Dos autores nos señalan las tácticas del fascismo en las democracias de hoy y la urgencia de enfrentarlo
Cuando se habla de fascismo, muchas veces se nos vienen a la mente Mussolini en Italia y Hitler en Alemania. Así, podría existir la tentación de pensar que se trata de un fenómeno propio de un pasado histórico. Hoy, sin embargo, les traigo dos libros que nos demuestran lo vigente que es esa amenaza para las democracias: Fascism: A Warning, de la exsecretaria de Estado de Estados Unidos Madeleine Albright, y Facha: Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida, del académico norteamericano Jason Stanley.
En su libro, Madeleine Albright argumenta que el fascismo, más que una ideología rígida, es un método para alcanzar y mantener el poder. Así, este método es adaptable y varía de acuerdo al país y el momento en el cual se emplee. Para Albright, el peligro del fascismo no está solo en su retórica envenenada, que envilece el debate y la convivencia ciudadana, sino en la capacidad que tiene de captar y anular instituciones democráticas, destruir el balance de poderes y silenciar cualquier voz opositora. Es decir, su capacidad para acabar con la democracia.
Un aspecto crítico que los dos autores subrayan es el uso del miedo. El fascismo se alimenta del miedo —miedo al otro, miedo a la inseguridad, miedo al cambio— y lo explota para convencer a la población de que necesita un gobierno de “mano dura” que laproteja de amenazas (reales o imaginadas).
Por su parte, Jason Stanley, en Facha, profundiza las tácticas que los fachos están empleando hoy para alcanzar el poder. Señala que, si bien muchas de esas acciones pueden parecer inofensivas o aisladas, si las vemos en conjunto notaremos cómo van construyendo un escenario para el autoritarismo. Entre estas tácticas, Stanley identifica la evocación de un pasado glorioso, el rechazo al pensamiento crítico y la explotación de las divisiones sociales y étnicas.
Con respecto al rechazo al pensamiento crítico, Stanley lo denomina antiintelectualismo. Lo vemos en el abierto descrédito a los académicos, científicos y expertos, y cuando se presenta a la complejidad y a los matices en los análisis como innecesarios e incluso peligrosos. Al hacerlo, el fascismo busca crear una realidad simplificada y manipulable donde pueda imponer su visión sin oposición significativa. Lo vemos a diario entre quienes llaman “caviarada” a cualquier intento de complejizar una problemática, y en muchos de los que se arañan por un concepto jurídico internacional como el del conflicto armado interno.
Con respecto a la vuelta a un pasado glorioso, Stanley señala que muchas veces esa época dorada a la que la nación debe regresar se trata de una construcción mítica más que de una realidad histórica. Y ese retorno al pasado implica la exclusión de ciertos grupos considerados como una amenaza para la pureza o la grandeza de la nación. De esta manera, el fascismo divide a la sociedad en «nosotros» y «ellos», y utiliza esta división para justificar políticas de represión y exclusión. No se me ocurre un ejemplo más cercano de esto que el de Antauro Humala y su estrambótica narrativa etnocacerista.
Sobre la explotación de divisiones sociales, Stanley señala como manifestación de ello la “ansiedad sexual”: el temor hacia los cambios en las normas de género y el avance en la igualdad de derechos de las mujeres y las minorías sexuales. El fascismo capitaliza esta ansiedad, alimentándola con noticias falsas y exageraciones para hacerle creer a las personas que su estilo de vida y su familia están bajo ataque. De esta manera, logra que vean en los líderes fascistas a los defensores de los valores, la tradición y el orden social. Lo hemos visto en el Perú entre las fuerzas políticas que alguna vez impulsaron propuestas de equidad de género, yque hoy están dispuestas a comprarse cualquier pelea absurda —letreros contra la discriminación en un baño, uso de lenguaje inclusivo, drag queens en la inauguración de los Juegos Olímpicos— para incidir en sus supuestos valores conservadores.
Ambos autores coinciden en que uno de los mayores peligros del fascismo en la actualidad es su capacidad para normalizarse dentro de las democracias. Participan y ganan elecciones. Esta normalización ocurre cuando las tácticas fascistas se integran al discurso político cotidiano, y la sociedad comienza a aceptar medidas autoritarias como necesarias o inevitables. Stanley advierte que cuando esto sucede, el terreno para el fascismo está preparado, incluso si el régimen no se identifica abiertamente como tal.
La propaganda y la desinformación son herramientas fundamentales en este proceso de normalización. Stanley describe cómo las noticias falsas y las teorías de conspiración se emplean para crear un ambiente de confusión y desconfianza, donde la verdad se vuelve relativa y la manipulación se hace más fácil. Albright, por su lado, enfatiza que una prensa independiente y fuerte es clave para la salud de cualquier democracia, y que los ataques a los medios de comunicación son un signo claro de tendencias fascistas.
Finalmente, ambos autores hacen un llamado a la acción: la democracia no es algo que se pueda dar por sentado, requiere una defensa activa y permanente. La apatía es el mayor aliado del fascismo, ya que permite que los líderes autoritarios avancen sin encontrar una oposición significativa. Se requiere a ciudadanos alertas, que cuestionen el poder y defiendan en todos los espacios los valores de la democracia.
Termino señalando un dato que no es menor: ambos libros fueron publicados en 2018, hace seis años. El paso del tiempo no ha hecho más que confirmar lo urgente de estas advertencias.
¡Suscríbete a Jugo haciendo click en el botón de abajo!
Contamos contigo para no desenchufar la licuadora.