derechos que quienes hablan español.

Solo así podremos entender la verdad en las palabras de Marco Panatonic: nadie es realmente un otro si podemos hablar también su lengua. Por eso, lo que verdaderamente debería descansar en paz de una vez por todas son las fracturas sociales que se arrastran desde hace siglos en el Perú y otras naciones andinas. Esta meta sí es verdaderamente justa y útil. Negar la importancia de promover el respeto y la convivencia entre las diferentes culturas que hay en el Perú, sea con los argumentos que sean, tan solo es terminar justificando los privilegios de aquellos que determinan qué comer, qué pensar, cómo vestir, y por supuesto, qué lengua hablar. Por esa razón, aprender una lengua quechua, o cualquier lengua indígena, debe ser un pilar fundamental de la política educativa de eso a lo que llamamos Nación Peruana y su búsqueda de un progreso sostenible.


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2 comentarios

  1. Jorge Iván Pérez Silva

    Un artículo lúcido y bien informado. Felicitaciones a su autor.

    • Jugo.pe

      Muchas gracias, Jorge le haremos llegar tus felicitaciones a Carlos

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